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domingo, noviembre 24, 2024

Uno no controla nada. Esa es la verdá

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Supongo que todos deseamos en cierta medida tener el control de lo que pasa a nuestro alrededor: controlar nuestro ciclo circadiano, a nuestro perro, a los hijos o a la pareja.  

Es de humanos (necios) intentar (muchas veces estérilmente) satisfacer los delirios de poder, cuando lo único que verdaderamente controlamos, y no voluntariamente, son los esfínteres.  

Es maravilloso ver cómo un día el niño que andabas persiguiendo con el pañal en la mano deja de mearse en la cama.  

A mí me sigue sorprendiendo mucho cómo durante el sueño uno deja de ser preso de una adicción; por ejemplo: yo que soy una gran fumadora jamás me he despertado por la necesidad de una bocanada. Luego entonces, la vigilia o la mente “despierta” es la verdadera esclava.  

Hay tanto que descifrar en el sueño… ese no ser.  

Estoy segura de que si viviéramos dormidos seríamos, si no mejores personas, sí mucho más libres.  

En fin… 

Queremos adivinar lo que piensa el otro para saber cómo conducirnos frente a él o ella en aras de: a) evitar problemas B) saber cuál es el mejor mecanismo para manipularlo.  

La primera opción es una respuesta afable, pero casi siempre resulta imposible de llevar a cabo; mientras que la segunda es ventajosa y poco noble, pero es la más socorrida y fácil.  

El que manipula cree que nunca pierde, aunque en el fondo sabe que la manipulación echa mano de la mentira y el reactivo que la sublima es el abuso ante las debilidades o dolores ajenos. El manipulador (a) es, en resumidas cuentas, un tramposo que se convence a sí mismo de una realidad en la que sólo se beneficia él o ella.  

Evitar problemas no es evadirlos, sino poseer una capacidad de negociación, contención y entendimiento que requiere una alta dosis de inteligencia, aunque también (uy) de rendición.  

Ahora bien: ¿qué se gana realmente cuando supuestamente se tiene el control? 

Yo creo que el concepto de control está ligado, precisa y paradójicamente, al temor de confrontar nuestras propias carencias. 

Conozco historias de mujeres extremadamente manipuladoras que, en cuanto ven entronizados sus deseos y convierten a los que las rodean en súbditos, caen en una tremada crisis de neurosis. Y sí: acaban reflejando su fealdad externa al exterior.   

También conozco historia de hombres que se vuelven amos de la manipulación porque en el fondo viven o vivieron manipulados por alguien más. 

Es un cuento de nunca acabar: una espiral infinita que solamente se puede cortar por un medio: el autocontrol. 

Pero para poder tener autocontrol lo primero que se requiere es confianza en sí mismo. 

Luego, un reconocimiento sincero de nuestras limitaciones.  

Y al final: asumir que somos seres volubles y cambiantes.  

Nunca despertamos siendo los mismos: o somos más gordos, más flacos, más arrugados, más pelones, más pobres, más ricos.  

Lo ideal es evitar ser más gilipollas.  

El primer paso para una vida padre es que lo que piensen los demás te valga madre. 

Y lo óptimo sería no juzgarnos tan severamente por no “saber llevar las riendas”.  

¿Cómo para qué? 

¿A dónde llega un caballo desbocado? 

Recordemos algo: el placer de dominar da siempre como resultado un dolor futuro. 

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