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Esta es sólo una noche y yo
sólo un hombre que escribe
no un atardecer dorado
ni una brisa que refresca
no es tampoco mi infancia:
enorme ficus del jardín
algo parecido a otoño:
su irremediable silencio.
Este vaso de agua lleno
que apuro sediento ahora
la luna coqueta que asoma
y esta mano que escribe
deseando que amanezca.
No es un hombre sin edad
ni es una noche cualquiera
No hay hoja hoy que arrancar
del calendario. Acaso suspiro.
Hay sí los numerosos años
y su unánime latido.
No estoy tan solo. Escucho
dormir y un seco quejido:
es la vida, es el tiempo
avanza siempre: altanero
hace horas se acostaron
las aves. Me hallo a salvo
de reclamos y graznidos.
¿Quién soy en la madrugada
de otro mundo? Quien anhela
la amplia luz del cielo,
el olor a lluvia y la
indiferencia de la
ciudad lejana debajo.
¿Quién soy para suplicarle
al amanecer más ardor
o más misterio? Ninguno.
Pasa que también soy uno
que anhela la fugacidad
del amor: muchos más días.
La luz en el escritorio
y nuevas lentas páginas.
Uno que saborea el fulgor
del trágico destino y
la irónica incertidumbre
del azar: sigue soñando.
Mañana de cualquier forma
amanecerá. Volverán
todos los pájaros. Sus gritos.
Regresará el milagro
de tu risa. El arduo sol
y sus trabajos: tus ojos.
Y con él sus lentas sombras,
el siempre saberse vivo,
y habitar el suave tic-tac
del tiempo. O el inclemente
espacio de nuevo afán.
Amanece al fin: es de día
ya no es la remota noche
ni el hombre solo. El sueño
se detiene. Todo empieza
de nuevo y distinto. Abro
la puerta y sin clemencia
dejo entrar a todo el mundo.