A menudo los contenidos en la prensa incluyen un coctel que mezcla fantasía con realidad.
Atractivo o no, interesante o aburrido, ameno o confuso, lo que se dice o se escribe se enfrenta a una seductora perversión que conduce a la verosimilitud. La terquedad de la realidad nos recuerda que lo que se quiere, o quisiera que fuera, no siempre es viable ni con el rigor del análisis o la interpretación del periodista, ni con la honestidad que el simple sentido común pudiera dejarnos observar o percibir.
Y es que hemos dejado de vivir en la información. La comunicación es ahora lo dominante. Mensajes impresos en papel o en sonido, video o redes que solo buscan imponer órdenes o instrucciones para obedecer.
Así de una nota que se deseaba siempre fuera informativa o en otras entregas periodísticas, sin darnos cuenta, por la habilidad del redactor o productor audiovisual, consumimos propaganda o publicidad. De eso, parece que se trata de los lectores no nos demos cuenta del verdadero interés que promueve una información, un reportaje, una crónica, un artículo o una columna en prensa, en todas sus versiones, ahora posibles por la tecnología.
A los lectores nos gusta la magia de la seducción, y la flojera de indagar, o conectar hechos que a veces tenemos a la vista. Preferimos construir una autoridad en el debate público con la elegancia que nos diferencie de la opinión simple, mediocre y colectiva. Por eso, compartimos la autoridad ajena, de quien, “líder de opinión” dejamos nos conduzca por los caminos de la interpretación, no siempre honesta, no siempre pertinente, de lo que vemos, oímos, o de los que ellos ven, oyen, y quieren que entendamos y aceptemos Así construimos una hipocresía conjunta, cuyos productos hasta creemos y defendemos como verdad verdadera.
Quizás no sea flojera, a lo mejor, el poco tiempo de libertad que disponemos para conocer, o la incapacidad cultural, educativa y laboral son lo que nos impide ese ejercicio que debería ser cotidiano y aplicable a todo lo que pasa en nuestro ecosistema social y nos hace más fácil, preferir construir un ecosistema virtual, en donde por la irresponsabilidad de no investigar, también los lectores nos convertimos en actores cómplices de la imaginación ajena, porque siempre será mejor buscar contenidos que nos permitan, también como lectores, mezclar un poco de la fantasía con la que subjetivamente quisiéramos, vivir o convivir y no la pobreza de las condiciones en las que, realmente vivimos.
Así, en una complicidad que aceptamos válida y hasta útil, reporteros, cronistas, columnistas y lectores nos adentramos en un mar construido a la oportunidad para huir de una realidad que asfixia, aprisiona, impide y cansa por la voluminosa obesidad de la cantidad de contenidos o por su perversa ejecución de intereses ajenos al del lector, que finalmente nos hace sumisos, dependientes de los que otros nos interpretan o traducen de una realidad, a la que por flojera o incapacidad personal; dejamos conduzca la debilidad de nuestras emociones hasta convertirla en razones para pensar, discutir y hasta actuar.
Construimos una hipocresía mutua que nos identifica, une y fortalece. Hipócrita el que escribe o produce comunicación porque siempre filtra su personal interés, o el interés de quien lo utiliza para hacernos creer una verdad que, por sí sola no se sostendría. Hipócrita el que les da valor y credibilidad. Los dos buscamos un mundo diferente que parte de lo que hay para llegar a lo que queremos que haya y en el cual mandamos los que, en la vida verdadera, solo obedecemos.
Somos, sin que lo sepamos, escribas y fariseos del espejo de nuestra propia historia.