El micro gobierno de Tony Gali Fayad fue generoso con los suyos.
Como un moderno Tío Gamboín, repartió entre sus hijos y “sobrinos” algunos de los mejores contratos durante su administración.
Vea el hipócrita lector estos dos casos.
Hubo una empresa de seguridad que surgió durante el micro gobierno.
Su nombre: SEPRO.
Personajes ligados a empresas similares, juran que de la noche a la mañana SEPRO rebasó en contratos a la extensa competencia.
Curiosos como son, investigaron.
No podía ser de otra manera: los socios de la empresa tenían muchísimas ligas con dos de los hijos del micro gobernador.
Y como contaban con la bendición del tío Tony, pasó a formar parte de la cartera de clientes la mayoría de las dependencias del gobierno del estado, así como diversos municipios.
El Recinto Ferial, RUTA, el Centro de Convenciones, la Universidad Tecnológica y otras dependencias más abultaron dicha cartera, pagando por sus servicios excéntricas cantidades de dinero.
Cosa curiosa: a pesar de que estas dependencias trabajaban con la Policía Auxiliar, alternaban el servicio de seguridad, innecesariamente, con los guardias de SEPRO.
El negocio era redondo, y brutales las ganancias.
Por eso los sobrinos del tío fueron muy felices durante el micro gobierno.
(Ahí están las fotos de las revistas de sociales en las que aparecen a bordo de sus Cadillac y Suburban prietas, y en los mejores bares, al lado de los hijos del tío Tony).
Y si se volvieron tan ricos y famosos en tan sólo el año y pico que duró el micro gobierno, imagínese el hipócrita lector lo que pudieron haber hecho en un sexenio completo.
Pronto surgió, como el hambre, la inconformidad de los empresarios de la seguridad.
Y es que no podían competir con SEPRO ni con los jugosos contratos de ésta, ni con el pago de salarios que otorgaban a los trabajadores.
Algo más:
Todas las licitaciones y adjudicaciones directas eran siempre para la empresa de los sobrinos.
Un buen buzo experto en archivos gubernamentales podría saber en tres minutos quiénes fueron los accionistas de esa maravillosa empresa.
¡Ah, tiempos dorados!
Otro caso que llama la atención tiene que ver con Roberto Oliva: uno de los súper empresarios consentidos de la burbuja de Gali.
Este personaje sacó la cabeza cuando el exgobernador fue delegado de Hacienda, y luego del SAT, en Puebla.
Como experto financiero, fuentes ligadas a él revelaron a quien esto escribe que, antes de que se pusieran de moda las factureras, Oliva ya era un campeón en el tema de las operaciones simuladas.
De la mano de Gali llegó, faltaba más, al entonces gobernador Moreno Valle.
Varios morenovallistas recurrieron una y otra vez al mago Oliva.
Ya en el poder el galismo, Oliva abrió la revista Puebla 222, ubicada donde antes estaban las oficinas de Nextel, en el circuito interior.
Las mismas fuentes refieren que compró el edificio en menos de lo que se enfría un café soluble.
(Cuando la burbuja de Gali hizo ¡plop!, Oliva cerró la revista y puso a la venta el edificio).
En esos tiempos también fungió como dueño de La Casona de los Sapos, un hotel boutique donde se halla un restaurante emblemático de Puebla: Maizal.
Cosa curiosa:
Los empleados juran que los dueños son dos hijos de Tony Gali, pero quien aparece como tal —sonriente y satisfecho—es el mismísimo Oliva.
¿Cuántas veces ha viajado a The Woodlands en los últimos tiempos para ver a sus amigos?
Se sorprendería el lector.
Por cierto:
Algo que une a los sobrinos y a los hijos de Gali fue que, antes de mudarse a La Vista, todos eran clase media del tipo Estrellas del Sur.
Y más: todos pasaron por el Instituto México, ubicado en ese mismo fraccionamiento.
¡Qué belleza!
¡Cuánto aspiracionista exitoso en la llanura!
El informe de la rectora. Un primer atributo del informe de la doctora Lilia Cedillo, rectora de la BUAP, fue la austeridad.
Lejos de la pompa aldeana de algunos exrectores, la doctora Cedillo dio un informe sin extravagancias y frivolidades.
Maratonista consumada, la rectora terminó el informe como lo inició: sin retóricas huecas ni promesas vacías.
Los datos que ofreció hablan del cambio que se vive en la universidad.
Desde la primera fila, algunos exrectores del pasado reciente vieron con envidia cómo se construye el verdadero cambio.
Y es que, a diferencia de sus antecesores, la rectora no le juega al futurismo político: no quiere ser alcalde ni diputada, ni gobernadora.
Sólo quiere perseverar en algo: en su trabajo en Rectoría.
Desde sus sueños rotos, también en primera fila, la veían dos rectores ligeramente frustrados: el de la UPAEP y la de la Udlap.
Qué lejos están ellos del cielo bajo el que se mueve la doctora Cedillo.