Mario Alberto Mejía
El periódico que el hipócrita lector tiene ante sí es un ejemplo vivo de la complicidad entre lectores y periodistas.
En los años sesenta los periódicos eran eternos. Mi abuelo, que era historiador, abría su Excélsior a las diez de la mañana en su oficina de la Recaudación de Rentas de Huauchinango. A eso de las once, lo dejaba un momento para atender algunas diligencias. Lo volvía a abrir en su casa de Morelos 28 a las dos y cuarto de la tarde, en el comedor, enorme, que hacía una combinación delirante con la cocina. Hacia las siete de la noche, ufff, por fin terminaba de leerlo.
¿Qué leía primero? La sección editorial, en la que escribían, entre otros, José Muñoz Cota, Javier Barrios Sierra, Jesús Reyes Heroles y otros más. Luego pasaba a la sección internacional, donde leía que los vientos de la democracia corrían por la Unión Soviética, aunque esos vientos terminaban chocando contra los tanques rusos.
Era tan voluminoso ese Excélsior que los marchantes que dormían en el portal Juárez en espera del tianguis de los sábados lo utilizaban como cobija para cubrirse del frío de la sierra.
Los periódicos han cambiado mucho. El papel ha quedado en desuso. Ya nadie tarda horas en leerlos. Tampoco hay quien los use de cobijas. Las moscas, faltaba menos, ya no mueren a periodicazos. Lo que no ha cambiado es la relación entre el lector y el periodista. Hay plumas que el lector sigue a todos lados. Hay otras prescindibles que no provocan ni lloviznas.
Hipócrita Lector tiene una apuesta: la de generar contenidos inteligentes, frescos, creativos. Buena parte de quienes estamos aquí queremos contar historias. Nos unen varias cosas: la pasión, las lecturas, los riesgos necesarios. Y también, faltaba más, los innecesarios.
Gracias por acompáñanos a partir de hoy en esta gran aventura. A bordo de un barco camaronero vamos tras la ballena blanca.
TADEO Y LOS IMPOSIBLES
Ignacio Juárez Galindo
Si hay una profesión u oficio que todos los días tiene que cargar la pesada loza de la palabra “imposible”, ese es el periodismo.
Y todo está puesto para que así sea.
Los periodistas deben sortear decenas de candados para llegar al objetivo que se pretende revelar.
Antes era todo un arte obtener un documento oficial que comprobara el negocio turbio, la orden desproporcionada, la confirmación de la malicia del poder.
A eso se le sumaba la poca paciencia del gobierno que no tenía empacho en entrar a una redacción a moler a palos al sujeto incómodo.
Poco a poco, la situación fue cambiando, pero los periodistas quedamos rezagados en luchas por la libertad de expresión que otros movimientos sociales han reivindicado a lo largo de nuestra historia reciente.
Hoy, a un periodista se le calla a punta de cuerno de chivo de un sicario o de una autoridad del interior del país que no se ha enterado que vivimos en el siglo XXI.
También, hay que reconocerlo, un periodista siempre será incomodo.
Ese es su papel.
Buena prensa, como se decía cuando comencé este azaroso oficio, hay muy poca.
Los santurrones, encorsetados, ingenuos y analfabetas funcionales se reproducen como hongos sin control en el gremio.
Todo se ha vuelto un asunto de blanco y negro.
El absoluto ante todo.
En esa realidad es que Hipócrita Lector nace para contar historias. (Unos dirían que nace en un gremio imposible de hacer buena prensa).
Para saber cómo es el poder hay que acercarse a él asumiendo las consecuencias. (Los ingenuos creen que se puede ser doctor leyendo un libro de medicina).
Y como todo está puesto para que la profesión u oficio del periodista sea imposible de realizar en su día con día, decidimos incorporar a un personaje muy íntimo: Tadeo.
Tadeo significa valiente, un atributo indispensable para el reportero. Y, además, el pueblo católico lo ungió como el santo de las causas imposibles.
Así pues, Tadeo refleja esa valentía que nos mueve y se necesita para romper los imposibles que a los periodistas nos persiguen a cada paso.
