Enseño en D.N.I en la entrada.
La fila de gente dentro de la Escuela Mayor de la Universidad de Salamanca es corta, debajo de la fachada más simbólica de las Academias en España. Algunos iban vestidos con un traje para la ocasión, mientras que otros vestían de chándal, al estilo intelectual “desenfadado”. Incluso se sabe de políticos que lucen un chándal para ir al congreso (Me comentaba un conocido la noche antes). Una de las noches más “aferradas” que he tenido. Una noche en la que he tenido el placer de visitar palacios y encierros.
Detrás de mí, dos mujeres de aproximadamente 70 años, hablando acerca del presidente Petro. El mismo nombre que indica la invitación que imprimí hace escasos minutos. Únicamente podía acceder personal docente del doctorado, perteneciente a la Universidad de Salamanca. Todos aquellos estuvieron presentes en la entrega de la Medalla Honorífica de la misma Universidad, la cual, acogió a Petro, el actual presidente de Colombia, quien asistía en su época de estudiante.
Antes de entrar, escuché a los turistas buscando la famosa rana de la fachada. Accedí con la lista de invitados hacia la ceremonia. En la entrada, me topé con varios policías y un señor algo antipático al que le presté mi entrada, para asegurar mi acceso. Después sus compañeros, en cambio, aquellos que tenían el detector de metales, parecían más simpáticos que este anterior.
Camino esos pasillos casi a diario. Pero nunca para un galardón presidencial como el de hoy. El salón de actos imperial, el cual es de un estilo renacentista lleno de cuadros y elementos que se pueden encontrar similitud con partes de fachadas de la ciudad de Salamanca. El gran y típico candelabro en el centro, alumbrando las cabezas de los académicos, diplomáticos y de más personajes, que paulatinamente, se reconocen y se saludan entre sí.
Dentro apareció una mujer, la cual me preguntó si pertenecía a Colombia o a otra nacionalidad. No supe que decir, ya que me siento apegada por las nacionalidades, mexicana y colombiana. Los otros asistentes que estaban a mi lado, contestaron algo y con su acento me di cuenta que eran colombianos y que sin querer estaba en una sección dé colombianos.
La gente se aglomera cada vez más. Se forman pequeños grupos de intelectuales. En la zona más privilegiada, se encuentran algunos jóvenes vestidos de traje y con pinta de asesores prematuros del siglo XXI. Mientras un amigo y maestro colombiano me habla sobre los carentes recursos que tienen los proyectos culturales, para un pueblo cercano. Otro intelectual, presume los 500 euros que le pagarán por la charla en ese mismo pueblo.
La espera es larga para el inicio del galardón. Reparten botellines de agua. También se reparten anécdotas, risas y gestos mientras la espera se acorta.
El coro invade la sala de honor, mientras entra el presidente Gustavo Petro. La silueta de Francia Márquez se distingue en el recinto. Realmente no se llenó el lugar, pero las voces del coro universitario nos devolvieron a Colombia en el recuerdo. En ese lugar, entre el pecho y el estómago, donde se suelen guardar las emociones.
En menos, de tres minutos reviví las montañas del Cauca. El aroma a panela con queso, el calor del café Quindío, el acento “pastuso”, mi sudor en Leticia y el Putumayo, los pueblos milenarios indígenas, el CRIC y sus luchas, la espuma paradisiaca de la Isla San Andrés, el frío estremecedor de Bogotá y la herencia Muysca de los saberes precolombinos, las piedras perpetuas de San Agustín, las lomas interminables de Cali, Salento y los páramos, los frailejones, la voz de García Márquez y sus embarcaciones del Magdalena. Reviví entre los clásicos leídos y mis versos traviesos de añoranza, los años vividos en Colombia. Pero ahora no desde las montañas colombianas como solía hacerlo hace unos años, sino en el espacio académico que reconoce el paso de un presidente entre los pasillos añejos de la Institución.