En días recientes constaté vía Facebook la cascada de registros de aspirantes a coordinar la Defensa de la Cuarta Transformación en sus respectivos municipios, así como quienes aspiran a algún cargo legislativo.
Fue para mí asombrosa la osadía de quienes tienen esperanza de ser eventuales candidatos, aun cuando, no dispongan de elementos materiales para competir —y eventualmente ganarles— a los caciques adinerados de los pueblos, quienes de facto parecen ser los dueños históricos de los destinos políticos municipales.
Política es ante todo realismo, y en el realismo se encuentra la autopercepción, así como el análisis de los elementos que uno posee; virtudes, defectos, fortalezas y debilidades.
En ello me resulta inquietante los auto reconocimientos de los jóvenes que se inscriben y comentan entre sí alabándose, en las nulas posibilidades de representación política.
La política poco guarda al azar. Los postulados maquiavélicos dictan la suma entre virtud y azar. No se puede dejar a la suerte, lo que no es sostenido con talento, estrategia y recursos políticos.
En contrasentido, los jóvenes cuadros, o al menos los jóvenes aspirantes a político deben encontrarse en el relato obradorista; no sólo en el relato, sino en el ejemplo del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Se requiere necedad, tenacidad y una aspiración superior a la realización de uno mismo. Una autentica sed de transformación, de ser parte de la revolución de conciencias, que no es otra cosa que el despertar del pueblo de México.
La vida es una lucha. Y la lucha política se encuentra en la permanencia militancia.
Es una actitud de años, mucho más allá de los segundos que tarda en subirse una fotografía a Facebook festejando lo que nunca será.