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jueves, noviembre 21, 2024

Integrante del Sonido Latino de Puebla se convirtió en migrante gracias a la música

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Érika Nieto | Exilio.mx

Hace 20 años, el Sonido Latino de Puebla y su amigo Ramón Rojo, fundador del Sonido La Changa, llevaron a Sergio Azucena, mejor conocido como El Moreno, a una gira muy exitosa por Estados Unidos; sin embargo, reconoce que la ciudad de Chicago siempre estuvo en su mente, pero sobre todo en su corazón, así que cuando estuvo ahí, ya no pudo soltarla. Hace unos días, recibió su green card después de un tortuoso proceso de 5 años y lo festejó abrazando a sus hijos, viajando a la ciudad de Puebla en cuanto recibió la autorización para salir del país, después de casi dos décadas.

En entrevista con Exilio e Hipócrita Lector, Sergio Azucena narra lo agradecido que está con Estados Unidos por la generosidad laboral y con la religión que lo adoptó durante su estancia en ese país liberándolo del alcoholismo mientras lo regresaba a la música, una de sus más grandes pasiones.

 

Siempre tuve en el corazón a Chicago

En los años noventa Sergio Azucena Popocatl era un “ingeniero de barrio” en el famoso Sonido Latino de Puebla. La música corre por sus venas y como parte del ambiente musical sonidero conoció al que después se convirtió en su amigo, Ramón Rojo Villa, fundador del Sonido La Changa, originario de Tepito, en la Ciudad de México, y quien años después lo invitaría a acompañar al grupo en una gira por Estados Unidos.

Aunque el “ingeniero de barrio” tenía como sueño conocer la ciudad de Chicago algún día, no tenía como meta principal migrar a Estados Unidos, el trabajo como “sonidero” cubría sus necesidades básicas y las de su familia. En ese momento estaba casado y tenía ya cuatro hijos, la más pequeña, Andrea, apenas recién nacida.

Semanas después, el Sonido La Changa viajaría nuevamente al norte, tenía contemplados en la agenda a diversos estados norteamericanos y Sergio Azucena recibió nuevamente la invitación por parte de Ramón Rojo para viajar. Cuando Azucena Popocatl escuchó la agenda de eventos que terminaban en la ciudad de Chicago, aceptó inmediatamente.

“Primero visitamos Los Ángeles, California, pero llegar a Chicago y ver esa gran ciudad fue maravilloso, mi sueño se estaba cumpliendo, siempre tuve en el corazón a Chicago y estaba muy feliz. Tuve la oportunidad de pasar más días en ese lugar porque surgieron contratos extras”, narra con los ojos llenos de alegría.

Desafortunadamente vino el ataque terrorista al World Trade Center aquel fatídico 11 de septiembre de 2001 y no solo se vieron obligados a regresar, sino que fueron canceladas las visas del grupo cuando la autoridad norteamericana se enteró que habían trabajado con visa de turista, una de las mayores prohibiciones en ese país.

Cuenta que al regresar a México se vio obligado a vivir con el dinero que obtuvo trabajando en la Unión Americana ante la crisis que se vivía en nuestro país por la situación económica que se endureció con el cierre de fronteras luego de la caída de las Torres Gemelas.

Así que decidió regresar “al norte” pero migrando sin documentos, cruzando la línea a pie apoyado por polleros.

“Pégate al guía cuando cruces la frontera”

En entrevista vía Zoom desde la ciudad de El Paso, Texas, donde esperaba con emoción el llamado para recibir su residencia permanente, Sergio Azucena recuerda uno de los momentos más complicados que vivió cuando decidió regresar a Estados Unidos, pero ahora sin documentos y para permanecer durante tiempo indefinido. Su meta estaba muy enfocada en regresar a Chicago y ahí ponerse a trabajar.

“Cuando crucé la frontera, por una garita en Tijuana, recordé que otros migrantes me habían aconsejado que me pegara al guía, y no me lo tenían que repetir, siempre me pegué al guía, hasta adelante. Y eso me salvó. Mientras cruzábamos se me atoró el pantalón en uno de los alambres de la reja que era de 3 metros de altura aproximadamente, se me rompió el pantalón desde la cintura hasta el tobillo, quedé colgado y, por ir hasta adelante, los guías y otros migrantes me ayudaron a soltarme y a continuar con mi camino.

“Al poco rato, nos dimos cuenta que a los que iban hasta atrás del grupo los habían detenido y algunas personas, que no definíamos si eran policías o civiles, los detuvieron a golpes y ya no pudimos hacer nada por ellos, únicamente los primeros cinco del grupo pasamos, el resto se quedó atrás y fueron deportados a México”, comentó.

 

La religión lo rescató del alcoholismo y regresó a la música

La soledad, las malas compañías y el arduo trabajo hacen del alcoholismo uno de los vicios más recurrentes de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, según reconoce Azucena Popocatl.

“El migrante mexicano es muy querido en Estados Unidos, la gente sabe que son muy trabajadores, que saben hacer las cosas, pero también sabe que muchos son borrachos y que se refugian en el alcohol para pasar el tiempo o para olvidar el dolor de estar lejos de su familia”.

Explica que la comunidad migrante es muy solidaria con todos aquellos que recién llegan al país, por lo que es muy común que se organicen reuniones donde, con muy pocos recursos, todos tienen acceso a grandes cantidades de alcohol.

Como muchos otros, él también cayó en el alcoholismo, vicio que le afectó de diversas formas. Aunque deja muy en claro que su rendimiento laboral nunca se vio comprometido, porque procuraba ser muy responsable con sus jornadas diarias.

Hasta que, por razones del destino, recuerda que encontró una iglesia de origen puertorriqueño donde fue contratado para resolver algunos problemas con el sonido usado durante las reuniones de los feligreses y donde, tiempo después, conoció a la que sería su esposa.

Conforme pasaron los días fue arropado por la iglesia, influyéndolo de tal forma que el alcoholismo desapareció de su vida por completo, le ofrecen la oportunidad de retomar la música tocando los ritmos caribeños que ahí se escuchaban, pero ahora, en modo de alabanzas.

“De un día para otro dejé de tomar, dejé el vicio, aunque nadie podía creerlo”, afirma.

“Siempre me dolieron mis niños, siempre, siempre…”

Sergio Azucena reconoce que uno de los dolores más grandes que tuvo que enfrentar cuanto tomó la decisión de permanecer en la Unión Americana fue estar lejos de su familia.

“Mi vida empezó a cambiar, la vida en Estados Unidos es muy buena, es muy linda, hay mucha provisión, mucha bendición, pero también hay mucho sacrificio, yo te puedo contar que hay gente que tiene tres trabajos, que migran y trabajan duro durante dos o tres años para construirse una casa en México y se regresan, pero después se arrepienten ante la crisis económica en nuestro país y deciden volver a Estados Unidos”, comenta.

Con pesar, recuerda que el trabajo en Estados Unidos fue una de las razones por las que su matrimonio terminó.

“Como en la mayoría de matrimonios donde llega un quiebre y ya no hay relación eso sucedió con la mamá de mis muchachos, pero siempre hubo una relación de respeto”; pese a ello, aclara, nunca se convirtió en un “hombre sin escrúpulos” que se olvidara de su familia en cuanto empezó a ganar en dólares, pues siempre se hizo cargo de sus hijos.

“Siempre me dolieron mis niños, siempre, siempre, siempre, hasta ahora, pero cuando entendí que mi vida espiritual tenía que tomar parte importante de todas mis decisiones y de mis emociones lo entendí. Cuando yo entendí mi paternidad con Dios, dije, quiero ser un papá como tú, yo no estoy con ellos, sigo siendo un inmigrante, pero quiero ser un papá cercano a su corazón y empecé a trabajar en eso.

Lo único que yo les diría a mis hijos es que, aquí estoy, que nunca me fui, sé que les hice falta durante mucho tiempo, sé que no estuve en sus graduaciones, y todo eso duele, si me duele a mí imagínate a ellos y así me lo han expresado”.

Con la voz entrecortada Sergio Azucena reconoce que se siente mal por sus hijos pero que siempre tendrá como mayor consuelo ser, hasta la fecha, un buen proveedor para ellos.

“Me siento mal por mis jovencitos, no haber estado ahí para que no tomaran esa mala decisión, para que no hubieran pasado esa experiencia dolorosa, para que no hubieran cometido errores, para que los hubiera abrazado en sus cumpleaños, pero te queda el consuelo de que por lo menos proveíste, ese es un gran consuelo y que siempre estuve ahí para ellos. Me sé controlar mucho más que antes, pero no deja de doler todo ese tiempo”.

Cinco años para lograr la green card

A su actual esposa la conoció en la iglesia que lo arropó y que tanto consuelo le ha enseñado a su vida, ella es nacida en Estados Unidos, pero de familia migrante. Sergio Azucena comenta que, poco tiempo después de que contrajo matrimonio, su esposa le pidió que arreglara sus documentos, pero reconoce que le pidió esperar más tiempo.

“Mi esposa siempre me decía, ya vamos a arreglar, pero le decía espera, tranquila, y aunque fue un error yo no quería que mi esposa pensara que por los papeles me había casado con ella y pasaron 5 años para que me decidiera a arreglar documentos. Ella es nacida en Estados Unidos, ya hasta después entendí y me decidí a arreglar, lo hemos hecho correctamente, con toda honestidad y transparencia”, explica.

Debido a que enfrentó algunos obstáculos con documentos que le solicitaban y a que después la pandemia obligó al cierre de consulados y demás oficinas, el proceso para tramitar la residencia permanente duró cinco años. Pese a ello, agradece que en su camino encontró a un abogado de la religión que profesa que no le cobró la primera parte del proceso pues en su mayoría tenía que hacerlo en línea. El resto del proceso le resultó también muy accesible en costos, a pesar de que los migrantes pagan entre 7 y 8 mil dólares por el trámite para solicitar la residencia permanente.

“Pero un día, cuando menos me lo esperaba, nos llegó la notificación, primero de Estados Unidos de que había sido aceptado el proceso, pasaron algunos meses, hasta que hace dos meses me dijeron que el proceso había sido aceptado en Ciudad Juárez, me emocioné mucho, pero voy a gritar cuando tenga mi green card en las manos”, narra con gran esperanza.

Reencuentro con hijos dos décadas después

Las lágrimas, los abrazos y las palabras de amor se desbordaron cuando, después de 20 años, Sergio Azucena y sus cuatro hijos se reencontraron.

Es cierto que nunca perdió el contacto con su familia, que las llamadas por teléfono eran constantes, pero conforme fueron creciendo y la distancia pesando un poco más, las redes sociales “amortiguaron un poquito, amortiguaron bastante”.

“Aprendí a tener mucha paz, a controlar muchas de mis emociones, al conocer la palabra del señor, mis decisiones se hicieron más maduras y pude mantener la cercanía con mis hijos”, afirma.

Sergio Azucena, recibió su green card el pasado 20 de julio y lo primero que hizo fue tomar un avión y viajar a Puebla para abrazar a sus hijos, después regresó a Chicago con la promesa de iniciar muy pronto los trámites de cada uno de ellos para llevarlos a conocer el lugar desde donde, durante los últimos veinte años, soñaba con mirarlos nuevamente a los ojos.

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