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miércoles, octubre 1, 2025

Vuelen, Conejos, no dejen de volar

La autobiografía encubierta de Juan Gerardo Sampedro

Por María Isela Sánchez Valadez

“Todos somos responsables de todo y de todos,

yo más que otros” Dostoievsky.

 

Un día de 1998, un señor me dijo Correrá un Conejo de papel por aquí, por allá, por todas partes. Y yo le creí. Inicio una escuela, una enseñanza, un acercamiento al ejercicio de producir un periódico cultural desde cero. Iniciaron los números de prueba, y el Conejo corrió. Y con él la columna de Juan Gerardo Sampedro. Estuve ahí primero como capturista de textos y aprendiendo la corrección de estilo, luego como correctora, más delante planeando y coordinando cada número. Mi estadía llegó hasta el 100 y un poco más yo me tuve que ir pero el conejo sigue corriendo.

Ahí nacieron estas crónicas periodísticas que son también cápsulas de tiempo, que son a su vez testimonios, memorias vivas, viajes al pasado o al futuro según sea el caso, incluso viajes al presente, al momento simultáneo de emociones sincronizadas o sentimientos paralelos, paseos por ciertas disciplinas de la ciencia o simplemente hermosas cartas de despedida.

A los conejos les salieron alas y ahora se disponen a volar. Cada texto encierra en sí mismo un enigma, podemos encontrar aquellos en los que se discuten los temas del insomnio, las cefaleas, los acufenos; podemos encontrar mini biografías de criminales, asesinos seriales, gente rara que al autor le gusta darnos a conocer por su incansable enigma sobre de ¿dónde viene el mal?

Anecdotarios de infancia y adolescencia, aspectos de la ciudad ya sea Puebla o Zacatecas, la play list incluida para avalar cualquiera de estos tipos de crónica, retención de los seres que se aman y se van y se retienen con la memoria y las palabras, recuerdos de amigos perdidos, personajes célebres que solo el autor les afina la celebridad. Objetos peculiares o imágenes postales descritas con sinceridad. Los conejos que vuelan se llevan en sus alas de papel pedacitos del tiempo del autor.

Leer libros así te obliga a detenerte, a buscar, a escuchar, a sentir. Detenerte en el autor del que se está hablando, buscar las novelas o los libros para sumarlos a tu lista de pendientes por leer, escuchar las canciones citadas si es posible un par de veces para que, influido con esas músicas puedas transportarte a la sala de su casa de los setentas ante la misma consola vieja y con la escasa luz de la pista para bailar con Victoria y cantar con Guada o al revés,  correr por su calle que es la calle, gastarle bromas a los transeúntes, mirar los aparadores de las tiendas, mirar por las azoteas, mirar en la escuela, mirar desde el autobús, mirar por la ventana del viejo y del nuevo departamento de Puebla, mirar por los ojos del autor en la prepa, mirar a papá que compra zapatos nuevos, mirar a mamá They que regaña porque se han mojado los zapatos nuevos, mirar a cada tía que cuida, enseña y protege, mirar a cada amigo que llega a la vida para algo nuevo dejarnos al partir…

Mirar la criminología cómo avanza, mirar a los asesinos cómo avanzan, mirar la psiquiatría y la psicología como avanzan, mirar la medicina como avanzan, el hombre de ciencia también se cultiva en su saber.  Mirar la televisión cómo no avanza, mirar la radio cómo suena, mirar las ciudades cómo cambian, mirar a sus habitantes, a algunos más que otros, sobre todo a aquellos que nadie quiere ver, como el señor del costal que vende fierros viejos afuera de la iglesia del Sagrado Corazón, o como a Martina y su esperanza postergada; como a David que no dormía hasta que se durmió para siempre; mirar, mirar y mirar…

El periodismo cultural agranda el alma y ensancha la mirada… mirar libros que nunca has leído, mirar el ruido que ensordece: acufenos que zumban demasiado; mirar la nostalgia del ayer, mirar gente nueva que conoces porque se ha muerto pero que mantiene una vida que puedes atreverte a mirar. Mirar la transformación de las ciudades que a su vez transforman al autor. Mirar al escritor escribiendo y ser testigo de su transformación.

Estas crónicas te permiten también palpar, escuchar, conocer… y cada autor despliega su abanico de temas, en este caso:

Pajareros; cerdos y una cuidadora amorosa y especial; alcancías; un cartero también amoroso, vinos clandestinos en la Puebla de los Ángeles, principios y finales de novelas, gente que trasgredió límites, plagas de erratas como cucarachas, El corazón solitario de Carson MaCullers y la certeza de que escribe para ti y tienes el pendiente de leerla porque tú también tienes un corazón solitario; la pobreza afianzada por la tele incluyendo sus Talk Shows que a algunos como a Colo arrullan y lo ayudan a dormir; más de doscientos años de poesía americana e hispanoamericana cada una por separado, vastos, diversos y multiculturales como mirlos y aullidos de Wallace Stevens y de Allen Ginsberg; o el recuento de los perros para festejar los años cumpliéndose en el mundo salvaje.

Grandes temas que van desde una neurosis desde el siglo XVII de la que nadie nombra sus sombras hasta el sistema de la criminología y algunos de sus máximos representantes, desde la mataviejitas hasta Charles Manson, pasando por Moti el egipcio desquiciado solo porque le hablaron en inglés; Castilla del Pino y sus temas de la culpa y la equivocación en la vida y en la literatura, crayones de colores para dibujarle la mirada a Fernandito, asesinos del alma libres y asesinos del cuerpo encarcelados. Un caníbal, y la parca que se llevó a la Parka. De todos eso hay por aquí, conejos volando a un ritmo extraño que de igual forma necesitan volar.

También hay gente entrañable y anónima que convive con gente de alta talla como Anselmo buscando tesoros en sus horas sobrias, o las inyecciones nocturnas de doña Lencha, o Virginia y Cloe a la par que Toña y su triste pachuco desvelado, o Manolo dudando de que Colo haya ido a Nueva York, todos ellos volando conejitos alegres junto a la temprana despedida para Marilyn Monroe, junto a eruditos de la historia convertidos en amigos, junto a lecciones de vida como las cartas poemas de Julio Cortázar con los Jonquieres, sí, el de Rayuela, afirmando su esencia poética en la prosa.

Y Milos Forman y una trilogía recomendable con Jaques Legoff y su tiempo de Dios alzando alas de papel junto a los Chiu y los Chan, panaderos chinos en Zacatecas. y un momento especial: el momento del dueño del Corre, Conejo, el de las novelas, el gringo, el Updike Jhon el imprescindible para describir su sociedad mirando que sabroso camina Beto Díaz y su orquesta de Provincia. La novela por entregas de la Familia Burrón retratando el instante que somos retratando el instante de otros. Los demás que le dan lágrimas a Carlo Coccioli en paz, mientras Martina es una canción y es un grito inesperado que canta a las nubes o a las estrellas imaginarias y también llora, llora mucho mientras repite mañana, murmura mañana, pregunta ¿mañana?

Rosa María Alejandra del Pilar Inés Gloria y su silencio roto en la música que inunda los recuerdos del autor. El pajarito Moreno conviviendo en un libro con un bat que es arma para cobrar las corridas del taxi cuando así le apetece al taxista sin resquemor, la máquina de escribir que no admite cambios gramaticales digan lo que digan las academias y los linotipos, y las medicinas, y los pescaborrachos, y los volcanes y las peluquerías… Un mundote por sentir en las cróncas de Juan Gerardo Sampedro. La señora Lexotan adelantándose a sus épocas de gloria y fama, epitafios para un cronista de futbol, píldoras para producirnos felicidad en recetas para no morir, racimos de migrañas junto preguntas filosóficas que nos hace el autor ¿Y cómo evitar pues el sufrimiento?; ¿No es muy humano esto: el deseo de ganar, la estimulación de los efectos, el instinto de lucha?

Entre hielo y cajas de madera la penicilina por primera vez, entre las estrellas atendía el macabro boticario, todos buscando la forma eficaz y rápida para que la vida no duela.

Guantes blancos y sombrillas muertas mientras afuera la violencia y adentro un optimista de la vida. Colo, un hippie de pachuli y camisas coloridas con greñas rebasando el hombro regresando a la taza de Nescafé y a las lecciones de su Chelo Holmes particular, reteniendo en sus memorias a sus seres más amados: Paquito leyendo a papá desde el cielo, Ramón recuperado en su ausencia con las travesuras puestas en palabras, recuperando en la escritura a Ana para que siga viviendo y escuchando las aventuras que faltaron por contar; recuperando los peces y el baile y el mundo de la Tía Victoria, recuperando hasta siempre a Pollita, otra hermana que se retiene en las palabras y con la que se espera reencontrarse luego. Recuperando en el amor a los que hemos amado y se nos han ido a las estrellas a brillar. Eso hace Juan Gerardo en las crónicas más íntimas que también saltan como conejos y se disponen a volar.

Hace apenas cinco minutos Juan Gerardo tenía trece años pero nos ha crecido en estos conejos que vuelan ante nuestros ojos y nos ha permitido mirarlo crecer. Quiere aprender a transformar los expedientes hospitalarios en literatura como lo hizo Oliver Zacks, quiere el lenguaje de la inmortalidad instalado en los epitafios como los de Eulalio Ferrer, quiere el humor del despertar de Salvador Dalí y de quien se atreva, quiere del factor desconocido más horripilante la búsqueda del verdadero cielo. Conejo siguió corriendo hasta llegar al número los 100, Colo sigue escribiendo haciendo a los conejos ahora volar. Entre lo humanístico y místico de Sibiuda y su tratado para la felicidad nos arremete en un mundo en el que lo mismo canta una chica mexicana que un baladista argentino de voz profunda, Angélica maría y Leonardo Favio emparentados con Los Carpentiers, Jhon Lennon y Roy Orbison, junto a Serrat y Cat Stivens, la lista es ecléctica y me temo, interminable.

Los Monkiees y el coro de ángeles que le rodea, un actor icono de la contracultura con flores en el pelo que odiaba todo tipo de estupidez y que vivirá para siempre, anécdotas que instauran nuevos clásicos como La hora sin sombra, o nos refieren que se duerme en la Luna, literal, como si fuera un Motel de paso con apariencia de Hotel cuarto menguante. Anécdotas de cómo no comer en un restaurante, de cómo no pasar un examen, de cómo postergar una mudanza, de cómo gastar bromas desde chico, de cómo no salir ileso de vivir. Los desórdenes del fin de otro milenio que para hace mil años estudio Georges Duby y que ahora ¿quién estudia?

Su poética de las palomas, Colo contándose historias a sí mismo para poder dormir, mejor que contar ovejas, libros que generan respuestas sobre las causas de la violencia, libros que generan preguntas y abren caminos para el estudio de las enfermedades, cartas que se escribían para que el amor no muera, personajes retratados para que la esperanza no sucumba en un mundo de inmediatez donde cuesta recordar la calle de la infacia, los libros que se vendían, los fantasmas de las casas abandonadas quizá porque ya no hay infancia en las calles, ni casas abandonadas con fantasmas que las visiten y los libros son objetos que se multiplican y ahora vuelan y se expanden en rubros que mi razón no alcanza a comprender. Minutarios de madrugada. Apuntes de viajes cortos. Anecdotarios de rutinas nada rutinarias, todo atrapado en palabras. Como lo hizo Fayad Jamís, un exótico poeta que resultó zacatecano en un poema precioso que Colo nos deja conocer y nos invita a levantarnos y a ayudar al mundo a despertar.

Vuelan, conejos, y con ellos el testimonio de un hombre y su escritura que son muchos hombres y sus escrituras. Lo que se quedará de uno cuando uno ya no esté. La voz del autor. Sus recuerdos. Sus memorias. Sus vivencias. Para estrujar al planeta, estrujarlo hasta que cambieeeeeee.

Vuelan, conejos, no dejen de volar.

 

*vuelen, Conejos, BUAP, Colección Asteriscos, México, 2022.

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