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sábado, noviembre 23, 2024

El alma de este mundo: Los primeros 100 años del debate decisivo entre la ciencia y la filosofía

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 Gerardo Herrera Corral*

Cuando le preguntaron a Pitágoras qué era el tiempo, el gran sabio griego contestó: “el tiempo es el alma de este mundo”. Por su parte, el filósofo alemán Martin Heidegger decía que no se podía reducir el tiempo a un flujo homogéneo sin atributos. Consideraba que no se puede entender como el curso mecánico de un reloj, sin alma. El notable pensador del siglo XX no sería el único en opinar de ese modo; como él, otros consideraron que la física había reducido el tiempo a la medición de eventos sucesivos y juzgaban que en esa obsesión por la precisión de la cronometría habíamos perdido la esencia de la temporalidad.

Aunque la filosofía y la física fueron de la mano desde la Antigüedad; aunque los antiguos filósofos practicaban las matemáticas, física y otras ciencias al mismo tiempo que reflexionaban metafísicamente; a pesar de que eran los mismos que iban y venían entre campos de estudio y meditaciones epistemológicas, cuestionamientos ontológicos, apreciaciones éticas y posturas estéticas, llegó el momento de la separación de magisterios. La división entre científicos y filósofos fue trágica, irreconciliable y áspera.

Cuando la física incursionó de manera profunda en los conceptos que antes eran del dominio de la filosofía surgió la controversia y sobrevino la separación. No sabemos si hay un evento fundacional de la desavenencia definitiva, pero si tuviésemos que ponerle fecha ésta sería el 6 de abril de 1922, día en el que se llevó a cabo un debate público en Paris motivado por las duras críticas de Henri Bergson a la teoría de la relatividad.

Diego Rivera El Joven de la estilográfica. 

El filósofo francés expuso entonces sus ideas del tiempo en un discurso de media hora “lleno de sangre”, al que Albert Einstein contestaría en cinco minutos diciendo: “el tiempo de los filósofos no existe”.

El pronunciamiento altanero de un joven que solo defendía temerosamente su obra trastocó el orden público, decretó la desaparición de la mesura, disolvió la tradicional solemnidad de los filósofos y reclamó respeto. Para entonces el gremio de estudiosos científicos había decidido no escuchar más las palabras de quienes ignoran los hechos. El escritor francés no perdonó nunca el comentario de Einstein y, después de muchas agrias discusiones, se convertiría en su enemigo para dar paso a la divergencia amplificada entre ciencias y humanidades.

Hay quien dice que esa enemistad, que ya venía de tiempo atrás, motivó que Einstein recibiera el premio Nobel por su descripción del fenómeno fotoeléctrico, y no por su más impresionante desarrollo de la teoría de la relatividad. Bergson había desafiado esa teoría particular, en la que se plantea una idea del tiempo que no le gustaba, y esa incomodidad fue la razón por la que se concertó el histórico debate. La influencia del filósofo no era poca; algunos piensan que su descontento llegaría hasta el comité Nobel que, por cierto, le otorgaría el más alto galardón en literatura unos años después.

El filósofo nunca dejó de expresar sus reproches a Einstein por haber olvidado aspectos del tiempo que son esenciales en nuestras vidas, aun cuando estos sean matemáticamente inútiles. Por su parte, el físico pensaba que el tiempo es parte de una realidad que supera nuestras percepciones y es ajeno a nuestros sentidos. Por si eso fuera poco, después de escuchar al pensador francés le quedó claro que éste no entendía las ideas de la teoría de la relatividad y no estaba más preparado para opinar sobre temas que eran ya objeto de estudio de la física.

Diego Rivera La mujer del pozo, 1913.

El debate creció y no tardó en llegar a México, donde Bergson gozaba de gran aceptación en círculos intelectuales como el del Ateneo de la Juventud. Alfonso Reyes escribió en “Einstein: notas de lectura” que “habría que reconciliar un día el tiempo físico con el tiempo psicológico … la durada real de Bergson tiene que reconciliarse con la física”, decía.

El histórico texto del sabio regiomontano fue editado por Carlos Chimal y publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2009 para recordar 120 años del natalicio y 50 de su muerte. El pensador mexicano no tomó partido, fue un admirador de Einstein, a quien conoció en España y fue siempre curioso respecto a la teoría de la relatividad y otros temas. Con todo eso consideró la postura del escritor francés como ineludible. La defensa de la intuición contra la racionalidad que Bergson pregonaba fue criticada por muchos. Bertrand Russell llegó a decir que se trataba de “una enfermedad que afectaba a las hormigas, las abejas y a Bergson”. Isaiah Berlin consideró que era “el abandono de los estándares críticos rigurosos y su sustitución por respuestas emocionales casuales”.

La física moderna acabó por mostrar algunos aspectos de la naturaleza del tiempo que ya no resultan tan simples y comprensibles a los ojos de los filósofos. Hoy sabemos que no existe la simultaneidad de los eventos, que el tiempo está referido a cada observador, que se deforma, se contrae o se prolonga en la presencia de campos gravitacionales y que es afectado por el movimiento. Ahora se ve el tiempo como una dimensión unida al espacio y podemos pensar en él de la misma manera que se piensa en la fabricación de espacio cosmológico. Estas propiedades del tiempo han sido confirmadas por observaciones que señalan la gran relevancia que tiene el medir intervalos con gran exactitud.

Alfonso Reyes
Diego Rivera Retrato de Adolfo Best Maugard.

Desde hace 55 años nos ufanamos de poder medir el tiempo con la precisión que nos ofrece una transición atómica, y aunque los relojes atómicos se inventaron antes, fue en 1967 cuando la Oficina Internacional de Pesas y Medidas estableció el nuevo patrón de medición del tiempo con base en el número de oscilaciones de la radiación que emite un átomo.

Cuando un átomo de Cesio 133 sufre la pérdida de energía porque uno de sus electrones pasa a ocupar un orbital más bajo, emite radiación parecida a la que tenemos en un horno de microondas. El control del fenómeno atómico nos dio relojes de inusitada precisión. Ahora mismo se construyen relojes que se atrasarían o adelantarían solo un segundo después de 300 millones de años.

Por si fuera poco, cada día estamos más cerca de la llegada de los relojes nucleares. Estos superarán diez veces la precisión de los relojes atómicos.

La obsesión que tenemos por la precisión en medir el tiempo no es gratuita. En el fondo de esta escrupulosa mirada descansa la promesa de una visión más clara del mundo que nos rodea.

Esa despreciable manía de medir la secuencia de sucesos, tan trivial como aparenta ser, nos ha permitido constatar los entresijos de lo que es el tiempo.

Michel Montaigne decía que “para juzgar cosas grandes y nobles, es necesario poseer un alma igual de grande y noble”. En ese sentido, quizá necesitamos de la gigantesca precisión al medir instantes para llegar a comprender la grandeza que debe haber en el alma de este mundo.

Retrato de Michel de Montaigne.

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