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jueves, noviembre 21, 2024

Soliloquio de una perra fresa

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Cuántas veces debo ladrar desde el balcón para que te des cuenta de mis intensas ganas de cambiar el destino, los vecinos que hablen mal, digan que soy escandalosa porque de pronto me da por querer hacer un bullicio, sobre todo cada vez que pasa otra perra por la banqueta del frente. Algunos niños creen que estoy jugando y en realidad lo que quiero es devorarla, y lo confieso, hay perros que no soporto. No soy una perra como las demás, me doy mi puesto, últimamente tengo más comida que de costumbre. 

Anoche mientras estábamos en el Parque del Carmen volví a sentir lo mismo de siempre, una conexión rara con los mendigos del centro, aunque no vi a ninguno, puedo olfatearlos a distancia. El parque está muy limpio porque hay una feria sobre Yucatán, era muy de noche, no podía ver bien de qué se trataba, más allá de las carpas y las ventas de artesanías típicas. Preferí olisquear las mismas plantas de siempre, subirme a los cubos de tierra donde están sembrado los árboles, además, tienen un olor particular, prefiero pasar mi nariz una y otra vez por el mismo rincón, a veces corro con suerte y consigo algún trozo de comida, trato de comerlo rápido antes de que me vean y me regañen.  

Hace poco estuvieron un par de amigos de mi amo en el apartamento, primero les ladro, no puedo contenerme a pesar que él me diga mil veces que no, pero me gusta sentir esa tensión cuando se intimidan, hasta que se dan cuenta que no los voy a morder y poco a poco nos vamos acostumbrando, igual me gusta ladrarles, sobre todo, y aquí si soy muy enfática, cuando uno de ellos me cae mal o percibo su mala energía, no sé por qué él no se da cuenta, pero yo sí, entonces me quedo ladrando por largo rato en su defensa hasta que me canso.  

Desde hace días no veo a mi mejor dueña, la niña que le da sentido a mis croquetas, al agua, a las mañanas y sobre todo en las noches cuando nos acostamos a dormir. Ella me dice que juguemos y jugamos como si el tiempo no existiera, en esos ratos veo el mundo de otro color, me impregna una felicidad que apenas puedo devolver mordisqueándola, esa niña me salvó del destino cruel si no me hubiera adoptado. Escuché esta mañana que iba para las playas de Acapulco, me alegro mucho porque a ella le encanta el agua de mar, pensándolo bien, nunca hemos ido juntas al mar, pensándolo mejor, no conozco el mar.  

Cuando como mucho me tiro al piso como un caimán patas arriba, no me rasco la panza porque me da flojera, a veces creo que soy un ser humano, no sé distinguir bien entre un sexo y el otro, pero estoy segura que reafirmo mi sexualidad cuando entro en celo, o me baja la sangre y mis dueños me andan persiguiendo para colocarme una pantaleta vieja como si fuera un pañal, dicen que lo hacen para que no deje  huellas rojas en el piso.  

La otra vez me pasó algo terrible: me atropellaron. Pensé que no la iba a contar, fue un golpe seco y duro el que me dio esa camioneta blanca, y todo fue por estar detrás de mi perra amiga Menta, es más vieja que yo y el doble de atrevida. Estábamos en la azotea, con lo de siempre, haciendo del uno y del dos, cuando en eso, una ráfaga de viento abrió la puerta y la Menta salió corriendo como loca por las escaleras y yo me fui detrás de ella. Su amo estaba en Tapachula pasando las navidades con su familia y por eso ella nos visitaba. Cuando llegamos a la planta baja la puerta estaba abierta y ella supo cómo cruzar la calle, pero yo no, y me dio en el hocico esa pinche camioneta que me dejó tendida por uno rato sobre el asfalto como si estuviera muerta. Con el sangrerío que boté me llevaron al médico, me tomaron unas placas para saber si me había fracturado algún hueso, pero no, solo quedé como si hubiera ido a una guerra, o a una pelea colectiva de perros, me dolían los golpes, los raspones, un par de dientes flojos, hasta las pesuñas, pero aquí estoy, a veces ladrándole a los pájaros y otras a los patineteros que no soporto.  

Veo a mi amo buscando las croquetas, él se va en un rato, tiene varios días yéndose desde muy temprano y no regresa sino hasta la noche, así que me quedo responsable del apartamento. Yo soy feliz con tal y me deje la puerta del balcón abierta, puedo entretenerme, ver la gente que pasa, el ruido de los camiones, los niños cuando van y salen de la escuela, a los mendigos del Parque del Carmen que reconozco, a un muchacho con el cabello largo y canoso que anda cantando con una guitarra. Debo confesarles que extraño a mi hermanita, así nos decimos, tiene como 5 días que no viene a visitarme, pero las dinámicas familiares han cambiado y las estoy empezando a entender, aunque a veces me cuesta.  

Mientras mi amo está entretenido con mi desayuno, voy al balcón a sentir como el sol de la mañana me pega en el cuerpo. La mirada de él me da una extraña paz, a veces creo que nos conocemos como de vidas pasadas.  

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