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jueves, noviembre 21, 2024

El afable mundo de un lugar donde las casas flotan en Puebla

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El señor que era el Vigilante de la construcción dijo aquella vez, luego de que tomó más mezcal y cervezas de las debidas, que había sido elegido por Dios para inventar las casas que flotaban. Eso le sucedió un sábado, durante una revelación en una borrachera junto a su compadre y demás compañeros luego que salieron del trabajo por Angelópolis.  

Les contó que con esa idea estaba seguro que las casas no se iban a caer en ningún terremoto por más fuerte que fuera. Les puso varios ejemplos a su pequeño y etílico grupo de macuarros, con las mismas corcholatas de las cervezas explicándoles a los que lo veían con interés y otros con escepticismo. Sin embargo, en cada trago seguía en su teoría que nunca lo hizo famoso como debería ser, sino solo con sus compañeros y algunas personas de la colonia Romero Vargas quienes lo tildaban como el loco de la casa que flota.  

Como un hombre sabio, nadie le sacaba de su cabeza que el invento le daría a la humanidad un cambio. Él habría sufrido el infortunio de ver morir familiares bajo los escombros que dejó el sacudón de tierra aquel 19 de septiembre del 2017. La teoría del Vigilante llegó a los oídos de la Asociación de Ingenieros Civiles, quienes no tenían la misma sensibilidad y mucho menos la conmiseración con la naturaleza. Entre los arquitectos también se regó aquella idea, muchos pusieron el grito en alto, y otros, los más jóvenes experimentales creyeron que sí era posible, que tal vez cambiando y utilizando ciertos materiales se podría hacer, aunque en el fondo trataban la idea como una nimiedad.  

Otro sábado, cuando el cielo no estaba en su mejor esplendor y la lluvia se asomaba en el horizonte, el Vigilante decidió irse a su casa y no ir a beber con sus amigos. Mientras caminaban para agarrar la combi, le llegaron por detrás unos motorizados y encañonándolo hicieron que se subiera a un carro mientras le vendaban los ojos.  

Se lo llevaron a una casa que estaba retirada de la ciudad, un lugar medio boscoso con muchos portones custodiados por hombres con metralletas. Cuando le descubrieron la cara, se fijó en una casa grande, con muebles extraños, de un lujo como queriendo imitar una vida de antiguos ricos.  

Mientras lo iban llevando a empujones para que hablara con el Gran jefe cayó en cuenta, que seguro le estaba pasando eso para que les contara su descubrimiento, de lo contrario era más pobre que los pobres de la colonia. Y así fue, al llegar frente al Gran jefe lo primero que hizo fue preguntarle con una ruda voz que le dijera cómo era la casa que había inventado, a lo que el Vigilante le respondió que él no podía decir nada así, necesitaba beber con sus amigos para poder explicarle. El Gran jefe creyó que lo estaba tratando como un idiota y le dio una fuerte cachetada.  

El Vigilante le explicó una y otra vez que ese era el método que empleaba de lo contrario no podría. Al Gran jefe no le quedó de otra que aceptar a medias su propuesta y le pidió a uno de sus guardaespaldas que le buscara mezcal y cervezas. Le trajeron las bebidas y tanto el Gran jefe como el guardaespaldas le decían, obligándolo, que bebiera, que bebiera rápido, pero al Vigilante presionándolo tampoco le salían con soltura las ideas. Medio conversó lo que pudo, pero no les reveló nada concreto.  Les hizo saber que así no podía, pero el Gran jefe ya no le creía nada. Le agarró la mano y poniéndosela junto a un lápiz y un pliego de papel bond le dijo que dibujara, que hiciera los planos, que él iba a construir muchas casas de esas, que le enseñara cómo era o si no lo mataba.  

La paciencia se perdió mientras el Vigilante no daba con los resultados finales, así que lo mandaron a sacar y se lo llevaron a un granero. Allí lo sentaron en una silla, lo ataron con las manos atrás y las piernas junto a las patas. Le decían pegándole que hablara, pero el Vigilante entró en pánico y tras ello una mudez que no entendió de donde veían.  

Pasaron cuatro horas de golpes y torturas, hasta que decidieron pegarle tres tiros, dos en la cabeza y uno en el corazón. El Vigilante antes de caer al piso, cuando iba de medio lado en el aire, justo en ese instante que pasa el recuento de la vida como en una película, con su mirada casi perdida, le llegó la idea más clara que nunca: la construcción entre el piso y la casa iba a quedar suspendida por dos grandes imanes con polos iguales, en una colonia abierta, sobre el afable mundo de un lugar donde las casas flotan en Puebla.    

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