Uno de los personajes más nefastos en Twitter, y vaya que hay legiones de impresentables, es Ricardo Salinas Pliego.
El señor de los paguitos chiquitos nunca se había autorretratado con tanta precisión como cuando inició la pandemia y dio muestra de una ignorancia rutilante, aparte de la irresponsabilidad social que tiene con sus empleados.
Recordemos que el año pasado, para las fiestas decembrinas, obligó a sus ejecutivos a asistir a eventos con gran afluencia sin cubrebocas ni medidas de prevención.
Salinas Pliego es el botón de muestra que el dinero no quita lo corriente.
Entré a Twitter hace un momento y en el timeline apareció un mensaje que le manda a Denisse Dresser (quien quiera verlo puede recolectar todo el morbo que tenga en su interior y remitirse a su cuenta).
En pocas palabras, el empresario consentido del presidente agrede a la periodista no por algún texto que haya escrito, ni por un tuit virulento criticando al presidente, sino que se le va a la yugular de la forma más patética: burlándose de aspectos físicos.
Hablo el Adonis, dijo el escritor Javier Velasco.
Así se las gastan los dueños del dinero en México, pues otra de las notas del día es que Salinas tiene interés en comprar Banamex.
Otro dardo con ponzoña fue el Tuit en donde, con un español digno del Bordo de Xochiaca, les anuncia a sus detractores que tiene Covid.
A estas alturas ya no se sabe quien es más gañán, si Alasraki o Salinas Pliego.
Cada uno desde su respectiva trinchera: uno como el porrista máximo del régimen y otro como el loquito de la feria que va desacreditándolo.
Definitivamente, el señor Salinas Pliego es un digno representante de las empresas que preside. Tiendas que llenan sus arcas con el salario paupérrimo de los habitantes que no tienen oportunidad de pagar de contado y la vieja- nueva televisión para los jodidos.
Es triste darse cuenta del nivel tan bajo de conversación y debate que puede llegar a sostener uno de los hombres más poderosos del país.
Más cercano al Caballo Rojas que al Ciudadano Kane.
Con esta yunta hay que arar.
De pena ajena.