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sábado, noviembre 23, 2024

Un esbozo de la izquierda fanerógama

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En Puebla, los distintos grupos y corrientes de Morena se han metido en un callejón sin salida. 

(¿No es acaso la disputa por el poder, un nuevo mito de Teseo?) 

Tal y como sucedió en el 2021, donde hubo una disputa acerba, por candidaturas, de nueva cuenta se repite ese hostil escenario en Morena. 

El origen de esa disputa intrapartidista se sustenta en una variable del 2018: Morena, como partido político, es inexistente en muchas regiones y ciudades del país. 

Morena es un partido de reciente creación, con muchos simpatizantes y pocos cuadros políticos. 

La excepción es la Ciudad de México, donde hay una izquierda programática que desde 1997 gobierna la ciudad de México y que luchó, por lo menos desde la década de los 60, para posicionar una agenda política, acabar con el autoritarismo del viejo PRI e impulsar cambios sociales. 

La izquierda de la Ciudad de México se formó tanto en las luchas universitarias, como la del 68, y en las luchas universitarias de los 80, cuando la dirección de la UNAM buscó un modelo de universidad privatizadora, a la cual los estudiantes del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) se opusieron con marchas y movilizaciones, echando abajo la reforma. 

(El origen político de la doctora Claudia Sheinbaum es la izquierda reformista y triunfadora del CEU.)  

Esa izquierda también transitó por el zapatismo en los 90. 

Y para 1997, Cuauhtémoc Cárdenas ganó las elecciones de la Ciudad de México.  

La Ciudad de México en la elección de 1988 fue uno de los bastiones electorales de la izquierda que postuló a Cárdenas a la presidencia de la República en un amplio frente democrático. 

Hace muchos años de esto. 

Sin embargo, bosquejo este paisaje para mostrar cómo la llegada de la izquierda a la presidencia de la República no fue una ocurrencia o un “despertar” de las masas en el año 2018, si no es el resultado de un largo proceso formativo. 

El camino que recorrió Cárdenas (1988, 1994, 2000) y el camino que recorrió Andrés Manuel López Obrador (2006, 2012, 2018) nos muestran la tenacidad de los liderazgos de la izquierda y de cómo el caminar para ganar posiciones electorales fue muy lento. 

Derrotar al “fraude patriótico”, a los alquimistas electorales, acabar con el “ratón loco”, el relleno de urnas, crear un sistema electoral equitativo, certero e imparcial, fueron pasos que se lograron durante varios años y se consolidaron a través de varias décadas. 

 

***  

 

En el caso de Puebla, aunque en el 2006, la alianza izquierdista que había postulado a Andrés Manuel López Obrador obtuvo una votación importante y su presencia en el 2012, también lo fue, la elección del 2018 tomó por sorpresa a los cuadros, a los pocos cuadros de la izquierda poblana y a los pocos cuadros, que no simpatizantes, de Morena. 

Si uno adopta una posición crítica, realmente Morena no se preparó para el 2018. 

El oficio de la izquierda en Puebla durante las primeras dos décadas del nuevo siglo fue satelital. 

Por lo menos, la izquierda electoral, que ganaba las alcaldías de ciudades pequeñas y alcanzaba algunos escaños en el Congreso local, que terminaban siendo votos a favor del gobernador priista en turno. 

Con el triunfo de la alianza que postuló a Rafael Moreno Valle, la izquierda siguió funcionando de manera satelital. 

Aunque en el 2010, la izquierda electoral fue en alianza con el PAN, no tuvo una presencia importante ni en la cámara local ni en el gabinete estatal. Muchos menos pasaron iniciativas o propuestas de la izquierda. 

En el 2018, ganó Andrés Manuel López Obrador la presidencia de la República, y los candidatos postulados por la alianza de Morena-PT y PES tomaron el control del Congreso local. 

Con muchos titubeos y una agenda (la mayoría de las veces) errática, el tutifruti de diputados izquierdistas intentó algunos cambios, pero no profundizó en una agenda progresista y de izquierda. 

La izquierda de Morena (poca o mucha) que llegó al gobierno en el 2018 y luego en el 2019, se enfrascó en una disputa intestina por posiciones. 

Esa izquierda ganadora del 2018 (poca o mucha, agnóstica o bárbara, experredista y neomorenista, fundacional o retropriista, postmorenovallista y etc.) se enredó en el laberinto de una disputa fantasiosa y algo neurótica por el 2024. 

Como en el antiguo PRD, los izquierdistas y progresistas de Morena, la nueva chairo-burocracia se miró en el ombligo del futuro y en lugar de profundizar reformas, atemperar los ánimos, impulsar una transformación social, como lo que sucedía desde hace algunas décadas en la Ciudad de México, intentó clonar las recetas del morenovallismo y del priismo, con un poquito de tinte guinda. 

Por supuesto que la clase política y burocrática que estaba en el PRI y en el PAN leyó, estas querellas intestinas y cruenta de los morenistas gobernantes y detectó las zonas de inserción que le permitirían, ahora con chalequitos guinda, retornar a los palacios y lugares de los cuales el voto popular los había expulsado en el 2018. 

Con la complacencia de la izquierda obradorista y morenista que había ganado en el 2018 y en el 2019 en Puebla, los morenistas en el gobierno le fueron cediendo espacios a priistas, morenovallistas, panistas, yunquistas y cualquier otro ismo, que no fuera morenista, porque el partido que gobernaba en Puebla a partir del 2018, descubrió o que no tenía cuadros político-administrativos para el gobierno o que no confiaba en los cuadros de Morena. 

En otras palabras, Morena no comprendió que además de ganar la elección debía establecer la dirección del gobierno, persuadir de que sus posiciones político-ideológicas eran mejores que otras y traducir esto en un amplio consenso social. 

Por el contrario, Morena en los gobiernos locales se encargó de darle todas las tareas directivas a cuadros del PRI, del PAN y de otras fuerzas políticas, y solo se quedó con el cascarón y el logotipo. 

La paradoja hoy es que Morena, más que una corriente política hegemónica en Puebla, es una moda. 

Como lo fue ir al Italian Coffee hace muchos años, leer Intolerancia a principios del siglo XXI o rentar una película del Blockbuster. 

Si ocupamos, un poco más de violencia interpretativa, el nacionalismo revolucionario atraviesa Morena en Puebla, pues sí, pero también la clase política tradicional que se vistió de guinda en el 2021, y que ocupó los puestos burocráticos en los gobiernos de Morena desde el 2018. 

Pero Puebla, ya es moderna. Porque el mito de la modernidad nos educó a imaginar un país sin la dictadura perfecta que criticó Mario Vargas Llosa en el encuentro de Vuelta de 1990, pero hoy vemos como un “priismo con rostro humano”, para ocupar la metáfora de Alexander Dubcek, le da consejos democráticos a los morenistas, que no acaban de comprender que al ganar en el 2018 entregaron el partido a sus verdugos. 

La izquierda de Morena (si aún anda por ahí) debería repensarse, replantear su estrategia, formular un proyecto social y político y establecer en qué posición de poder se encuentra. Lejos de irse de frente, como es la costumbre de una resistencia poco productiva, debería establecer una visión de largo plazo y mirarse en otras experiencias políticas que le permitan volverse una opción hegemónica.  

En fin, hay que imaginar a la izquierda, y a otra izquierda, y si no como en el poema de Cavafis o en las novelas de Coetzee, pues nos quedan los bárbaros, y por supuesto la lectura de Antonio Negri.  

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