El pasado sábado fuimos testigos de un momento entrañable: la presentación del libro de poesía del jurista y poeta Miguel Ángel Granados Atlaco, en la Casa de la Cultura Reyes Heroles, en Coyoacán, Ciudad de México.
La siempre entusiasta Teresa Rivas, promotora incansable de la cultura, nos convocó a este encuentro donde se unieron dos universos que, aunque parecen lejanos, comparten un mismo origen: la palabra. El auditorio estaba lleno, y entre los asistentes se encontraban juristas de prestigio, colegas y amigos que diariamente hacen del lenguaje su herramienta esencial.
Hablamos de la palabra como instrumento del abogado: rigurosa, precisa, coherente y eficaz, capaz de abrir caminos de justicia frente a la mirada de un juez. Ese lenguaje que construye alegatos, que persuade, que convierte los hechos en verdad jurídica.
Después, casi de manera natural, pasamos de esa palabra procesal al terreno de la poesía. Porque Miguel Ángel Granados Atlaco no se conforma con el discurso técnico; lo transforma en verso, en memoria, en emoción. Desenclaustrar el alma es testimonio de ello: un poemario donde el lenguaje deja de ser argumento y se convierte en latido, en susurro y en revelación.
En el evento, Miguel Ángel compartió con voz emocionada un agradecimiento eterno a su madre, raíz primera de su sensibilidad. Y, entre sonrisas, confesó que después de más de treinta años de dar clases en la Facultad de Derecho de la UNAM, “amenazaba” con seguir escribiendo poesía, con seguir buscando —como quien persigue un horizonte inalcanzable— su poema favorito.
Durante la presentación procuramos envolver al público en las bondades del lenguaje, en su naturaleza transformadora, en su capacidad de comunicar lo más profundo del ser. La coincidencia más hermosa fue descubrir que Miguel Ángel sabe convertir las palabras en la sutileza misma de su expresión.
Aquella tarde en Coyoacán quedó claro que el derecho y la poesía no están tan distantes como parece: ambos nacen del respeto y de la fe en el poder de la palabra. Si el derecho persigue justicia, la poesía persigue verdad. Y en ambos caminos, la meta es la misma: dignificar la vida.
La presentación de Desenclaustrar el alma fue más que un acto cultural: fue una celebración de lo que las palabras son capaces de hacer; persuadir, conmover, liberar.
Y entonces comprendimos que, en manos de un jurista y poeta, la palabra no es solo herramienta ni recurso. Es raíz, es vuelo, es destino. Porque al desenclaustrar el alma, lo que se abre no es un libro, sino la puerta secreta de la humanidad misma.