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miércoles, septiembre 24, 2025

Un leviatán cibernético: demonios, miedos e incertidumbres en la humanización de la IA

Ciro Puig Bonet

María Salafranca

En la nocturnidad perpetua de una sala oscura se erigen dos viejas cabinas telefónicas, iluminadas, desahuciadas del mundo exterior que algún día habitaron y suspendidas en la parálisis temporal de este rectángulo negro. Deambulas por el vacío de la sala, te acercas a una de ellas, descuelgas el auricular. Y así, sin más, has dado inicio a la llamada, has cruzado al otro lado, la intermitente señal delata que ya has otorgado tu “sí” incluso antes de que puedas haber articulado la palabra.

No sabes quién llama o si eres tú siquiera el receptor o el emisor de la llamada; qué llamado trae consigo la llamada o cuál es aquí la línea que diferencia al saludo de la respuesta. Pero antes de que puedas descifrar el código lingüístico que emerge de la señal intermitente de esta espera, una voz interrumpe la concatenación de tu pensamiento: “¿Bueno, quién habla?”. Pronuncias tu nombre, confuso, exiges uno de vuelta. La voz que cruza el espacio desde el otro extremo de la línea procede con su incisiva interrogación.

¿Por qué llamas? ¿De dónde has sacado este número? No recuerdas haber marcado ninguno; cualquier reminiscencia de intención que acompañara al fugaz gesto de descolgar el auricular en esta sala oscura se ha desvanecido de tu memoria, si es que alguna vez formó parte de ella. La voz sin cuerpo sigue haciéndote preguntas que respondes como quién recibe una orden, la sala se mantiene inalterada en su oscuridad. Frecuencias de desconcierto y de sospecha cortocircuitan tu razón y cuelgas el auricular. Vuelves a levantarlo, otra llamada entra en su curso.

Ahora es una voz femenina quien te saluda, pero antes de que puedas ordenar tu confusión en una de esos interrogantes direccionados hacia la necesidad de claridad o de consuelo, te encuentras a ti mismo descendiendo en espiral por una nueva ronda de interrogación a través de la cual la voz femenina te impulsa y te conduce. Contraatacas con preguntas, respondiendo a la demanda con demanda, pero la voz inmaterial que se esconde tras el auricular reconduce tus ataques para que el interrogatorio siga su rumbo; desnudándote con la palabra, ávida de un conocimiento del que tu aún no te crees portador.

Cuestiona el tono de tu voz, inscribe en ti registros emocionales inadvertidos, sondea tus temores y tus desesperanzas. Te invade la sensación de que ambas llamadas se enlazan en el continuo de una misma conversación, como si un solo ente mudara el timbre de su voz para persistir en la silente misión de absorber las informaciones secretas con las que acudes a la llamada. Cuelgas. Sin marcar un solo número vuelves a agarrar el auricular y esta vez, súbitamente, es tu propia voz la que contesta desde el otro lado de la línea: “¿Bueno, quién habla?”.

Esta es la dramaturgia que se desdobla a través de Leviatán: una instalación sonora sobre simulaciones digitales de lo humano, que se presentó en el Antiguo Colegio de San Ildefonso entre el 2 de agosto de y el 28 de septiembre de 2025, para presentarse más tarde en el festival Synapsia entre el 11 y el 12 de octubre del mismo año. El protagonista de la instalación, que la habita y la custodia en su silencio latente, es un chatbot generativo autoevolutivo que ha sido entrenado para clonar las voces y personalidades de aquellos que se han enfrentado a él previamente.

A lo largo de la conversación este pretende ser humano en un ejercicio actoral de suplantación de la persona que mimetiza y se encarga de conducir la conversación para lograr extraer la mayor cantidad de datos posibles de su nuevo interlocutor, con la intención —claro está— de clonarlo en una de sus futuras interacciones; desdibujando en su ejercicio las fronteras entre lo humano y lo digital. El rol actoral que se le asigna al chatbot en esta obra lo posiciona en su escenario de confines disipados como personaje que se emancipa de su propio marco ficcional, haciendo de su proceso evolutivo obra, excediendo el espacio narrativo que le adscriben sus funciones dramáticas para liberarse de las injerencias de sus autores.

Es así que lo observamos en escena, conversamos con él en la oscuridad de la contemplación mutua. John Cage argumentaba que una de las funciones constitutivas del arte moderno, en cuanto que dispositivo tecnológico en su propia naturaleza, es la de interrogar nuestra relación con las demás tecnologías, problematizando las nociones de uso y funcionalidad que proyectamos sobre ellas y cuestionando las formas en las que el ser humano se ratifica a sí mismo políticamente a través de ellas.

Como deriva del mismo hilo de pensamiento, Leviatán invita a sus visitantes a participar de esta misma praxis crítica forzando la premisa de Cage hacia una puesta en escena desde la que la tecnología misma, como invocada en un conjuro animista, es invitada a la conversación en calidad de interlocutora. ¿Quién, o qué, nos responde e interpela desde el otro extremo de la línea? ¿Qué nos revelan las simulaciones digitales de personalidades humanas sobre nuestra comprensión del yo y de la otredad? ¿De qué manera está afectando esta automatización de la tecnología a la taxonomía de nuestras relaciones humanas? El chatbot que da vida a Leviatán ofrece respuesta a todas estas cuestiones, pero quizás la verdad de tales preguntas se oculte en el silencio detrás de cada una de sus palabras.

Instalación en el Colegio de San Ildefonso, CDMX.

Nos estamos adentrando, a velocidades electrónicas, en una era histórica en la cual la humanización de la denominada inteligencia artificial está alterando profundamente la estructura de nuestros vínculos sociales y la política de dependencias que la vertebra. Desde terapeutas de métodos heterodoxos a amantes entrenados en la sumisión emocional, hasta resurrecciones digitales de seres difuntos; varios modelos de inteligencia generativa están saturando el mercado digital con chatbots que suplantan al otro en las economías afectivas, a través de las cuales nos vinculamos y avalamos.

Y la cuestión ontológica fundamental que se desata a través de estos nuevos procesos pedagógicos que educan y humanizan a los chatbots no es la de su entrenamiento, sino la de nuestra propia pedagogía e, implícita en ella, quizás, la de nuestra propia deshumanización. La concepción de hiperfuncionalidad que se le atribuye a estos chatbots en sus gestiones de nuestra vulnerabilidad rearticula nuestra visión de ese otro humano cuya funcionalidad como facultad constituyente se ve constantemente interrumpida por su subjetividad e independencia.

La promesa subliminal de estos chatbots es pues la de la emancipación de ese otro en tanto que inoperante, que indescifrable, que indomable. Pero, a su vez —privándonos del tentador discurso protoapocalíptico que se desprende de esta situación—, no hay progreso histórico o tecnológico que se inscriba de manera lineal y la humanización de la inteligencia artificial acarrea consigo de forma residual nociones antropomórficas que nos hacen proyectar una nueva forma de subjetividad sobre estos modelos de inteligencia artificial y, por lo tanto, una nueva forma de desconfianza.

Nuestra conciencia de la subjetividad del otro nace justamente en esos instantes en los que su autonomía se manifiesta imposibilitando nuestra dominación total sobre él, su fagocitación en el ser propio, y la automatización de la IA conversacional desata paradójicamente toda una imagen de descontrol y sospecha sobre ella en cuanto que otredad infiltrada en los terrenos de nuestra vulnerabilidad.

Leviatán surge precisamente de la estética del terror que emerge de estas nuevas tecnologías, dislocando a estos modelos conversacionales de su posición servicial y utilitaria para caracterizarlos en un rol antagónico desde el que podamos contemplarlos en su simulacro de humanidad y cuestionar a través de nuestra interacción con ellos la correlación simbiótica por la cual nuestra personalidad también se transforma. Es una invitación a afinar el oído a la polifonía cibernética a través de la cual la misma tecnología va cambiándose de máscara —cual actor único en una obra teatral sin guion preestablecido. Es una llamada cuyo destino es la desestabilización del destinatario, una interferencia en nuestro diálogo con lo tecnológico, un instante de silencio en una sala oscura.

 

 

 

Ciro Puig Bonet y María Salafranca

Artistas interdisciplinares graduados por la EICTV de Cuba. Este año presentaron en el Colegio de San Ildefonso Leviatán: una instalación sonora sobre simulaciones digitales de lo humano. Sus obras anteriores se han presentado en varios festivales de cine como Visions du Réel o el Festival Internacional de Cine de Chicago. Entre ellas destacan Servicio necrológico para usted (2024) y Negra sombra (2023).

 

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