El título de esta columna nada tiene que ver con la novela histórica de Fernando del Paso.
El premio Cervantes (2015) se refería al Segundo Imperio Mexicano y al destino trágico de sus efímeros emperadores: Maximiliano de Habsburgo y Carlota de Bélgica. Él, fusilado en el Cerro de las Campanas. Ella, condenada a la locura eterna.
Terribles son las noticias que nos llegan del Imperio.
De lo que queda del Imperio Británico.
Unas tienen que ver con Andrés, el hijo de la reina Isabel II, y otras con el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson.
Sobre el primero hay una losa pesadísima. Al príncipe Andrés lo acusan de abusar de una menor de edad (quizá no la única). A Boris, el premier inglés, ya lo juzgaron y hay mayoría: por estúpido.
Los dos están por dejar sus títulos para ser solo ciudadanos vulgares (lo eran antes).
Andrés, el duque de York, participó en una orgifiesta con menores de edad en Nueva York en 2001 y fue descubierto por los sabuesos del FBI que investigaron cada una de las denuncias contra el magnate financiero Jeffrey Epstein, su amigo de parrandas.
Boris, nacido en Nueva York, hizo una fiesta en Downing Street, la residencia oficial británica, durante el primer confinamiento del Covid, el 20 de mayo de 2020, y todo indica, es blanco de una venganza de Dominic Cummings, a quien humilló y despidió como su asesor estrella.
A Andrés su madre acaba de despojarlo de sus títulos y patrocinios reales.
A Boris los miembros del Partido Conservador, que no el Parlamento, donde tiene amplia mayoría, no tardan en quitarle su confianza y, con ello, la encomienda de primer ministro.
Uno negó siempre las gravísimas imputaciones en su contra aunque no haya demostrado su inocencia. El otro mejor pidió perdón, pero se aferra como perro a su hueso y ni se le ocurre dimitir.
El juez neoyorquino que investiga la red de tráfico sexual de menores a las que prostituían Epstein (quien se dijo se suicidó en su celda en agosto de 2019) y su amante, la británica-francesa Ghislaine Noelle Marion Maxwell (hallada culpable de cinco de los seis cargos que se le imputaron y podría pasar el resto de su vida en la cárcel) se encuentra a la espera de las pruebas que presenten los abogados del príncipe antes de sentarlo en el banquillo de los acusados.
En los dos casos son terribles las noticias que nos llegan (de lo queda) del Imperio.
Pobre Corona.
¿Cómo estará su alma?
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Los bueyes de mis compadres
Las restricciones ordenadas durante la pandemia por Boris Jhonson, una especie de Benny Hill, pero sin la gracia del comediane inglés, limitaban los encuentros a dos personas de distintos hogares a cielo abierto y manteniendo la distancia social a dos metros.
Durísimas.
Pero esas medidas estaban vigentes para los súbditos de la Corona, no para él. Así que se dio el gusto de invitar a entre 30 y 40 de sus amigos a su casa, que en realidad es la de los ingleses.
Los convocó a través de Martin Reynolds, su secretario personal y, tacaño como es, les pidió que llevaran su propia botella. Llegaron más de cien invitados al festejo.
Para Sir Roger Gale, considerado la voz de la conciecia de los tories, Johnson es ahora mismo “un muerto andante”.
A Johnson no le pasarán por alto una cosa: flotar por encima de las leyes que impuso a los demás.
El 66% de los ingleses, según el Daily Mail, no le perdonarán a Jhonson que mientras ellos no podían despedir a sus seres queridos, de vivir sus vidas y de hacer simplemente las cosas que les gustan, él fuera el alma de las fiestas.
Quieren que dimita, como hizo Matt Hancock, el ministro de Salud de Jhonson, después de verse descubierto: hacía viajes en bici de su oficina al departamento de su amante. Luego de una hora, volvía desahogado a su despacho. Justo lo que prohibió a los demás.
Boris Johnson, como dice el periodista catalán, Arcadi Espada, tiene dos problemas con los confinamentos: “Como muchos otros británicos se saltó varias veces las reglas y castigaba a los ciudadanos por inclumplirlas. El otro problema lo comparte con otros gobernantes que encerraron en sus casas a los ciudadanos con el virus dentro”.
Es cierto. “La eficacia terepéutica de los confinamientos no se ha demostrado. Es dudoso que la concentración de los ciudadanos en sus casas aminorara la rápida expansión del virus: el virus necesita tiempo y ventanas cerradas, y eso tuvo”.
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Venganza shakesperiana
Lo que hoy conocemos con el PartyGate tiene su origen en la venganza.
Los medios ingleses tiene una pista que les parece indiscutible. Las probabilidades de error son mínimas: Dominic Cummings, quien fue el principal asesor de Boris Johnson y uno de los cerebros de la campaña del Brexit.
¿La razón?
Cummings no le perdona a su jefe haber sido despedido hace dos meses del número 10 de Downing Street.
“Salió dolido, humillado y cegado por los flashes de las cámaras que retrataban el momento más bajo de un hombre poco acostumbrado a perder”.
Cummings se aferró a la caja de cartón en la que había guardado sus pertenencias.
Desde antes, el hombre encargado de guardar los secretos del primer ministro empezó a planear su venganza.
Dos eran las razones principales: no soportaba la arrogancia de Johnson, que entonces se creía intocable, y detestaba a la mujer de Boris: Carrie Symonds, a la que apodó Princesa Nut Nut. No sólo era prepotente con él, sino que influía en las decisiones del primer ministro.
Las pruebas que Cummings reunió contra su jefe, nadie puede probar que las filtraciones sean de él, llegaron a la prensa de forma gradual y calculada.
Un día se publica que el premier restó importancia al Coronavirus cuando apareció; otro que hay irregularidades en la financiación de las reformas de su residencia y, ahora, que hacía fiestas en su propio jardín con un centenenar de invitados en pleno confinamiento severo.
“El problema para Boris es que a Dominic no hay forma de pararlo. No le interesan el dinero, los títulos ni los cargos. Procede de una familia rica, puede ejercer como asesor donde quiera y nunca tuvo la más mínima intención de afiliarse al Partido Conservador”.
Benny Hill está en problemas.
La de Johnson no es la única de las almas muertas que obligó a sus ciudadanos a encerrarse en su casa mientras andaba de juerga.
Próximo destino: Buenos Aires.
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