A la muerte de Martha Érika Alonso se soltaron los demonios.
Muchos quisieron convertirse en interinos.
Sólo uno lo logró: don Guillermo Pacheco Pulido.
No lo hizo solo.
Miguel Barbosa Huerta, a la sazón aspirante a la candidatura de Morena, lo llevó de la mano a esa posición, arrebatándoles al PAN y a lo que quedaba del morenovallismo la posibilidad de poner a uno de los suyos.
La estrategia del hoy gobernador contó con el aval de Palacio Nacional.
Otro punto a su favor: don Guillermo provenía del PRI, partido por el que fue alcalde de Puebla y diputado federal.
No hay antecedentes en ninguna parte de que un aspirante a gobernador hubiese puesto a un interino.
Con esto logró meter medio cuerpo en Casa Aguayo.
La elección fue un mero trámite, sobre todo porque tuvo enfrente a un personaje menor apoyado por mediocres: Enrique Cárdenas.
Desde el primer momento, ya como gobernador, Miguel Barbosa empezó a trazar sus posibles cuadros para 2021 y 2024.
Al primero que vio fue a Fernando Manzanilla.
En una de las largas entrevistas que me ha dado desde agosto de 2019 —conversaciones, más que entrevistas—, admitió que Manzanilla era su prospecto para lo que venía.
¿Qué pensaba?
Llevarlo de la Secretaría de Gobernación a la alcaldía de Puebla —en 2021—, y de ahí perfilarlo a la gubernatura.
¿Qué falló?
La estrechez de este personaje, pues en lugar de entender los mensajes cifrados se puso a trabajar en su propio proyecto a espaldas de quien lo cobijaba.
El gobernador sabe que el futuro forma parte de una buena política pública.
Y en el futuro cabe la sucesión de 2024.
Hace unas semanas, el gobernador puso en la mesa varias cartas, que, sumadas a las que ya había, hicieron de este juego sucesorio algo más interesante y ciertamente perverso.
Y aquí cabe todo —como en el ajedrez:
El descarte, la llamada de atención, el dedo admonitorio y la palmada en la espalda.
(Esos artefactos históricos de la política mexicana).
Nada en la política es mecánico.
Nada es previsible.
Los únicos mecánicos y previsibles son los tunde teclas, que, al no entender la realidad, buscan ajustarla a sus sesudos análisis.
A diferencia de otros gobernadores que sufrieron sus sucesiones, Miguel Barbosa adelantó la suya y la está disfrutando.
El resultado es delirante.
Quienes confunden sus deseos con la realidad, ya decretaron quién será el candidato.
Quienes confunden la realidad con sus zapatos, ya aplastaron a quienes les resultan antipáticos.
Quienes confunden el embute con las realidades, ya se volvieron porristas de ocasión.
La sucesión no está definida en el tablero del gobernador por una razón elemental: la misma será un cruce de varias voces y opiniones, y el tiempo para ese ejercicio no ha llegado.
Mucha agua va a correr.
Algo de sangre, también.
Y mientras llega el día, el gobernador se burla del Yunque en la casa del mayordomo, sienta a su mesa a sus aparentes contrincantes, y no deja de mirar y de llamarles la atención —incluso públicamente— a quienes ya puso a correr.
Cómo se parece la política a algunas obras de Shakespeare.
(Más de los que el poeta y dramaturgo inglés lo imaginó).
Y en esta trama en la que muchos sufren y han dejado de dormir, sólo hay uno que disfruta su propia puesta en escena.
¡Terrible!
¡Bebamos!