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jueves, noviembre 21, 2024

La Latina

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Salamanca es una de esas ciudades que nunca se olvidan. 

Lo noté en los ojos de una mujer poblana de linaje que recordaba con ilusión la vez que hizo un Erasmus en España.  

Desde un asiento estilo Barroco y con la estética tan poblana como ella, me contó con la mirada, todo lo que su boca no quiso decir. 

A los meses de llegar a Salamanca entendí el argumento completo.  

Salamanca es una de las ciudades más importantes de España si se trata de hablar de estudios profesionales. Ya lo dijo Cervantes en algunas de sus casi patrimoniales letras: 

“Advierte, hija mía, que estás en Salamanca, que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias, archivo de las habilidades, tesorera de los buenos ingenios y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes, gente moza, antojadiza, arrojada, libre, aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de humor”. 

Letras que aún se pueden leer en las paredes de la calle del Corrillo.  

Lienzo impregnado de historia sobre la piedra tradicional de Villa Mayor en uno de los escaparates para entrar a la Plaza Mayor de Salamanca.  

Entre ocres, marrones, sepias y rojizos cual sangre de toro, las paredes de Salamanca relatan los hechos de otras épocas, otros siglos, casi 100.  

Quizás estas letras sean un recordatorio permanente de los espíritus medievales que aún deambulan por la calle Tentenecio. El aguerrido pasaje que conecta el puente Romano y la gran Catedral.  

Atrás está la Casa Liz, Museo de Arte Contemporáneo, el cual contiene historias de todas las épocas, entre la Casa de las Muñecas y los objetos eróticos del siglo XVIII que desafiaron la incertidumbre Moderna.  

Si se camina hacia cualquiera de las cuestas se encuentra la gran catedral, un sin número de simbolismos que los salmantinos presumen a cada uno de los turistas efímeros, estampas que con los ojos desorbitados intentan captar, cual Réflex japonesa de último modelo, lo que a la vista se presente. 

Sobre la loma se encuentra la calle Latina.  

Latina, no por referir a las Américas después del siglo XVI, sino a Beatriz Galindo, dama de compañía y maestra de la reina Isabel I de Castilla. En pocas palabras, su maestra de latín.  

Beatriz Galindo fue una mujer de familia “hidalga”, término para referirse a la nobleza no titulada, especialmente en España y Portugal. Linaje del Reino de León.  

A causa de su notable inteligencia y afinidad con las letras, tomó clases de gramática y letras en la Universidad de Salamanca.  

Siendo el latín su mayor habilidad en la Universidad, tanto en gramática, pronunciación, habla fluida y escritura, Beatriz Galindo cogió bastante fama en la región. Al grado de ser conocida como La Latina 

Sus dotes llegaron al Reino e inmediatamente fue contactada para dar clases particulares a la Reina y después a la cortesía.  

El cronista Gonzáles Fernández de Oviedo la describió de la siguiente manera:  

…muy grande gramática y honesta y virtuosa doncella hijadalgo; y la Reina Católica, informada d’esto y deseando aprender la lengua latina, envío por ella y enseñó a la Reina latín, y fue ella tal persona que ninguna mujer le fue tan acepta de cuantas Su Alteza tuvo para sí”. 

Gonzalo Fernández de Oviedo, Batallas y quincuagenas 

 

La Reina la tuvo con alta estima todos esos años, no solo por sus habilidades en las lenguas latinas y griegas sino recibiendo sus consejos. Una asesora de la realeza.  

De 1499 a 1507 se fundó el Hospital La Latina y los monasterios de la Concepción Francisca y la Concepción Jerónima, lugar donde fue enterrada en Madrid.  

Estudió teología y se reconocen sus aportes intelectuales sobre Aristóteles. Escribió poesía en latín.  

Instruyó con sus saberes al humanismo de la época y actualmente en Madrid y Salamanca existen calles emblemáticas con su pseudónimo.  

Hoy, me asomo al balcón. Escucho todos los días su semblanza, entre los vientos veraniegos y los disturbios invernales.  

Tengo la fortuna de decir que la vida me empujó a vivir enfrente de su casa. Su antigua casa, en la calle que los letreros gritan ¡La Latina!, en Salamanca, donde la brisa pronuncia su nombre entre los alientos de cada estudiante que transita por esta calle, a tomar un vino, una tapa, leer el periódico con café.  

Una memoria poco descifrable, su nombre se pronuncia diario, después de cientos de años.  

Mientras tanto, yo me inspiro una tarde cualquiera.  

Todo sea por las letras y su historia.  

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