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jueves, noviembre 21, 2024

Contra la compasión

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Debo aceptarlo: nunca he sentido compasión por alguien, cosa que ni me enorgullece ni me interesa que genere controversia, sobre todo en el terreno familiar.

Lo que sí he llegado a sentir es auto-compasión, que es algo peor. Eso sí que me avergüenza y empareja los tantos en la discusión.

Compasión.

Se ha puesto tan de moda esta palabra en tiempos del coaching y el supermercado de prácticas zen, que de tan solo escucharla me genera sospechas cuando no arcadas.

Hay cursos para aprender la compasión.

¿Cómo se puede aprender algo que supuestamente es un acto reflejo en aquellos que creen hacer el bien o que están encaminados hacia alcanzar “una mejor versión de sí mismos”?

He ahí el problema, creo.

Esa es otra frase hecha que vomito: la mejor versión.

Está bien que evolucionemos, corrijamos, que nos nutramos de experiencias, pero “versión” está más emparentado a la mascarada (al ocultamiento) que al crecimiento.

La versión suele estar  al otro lado (como en un disco), es una variación en el mejor de los casos.

Mi familia cree que soy una insensible e ingrata porque no me desmorono cada vez que algún miembro de esta muere o se enferma o le va mal.

Piden compasión hacia el enfermo o el malogrado como pedir una limosnita para el mendigo.

Ojo: generalmente la compasión es tramitada por un tercero que nada tiene que ver con la pena del doliente.

Te enseño mi lado más compasivo para que veas que me importas y que soy humano… piensan los que están fuera de la desgracia, pasando por alta que el enfermo o el malogrado no tiene fuerzas ni ánimos para detenerse y agradecer la bonhomía ajena, y están ocupados en abrazar su desdicha, no en huir de ella.

En estos tiempos terribles de pandemia se ha sobreexplotado el discurso: millones de búsquedas en Google sobre la empatía, prima hermana de la compasión. Pero ambos conceptos se enseñan y se venden en combo, aunque más vale hacerlo por separado.

Claro que es doloroso ver tanta muerte, tanta pérdida, tanta enfermedad, sin embargo, ese valor, la compasión, debería utilizarse con más recato, como un acto íntimo y silencioso.

He conocido a cada arpía que se presenta con sus credenciales de compasiva para luego cobrar esa energía suya a réditos exponenciales….

He tenido, como todos, algunas pérdidas lamentables durante estos dos años. Me ha conmovido, no por la persona que se va o se enferma gravemente en sí, sino por el ambiente enrarecido en general. Vivimos tiempos jodidos, demenciales, pero no han sido únicos ni serán últimos. Lo más natural de la vida es la muerte y la enfermedad.

Y a pesar de eso puedo decir que soy una chillona profesional, pero lloro por frustración ante algo remediable, no por lo irremediable.

Ante lo irremediable, pulso, resignación y silencio.

La vida entera no se extingue cuando una sola vida se agota.

Hay una frase que me encanta de Montaigne: el que ha vivido cien años y el que vive un solo día ha vivido ya toda su vida.

Escucho conversaciones telefónicas en donde los ¡aydiosmío! no cesan: se habla de la catástrofe por la que transitamos como hablar de la última receta del niño que hace carne asada en TikTok; los que comunican e intercambian ideas y lamentaciones, no son precisamente los afectados, sino los voyeurs, los que tienen aliento para compungirse y clamar… compasión.

Sé que probablemente yo estoy equivocada porque la mayoría piensa, predica y ejecuta lo contrario. Sin embargo, podría ser interesante cuestionar esta ola de buempedismo que de pronto hemos adquirido todos como si el egoísmo no fuera parte del ser.

¿Qué significa compasión?

Es el sentimiento de pena, ternura e identificación ante los males de otros.

Luego entonces, si todo el mundo se compadece y anda alicaído y triste y transfiriéndose ese dolor ajeno, ¿cómo son esas mismas personas las que piden y anhelan vibrar alto?

No, señores.

La vida real no es una sucursal de Tulum.

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