Puebla debe verse en el espejo de Coahuila en la trama de la contienda interna de Morena.
Vea el hipócrita lector:
Originalmente, Ricardo Mejía Berdeja, a la sazón subsecretario de Seguridad Pública del gobierno federal, era el precandidato oficial.
Una vez a la semana, durante un buen tiempo, apareció en La Mañanera al lado del presidente López Obrador, lo que en términos de política pura significaba cercanía, además de que enviaba mensajes poderosos al morenismo de Coahuila, entidad a la que acudía muy seguido para hacer diversos actos de proselitismo.
El aparato de gobierno, pues, estaba con él.
Y Mejía Berdeja se lo confiaba a todo mundo.
“El presidente quiere que yo sea el gobernador de Coahuila. Varias veces me lo ha dicho”, juraba.
Él y sus operadores así se lo hacían saber a todo mundo.
Y era real.
El aparato de la Secretaría de Bienestar le organizó una marcha muy grande en Saltillo, reveló Gibrán Ramírez, intelectual orgánico de Morena que ahora se mueve en filas contrarias a las del presidente.
Y con todo ese apoyo, Mejía Berdeja no creció en las encuestas.
Del otro lado, el senador Armando Guadiana se movía de forma más inteligente y menos errática.
Lo primero que hizo, y fue muy bien visto por la sociedad coahuilense, fue acercarse a las clases medias y populares, y evitar que políticos con fama de corruptos o provenientes de otros partidos se sumaran a su precampaña.
Cada vez que podía, y podía mucho, los evitaba como un niño a los ácaros.
(Hoy que ya es candidato, faltaba menos, ya se rodeó de esos políticos).
Ante los descalabros y la soberbia de Mejía Berdeja, y los aciertos de Guadiana, el presidente cambió de opinión.
(A López Obrador, ha dicho el propio Gibrán, no le gusta perder. Es muy pragmático).
AMLO puede cambiar de opinión si su candidato es un candidato perdedor.
En Coahuila lo hizo.
¿Por qué no habría de hacerlo en Puebla?
Nota Bene 1: El morenovallismo no se crea ni se destruye.
Simplemente se transforma.
Nota Bene 2: Y cuando despertó, el morenonachismo todavía estaba allí.
Ese tufillo. Verónica Vélez, exdirectora de Comunicación Social del gobierno estatal, es víctima cotidiana de violencia política de género en las redes sociales.
Incluso hay quienes se meten con ella en lo personal.
Basta ver el tufo de autoridad moral de sus críticos, quienes, por cierto, tienen todo menos esa pretendida autoridad.
La juzgan como si no tuvieran un pasado oscuro, lleno de recovecos y alianzas con personajes deleznables.
Creen que ya olvidamos que en varios momentos han sido simples y vulgares palafreneros.
Por cierto:
Qué sobrevaluada anda por estos rumbos la citada autoridad moral.
Algunos sienten que tienen un aura de santidad que les permite criticar sin ser criticados.
Y cuando sobreviene la réplica, chillan, manotean y exigen respeto a su investidura.
¡Qué puercos, qué marranos, qué cochinos!