“Silencio,
cae,
guijarro de agua sobre el suelo.
Duerme el plomo
en la enramada oscura de su vientre.”
Gabriela Molina Herrera
Cecilia Monzón era implacable como abogada. Conocía a fondo el sistema judicial de Puebla, esa cloaca en la que navegaba guiada por su radar de sororidad y de justicia.
Hacía palidecer a los funcionarios del poder judicial.
Los interpelaba. Los exhibía. Mostraba sus deficiencias. Los mostraba como personajes laberínticos al servicio de componendas tortuosas.
Era letal y ocupaba todas las herramientas del derecho para evidenciar sus monstruosos yerros.
“Tu deber es luchar por el derecho; pero el día en que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia.”
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Cecilia Monzón nunca fue una mujer de tibiezas.
Detestaba la medianía.
Esa mediocridad, carta de presentación del curriculum vitae de los zalameros y los genuflexos.
Cecilia, o generaba simpatías profundas o antipatías.
Cuando una persona es frontal y sin hipocresías, es un relámpago en la grisura del barroquismo de la sociedad del chile en nogada.
“Hoy se conmemora la lucha de las mujeres. Hoy no se felicita a nadie (…) sigo sin entender porque si a las judías y a los judíos no los felicitan a nosotras sí”, dijo el pasado 8 de marzo.
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Siempre ponía a sus amigas y a sus amigos por delante.
Era una hermana.
Para Cecilia Monzón, la amistad era la manera de hacerse presente.
Monzón ponía todo por delante y exigía ese brutalismo de la amistad.
Era una mujer comprometida, llena de amor por la vida.
Cecilia Monzón era una mujer sorora.
Ella prefería tomar los casos de violencia que sufrían otras mujeres por sus parejas y ganarlos antes que tomar casos que le dieran un lucro económico.
Tenía un alma franciscana con el fuego de Juana de Arco.
Era una pantera insurrecta.
Su principal debilidad fue su mayor fuerza: juntarse con otras mujeres, acompañarlas, darles seguimiento a sus casos, ganarlos, y nos estaba demostrando que, a través del derecho, y con los principios universales de legalidad, triunfaría la justicia.
Esa fue su apuesta.
Hacer del derecho un ariete de la justicia, arrebatárselo a los burócratas del poder, quitárselo a los abogados domesticados por la mediocridad de la corrupción, de la impunidad y del tortuguismo.
Liberar los expedientes de mujeres de los sepulcros de la impunidad.
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Ceci Monzón, Cecilia, era una gran madre y hermana.
Conocía al dedillo la actuación de los políticos poblanos.
De esa clase política que bloqueaba sus aspiraciones en el expartidazo o que intentaba utilizarla para que con su horizontalidad provocara cismas.
Su partido, el PRI, le cerró las puertas.
“El PRI ya me vio la cara”, comentaba Monzón.
No le gustaba al PRI esa manera sin filtros.
El PRI prefería a las mujeres de alma blanca, a las mujeres que comulgaban con pederastas y defensores de la “Ley de la Familia”.
Monzón con la ley en la mano exigía sus derechos partidistas.
Ante la cerrazón, el Partido Verde la postuló candidata a presidenta municipal en San Pedro Cholula por el Partido Verde en el 2018.
En esa campaña, Monzón emprendió una estrategia de tierra. Caminó por las calles de San Cristóbal Tepontla, Cuapan y San Diego Cuachayotla, entre otras.
A las 6.30 de la mañana se subía a los camiones y a las combis que pasaban en la parada de Plaza san Diego, y a las 12 de la noche seguía con reuniones.
En un video que grabó para su campaña, Monzón dijo:
“Aquí en Santa María Acuexcomac como en el resto del municipio, tenemos miedo a la inseguridad”.
Monzón dio una verdadera batalla en las calles para ganar el voto.
Pero en la elección del 2018, la oleada obradorista hizo ganar hasta a quienes eran desconocidos en las urnas en todo el estado.
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Cuando fue estudiante de la Facultad de Derecho en la BUAP buscó ser consejera Universitaria, sin padrinazgos ni palomeada por nadie. Pero en la facultad más politizada de la universidad pública las elecciones casi siempre se ganaban bajo la lógica del control estudiantil.
Fue delegada del Instituto Poblano de la Juventud, y luego secretaria de Organización del Frente Juvenil Revolucionario del PRI.
Pero a diferencia de quiénes desde su juventud, hacían política genuflexa o de capillas apadrinadas, irrumpió en su partido como un huracán.
Un caudal de voluntad y de fuerza en un partido burocrático, dominado o por la juniorcracia partidista o por la sumisión colonizadora del poder.
Monzón aborrecía la política de la meritocracia genética, donde sólo puedes ser candidata o candidato si tu mamá, tu papá, o tu esposo, te heredan la candidatura por derecho de sangre.
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Cecilia se cansó de la grisura partidista.
Se abrazó de otras mujeres y abrazó a otras mujeres.
Cuidó a plenitud que la justicia fuera efecto y resultado del derecho, que la causa jurídica siguiera el debido proceso.
Cecilia se acuerpó con víctimas y perseguidas, para quitarle al patriarcado, el monopolio del derecho.
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Hoy Monzón se une a esa siembra de mujeres poderosas y sagradas.
Mujeres insoportables para la necrofilia dominante.
Mujeres frontales, plenas, llenas de vida, bondadosas en su alma, en su cuerpo y en su inteligencia.
Griselda Ortiz Evangelio, abogada de la BUAP, fue ejecutada el 6 de agosto del 2003, al salir de su casa en Huehuetla, municipio de la civilización totonaca, cuando se dirigía a una diligencia jurídica. Esta mujer indígena también se enfrentó a las fuerzas de un poder subterráneo, enmascarado de moral y de buenas conciencias.
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Hace unas semanas, un viernes, Cecilia Monzón sonreía y estaba radiante. Llegó con Ariel, su compañero y colega jurídico a la Casona del Mendrugo. Ahí escuchó las palabras del exconsejero electoral Alfredo Figueroa sobre la valentía de la periodista, Selene Ríos Andraca, la Flor de Calabaza, quien murió en diciembre de 2016.
Monzón iría a la feria de Puebla y se tomó varias selfies con los convidados. Ríos y Monzón compartían ese torrente de energía y corazón para horadar grietas en los muros del sistema.
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Cecilia traía ganas de limpiarlo todo. Creía que se podía limpiar el sistema. Que toda esa pudrición y que esa fetidez podía hacerse respirable.
Hay que recurrir a César Vallejo, que en verso XLI de Trilce escribió:
“La Muerte de rodillas mana
su sangre blanca que no es sangre.”
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Habrá que explicarle a Emiliano lo inexplicable.
Que una voz le abrace como lo hacía Cecilia.
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Cecilia ya no se vestirá de mujer maravilla.
No visitará a los niños pacientes de cáncer del Hospital del Niño Poblano.
¿Dónde habrán quedado las pulseras de corazones y coloridas que a Cecilia le regalaron su hermana y una niña paciente del hospital?
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Habrá que cerrar con una oración como las que hacía Cecilia Monzón:
“Dios patriarcal te pedimos por todas las personas que no pudieron disfrutar una cena anoche, que perdieron su trabajo o a un ser querido, que están en un hospital arriesgando su vida para salvar otras, dales fuerza y paz en sus corazones.”
Hoy Cecilia es, como escribía la poeta serrana Gabriela Molina en un verso, dedicado a Griselda Ortiz Evangelio, hace más de 10 años: “un guijarro de agua sobre el suelo.”