16.2 C
Puebla
viernes, octubre 10, 2025

Noroña: el tiempo le pasó encima

Publicado originalmente por Carlos A. Pérez Ricart en Reforma, compartimos este reportaje por su relevancia e interés periodístico:

—Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquel?

Fue el año de la cena en el Mayor. No había candidata ni candidato. El bastón de mando no tenía heredero. Unos levantaban la mano, otros el ego. Seis competían -una con argumentos, otros solo con ambición– por la misma mirada de Palacio.
Me acuerdo, no me acuerdo. No fue hace tanto, pero para Gerardo Fernández Noroña el tiempo no ha pasado; le ha pasado por encima.

A López Obrador nunca le gustó demasiado el aspirante del PT. Veía en él más ruido que disciplina, y sospechaba que su rebeldía era menos ideológica que temperamental. Tenía razón el viejo.

El Presidente -ya lo sabemos- prefería a los fieles, no a los fielmente inconformes.

A fuerza de resistir, sin embargo, Noroña compitió por el bastón de mando. Peleó. De agitador de pasillos pasó a figura de templete. El percusionista y aprendiz del foso se convirtió en primer violinista.

En ese tiempo, tan remoto que ya parece inventado, el hombre de la guayabera blanquísima brilló. No hacía falta que gritara. Su voz era calma. No tenía micrófonos ni reflectores complacientes. Para la encuesta por la candidatura -desigual, como era- cruzó el país en su camioneta, el Noroñabus. Para la gasolina, vendía libros. Magnífica ironía: la palabra escrita movía al hombre que un día dejaría de reconocerse en su propio guion.

¿Qué año era aquel? Tal vez fue 2023. Parece otra era.

Lo veo -ay- abriéndose paso entre multitudes, rebosando convicción como quien derrama café en una mesa de plástico y ni siquiera interrumpe la frase.

Hablaba fuerte contra el dispendio de Adán, las vacilaciones de Marcelo y la ventaja estructural de la candidata favorita.

Noroña es pueblo“, decía el lema de su campaña, y por un momento lo creímos.

Aquel año. ¿Qué año era aquel? Noroña -sin ganar- ganó.

· · ·

Pero el poder -ese ácido lento- terminó por decantar los bordes. No cambió al político; solo lo develó. La rebeldía se convirtió en arrogancia y la denuncia en eslogan. En apenas 365 días, el luchador Fernández Noroña pasó de ser la voz del pueblo a su eco más lejano.

El pasado fin de semana, para conmemorar el aniversario de su transfiguración, el senador recurrió a lo épico.

Trazó su ruta con la precisión de un meteorito y emprendió vuelo en un avión privado rumbo a Coahuila. ¡Ay, Ícaro: cada siglo te fabrica alas nuevas!

Noroña pretendió ser más rápido que su ambición. Quiso ser puntual con la historia y terminó llegando tarde al pudor: en seis horas gastó más del doble de su salario mensual bruto como senador. 280 mil pesos.

El que hace dos años recorría el país en su Noroñabus -“porque ahí está la gente”-, hoy despega en avión privado -“porque el tiempo apremia”. La transformación prometida elevó al político, pero no a su causa.

Como tantas veces con él, la mitad del escándalo fue el acto y la otra, la torpeza de su defensa. Primero culpó al gobierno de Coahuila por “filtrar los videos”. Luego, tras perder la compostura con un reportero, bromeó -o eso quiso- que el viaje lo había pagado Ricardo Salinas Pliego.

Si uno tuviera humor, podría pensar que se trata de una instalación artística sobre la metamorfosis del poder. Para Noroña, sin embargo, se nos ha terminado el humor.

No es, desde luego, el primer desliz. Antes hubo otros signos de desconexión. Está de más nombrarlos. Ya mucha tinta se ha gastado en los excesos de quien fue víctima profesional del sistema y terminó convertido en su alegoría más cómoda.

Mejor gastar la tinta sobrante en decir lo obvio: el pueblo -esa palabra que Noroña desgastó de tanto usarla- no viaja en avión privado, no renta horas de vuelo a cuarenta mil pesos. El pueblo hace fila, carga mochilas, y aún cree, ingenuamente, en quienes dicen representarlo.

¿Qué año era aquel?

Recuerdo el lema grabado en las cartulinas de las casas humildes: Noroña es pueblo. Hoy la frase suena como epitafio.

· · ·

Doce meses han bastado. Los escoltas de Claudia Sheinbaum en la carrera presidencial tuvieron tiempo suficiente para mostrarse tal como son: más sombras que luces.

Adán, Ricardo y Gerardo terminaron siendo, sin sorpresa, exactamente lo que siempre fueron. El cuarto de a bordo, Marcelo -que entonces vaciló- hoy acompaña con disciplina a la Presidenta.

El tiempo, infalible juez, ha puesto a cada quien en su lugar.

Noticias relacionadas

Más leídas

Más artículos