El diputado Ignacio Mier Velazco —miembro conspicuo de la trama Mier-Rueda— convocó al gobernador Miguel Barbosa Huerta a abstenerse de intervenir en el proceso de renovación de la dirigencia estatal de Morena.
Lo dice quien fue un fiel sacristán en el sexenio de Manuel Bartlett Díaz, su jefe y mariscal de campo, y por quien comió hasta el exceso las hostias que le dieron en Casa Puebla.
Con Bartlett fue obediente hasta la ignominia en los cargos que le dio: una diputación local, primero; la dirigencia estatal del PRI, después, y una diputación federal, en el tramo final del sexenio.
La virtud de Mier en esa época fue que practicó una obediencia perfecta.
Y eso se notó en todas sus acciones.
Lo suyo no fue una sana distancia, sino una insana cercanía.
Pero Bartlett tenía un personaje clave en esa trama que servía como jefe inmediato de Mier: el vicegobernador Jaime Aguilar Álvarez.
Juntos formaron un trío morboso.
Uno, el gobernador, daba las órdenes.
Otro, el vicegobernador, las bajaba.
Y uno más, Nacho Mier, las ejecutaba.
Incluso, Bartlett y Aguilar Álvarez fueron quienes lo eligieron para hacer un papel poco decoroso en la contienda interna del PRI para suceder al hoy titular de la Comisión Federal de Electricidad.
Y es que lo nombraron, de facto, coordinador de la campaña de José Luis Flores Hernández.
A los yerros naturales de Mier —quien venía de haber perdido medio estado en las elecciones intermedias del gobierno de Bartlett— se sumó el pragmatismo del jefe, una vez que tras leer las señales del presidente Zedillo optó por abandonar a Flores Hernández y, en consecuencia, al propio Mier.
Tragar sapos es un arte de los de abajo.
Eso hizo nuestro personaje cuando Melquiades Morales Flores ganó la candidatura a Casa Puebla.
Mier, entonces, siguió calentando su curul sin pena ni gloria.
Luego vinieron dos cosas: el exilio y la apuesta por el rector Enrique Doger, a quien convenció de ser su asesor.
Para esa época, Nacho ya se había mutado en Bartlett.
Hablaba como él, movía las manos como él y fraseaba como él.
Ya se sabe que en política el arte de la imitación no es precisamente una virtud: es el consuelo que les queda a los discípulos menos avanzados para quedar bien con el maestro.
(Un discípulo avanzado de Bartlett sí lo fue Jorge Estefan Chidiac, a quien Nacho Mier ha envidiado siempre).
Hoy por hoy llama sobradamente la atención que Mier le pida al gobernador que no intervenga en el proceso de renovación de la dirigencia estatal del Morena.
Suena tan parecido al senador Ricardo Monreal en la trama de las Corcholatas que da algo así como pena ajena.
Y hasta el propio Alejandro Armenta ya le dio su coscorrón.
Es lo que hay, como consecuencia de un golpe traumático ocurrido la tarde del sábado 21 de mayo, y que tiene que ver la célebre trama que lleva su nombre.