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martes, abril 30, 2024

En la muerte de un charro anticlimático

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Vicente Fernández siempre quiso ser Pedro Infante con sus chorreadas (y ese carisma que 64 años después lo sigue a todos lados).

No pudo. Quiso ser Jorge Negrete, el Charro Cantor de María Félix. Tampoco pudo.

¿Qué la faltó? Varias cosas: talento, sangre ligera, botas de ídolo.

Este domingo, cuando me enteré que había muerto, pensé en Carlos Monsiváis y me pregunté por qué el cronista jamás había escrito una sola línea sobre él.

La respuesta es la misma con la que inicié esta crónica de un ídolo fallido.

La muerte que no impacta no es muerte.

Es como el obituario que no incendia la prensa.

La muerte de Vicente Fernández pasó tan desapercibida que ni siquiera busqué en Google las causas de su deceso.

Pensé entonces en la muerte de Kennedy (John F.) y recordé lo que estaba haciendo cuando mi tío Melchor nos anunció con aire infartado que lo habían asesinado.

Y qué decir de la muerte de Lennon: lloré junto con Elsa Susana en el Gabinete de Coyoacán durante una hora.

Cuando Juan Gabriel murió, yo estaba en un restaurante de Cancún a punto de comer y sentí como si alguien cercano hubiera pasado a mejor vida.

Pero con este señor Fernández no sentí absolutamente nada.

De hecho, mi primera reacción fue preguntar: ¿Que no ya había muerto?

Vicente Fernández falleció a los 81 años de edad

Cuando la muerte de otros no nos impacta algo está mal en el imaginario colectivo.

Una hora después pensé que un buen lugar para recordar a este señor Fernández sería uno de los próximos libros de la periodista Anabel Hernández.

(Si es que un libro es un lugar). Un libro que fuera la continuación de Emma y las otras Señoras del Narco.

Es decir: los otros Señores.

Y es que el tal Fernández siempre me pareció un Joan Sebastian impostado.

Porque algo hay que decir: aunque era amigo de los narcos, el compadre de Mario Marín era más auténtico que el multicitado señor Fernández.

No sé por qué lo imagino cantando en las añejas fiestas de don Neto (el amante de Lucha Villa).

O de Arturo Beltrán Leyva (el amante de Ninel Conde y de Galilea Montijo) o de La Barbie (el amante de Arleth Terán).

O del Jota Jota (el amante de la Chiva Irabién) o del Indio (amante de Alicia Machado).

(Todo esto, siempre al decir de la autora de Emma y las otras Señoras del Narco).

Lo único cierto es que hasta para morir hay que elegir bien la fecha.

Alguien en su sano juicio no se muere un 12 de diciembre, cuando todos estamos celebrando a la virgen que forjó una patria: la misma Virgen de Guadalupe.

Sólo Pedro Infante hubiera podido competirle.

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