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jueves, noviembre 21, 2024

Sobre el placer de leer y escribir

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No me hagan mucho caso, pero el otro día leí en una página web que durante el proceso de escritura se activan más de treinta áreas cerebrales. Tiene lógica, pero aún no confirmo el dato en una fuente médica autorizada, quizá más tarde investigue sobre el tema en Science. De lo que no tengo duda es que la lectoescritura es una actividad compleja que requiere lenguaje, memoria y motricidad; vista y oído; pensamiento, percepción del tiempo y el espacio; razonamiento e imaginación. Son tantas las voces que vienen a la mente cuando uno escribe, tantas las cosas que vienen a la idea, que treinta zonas cerebrales parecen pocas para conducir todas las descargas eléctricas que terminarán formando palabras letra por letra con cierto orden, sentido y sensación de felicidad.

Andaba en esas cavilaciones sobre las aportaciones de las neurociencias para la comprensión de la vida cotidiana cuando llegó a mis manos el libro de Elena Ferrante titulado En los márgenes. Sobre el placer de leer y escribir, publicado por Lumen, en su serie Ensayo, a principios de este año. Un volumen que integra cuatro capítulos pensados originalmente como conferencias o lecturas magistrales en los que la autora de El amor molesto, La amiga estupenda y La vida mentirosa de los adultos reflexiona sobre la lectura y la escritura.

En “La pena y la pluma”, se habla de dos tipos de escritura, una “condescendiente” y otra “impetuosa”, sugiriendo que una misma actividad entraña la tensión entre la habilidad técnica que produce documentos con corrección gramatical y la pasión que hurga en lo humano e irrumpe de pronto como una revelación. En todo, caso la redacción es una tarea de cierta dificultad que hace pensar en la necesaria existencia de un aprendizaje formal que resulta del conocimiento gramatical y las horas de práctica, plana tras plana; pero que debe complementarse con una alfabetización literaria rica en lecturas y experiencias, en este caso, o una alfabetización académica cuando se opta por una formación profesional seria. O, como apunta la escritora: “empecé a pensar explícitamente que tenía dos escrituras: una que se había manifestado desde la época escolar, y que me había garantizado siempre las alabanzas de los profesores: muy bien hecho, llegarás a ser escritora; y otra, que asomaba por sorpresa y se eclipsaba después dejándome insatisfecha”.

“Aguamarina”, el segundo capítulo, nos recuerda que “eso que llamamos ‘vida interior’ es un destello constante del cerebro que quiere materializarse en forma de voz, de escritura” y, desde esta inteligencia, el realismo literario resulta ahora imposible. De ahí que “hace más de treinta años me dije —apunta—: tratar de decir las cosas tal como son puede resultar paralizante, puesto que la suma de los innumerables fracasos y lo casual de los rarísimos éxitos puede llegar a convertirme en sorda, muda, nihilista; intentaré decirlas como pueda y, quién sabe, quizá tenga suerte y las diga tal como son”. Y esta decisión sustenta la poética de sus novelas.

En “Historias y yo”, la tercera conferencia preparada para el Centro Internacional de Estudios Humanísticos Umberto Eco, partiendo de la lectura de Emily Dickinson y Gertrude Stein, Ferrante se adentra en el tema de la escritura desencadenada por otra escritura. Quien escribe encuentra sus motivos en la pasión amorosa, en la vida diaria y en el trauma, en la felicidad anhelada o en la desgracia inevitable; pero sobre todo, en las páginas que otros han dedicado a estos temas. Se escribe sobre lo que ya está escrito. Falseamos en busca de certezas. “Inventamos ficciones con mayor o menor habilidad no para que lo ficticio parezca verdad, sino para llegar a expresar con absoluta fidelidad la verdad más inenarrable a través de las ficciones”. Y, también, como suele decirse en la academia: escribimos para aprender, no para enseñar.

El libro concluye con “La costilla de Dante”, donde se resalta la capacidad del autor de la Divina Comedia para “situarse en el otro y pivotar, al mismo tiempo, sobre el yo autobiográfico”, y se le reconoce como un precursor de todos aquellos que cuentan con “el afán de desnudarse de sí” y mantienen “el sueño de convertirse en el otro sin obstáculos”, como un personaje, que aviva el deseo de escribir hasta conseguir, con paciencia, a la Beatriz definitiva.

En los márgenes es un libro que, lejos de la teoría literaria y la erudición innecesaria, acerca al lector con la escritora y sus escrituras. Así, con una prosa sencilla y sincera, ágil y amena, el lector atestigua el reconocimiento de la vocación narrativa como epifanía, como decisión personal, como aprender haciendo, ya que se admiten las influencias, se declaran las apuestas personales y se comparten las ideas que se tienen en mente, como aquello de que “la escritura auténtica no es un gesto elegante, estudiado, sino un acto convulsivo”, “quien narra es siempre un espejo deformante”, “escribir es apoderarse de todo lo que se ha escrito y poco a poco aprender a gastar esa enorme fortuna”, por ejemplo.

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