Primera Parte
Primer sonido. Casi en el mismo momento; entra el siguiente, luego se empalma otro, desplaza el siguiente y al que sigue. Comienzan a revocar las consonantes complejas, las simples, las africadas escupen ritmo. Salen las consonantes fricativas, las laterales, llegan con medio segundo de punto de articulación las sibilantes y las retroflejas mastican las estrofas mientras se enderezan y aspiran en sucesión. Dos glotalizadas interrumpen, cambian la frecuencia con una nueva aspiración, expiración, aspiración. El oscilograma revienta, el beat está conectándose con su propio pulso. Una intermitente y súbita ola de fonemas surffeando en el aire. Melodía difusa, precisa, ritmo del ghuetto o de la historia.
Escuché el beatbox por primera vez en la Ciudad de México, esta experiencia sucedió en vivo. Ómicron es su nombre como rapper o beatboxer. Al momento de escucharlo por mi mente pasaban desfilando los fonemas de las lenguas del mundo. Reconocía algunos puntos de articulación, pero al momento me dio pena decir todo lo que mi mente estaba detectando al escuchar algo que mucha gente denigra por pensar que simplemente son “vagos haciendo ruido”.
Dudo mucho que las personas que hacen críticas del hip hop se atrevan a pronunciar las vocales del francés, del portugués, del chino mandarín, o las complejas nasalizaciones del del nguiva, del Ñäh ñüh o qué tal las sutiles aspiradas y modestas glotales del quiché.
Pues un beatboxer tiene esta capacidad desarrollada. Me gusta imaginar que la gente que puede improvisar con su voz es más capaz de aprender cualquier lengua del mundo, incluso de nuestras complejas lenguas indígenas.
Al escuchar a un beatboxer me impresionó de primera instancia, el manejo de sus entonaciones sin tener que hablar. Solamente emitiendo sonidos con lo que los lingüistas llamamos puntos y modos de articulación.
En el laboratorio de fonética he logrado ver la gráfica y los decibeles en la frecuencia de las lenguas indígenas que estudio. Se siente como cuando un médico examina la radiografía de un paciente para entender su composición. Pues ya se imaginarán lo que pasa por mi mente cuando escucho el beatbox o el freestyle. Los fonemas y los fonos pasean de un lado a otro como cuando veo los oscilogramas de las lenguas del mundo graficando la relación entre los valores de presión sonora, o tensión y su propia potencia.
El beatboxer y el freestyler son expositores concretos de lo que los lingüistas llamamos Alfabeto Fonético Internacional: una tabla donde están clasificadas las vocales y consonantes de todas las lenguas registradas a lo largo de la historia. En pocas palabras, son los sonidos del habla humana registrados y categorizados para reconocerlos cuando se analiza una lengua y para crear gramáticas escritas.
No es muy difícil de comprender, para decirlo en pocas palabras es un alfabeto donde están todas las letras del mundo en una tabla. Como la tabla periódica de los elementos químicos, pero de las consonantes y vocales que pueden pronunciar todos los hablantes del mundo. La única diferencia es que un beatboxer sí lo hace y tú no, tu sólo pronuncias las consonantes y vocales que están en el repertorio fonético de tu lengua y de las lenguas que hables.
Por ejemplo, en español sabemos que existen 5 vocales y que el inglés es considerado un idioma con uno de los sistemas vocálicos más complejos debido al repertorio de 8 vocales simples, tres vocales inexistentes en el español y cuatro diptongos; lo que da un repertorio de 20 fonemas distintos en comparación con el español.
En la lengua náhuatl existen consonantes complejas como el grupo /tl/ que un beatboxer está bastante acostumbrado a articular. Pues lo hace generalmente para cambiar de un scratch a otro.
Existen diferentes tipos de scratch, que refieren a la técnica de un DJ para producir sonidos característicos por medio de los movimientos de un vinilo sobre su base, moviendo de atrás hacia adelante al mismo tiempo que se manipula el crossfader en la mesa de mezclas. El crossfader es el efecto de transición que funde una canción con otra.
Algo de lo que un hablante del náhuatl, que es experto en consonantes complejas como el grupo /tl/, se sorprendería; es que un beatboxer ocupa la mano imitando la letra L y la coloca en los labios para generar los scratches.
Gracias a la habilidad que estos artistas generan y practican, únicamente con el aparato fonador, que comienza en el aire que sale del estómago, pasa por el diafragma y culmina en los labios; pueden imitar no solo sonidos del habla humana, sino sonidos electrónicos bajo la maravillosa capacidad de mantener un ritmo y, sobre todo, darle la base al freestyle y al público una conexión musical, callejera, subcultural y contestataria que pocas veces se comprende desde su complejidad artística.