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lunes, septiembre 22, 2025

Falso profeta

Mi vida comenzó en Galeana, Chihuahua, lejos de la ley estadounidense, donde la poligamia era ilegal. Mi familia había decidido mantener viva la fe que otros habían abandonado: crecí rodeado de las dos esposas de mi padre y ocho hermanos; así aprendí que nuestra sangre estaba destinada a algo que el mundo no comprendería.

Cuando mi padre murió en 1951, mi hermano mayor, Joel, asumió el liderazgo. Él convirtió nuestra comunidad en la Iglesia del Primogénito de la Plenitud de los Tiempos, extendiendo nuestra influencia a Utah y a Baja California, México. Yo era su segundo al mando y, durante años, seguí sus órdenes, observando cómo crecía el número de creyentes.

Pero la ambición no tardó. En 1972, la pelea por el liderazgo me llevó a fundar mi propia iglesia —la Iglesia del Cordero de Dios— en San Diego, California. Ese mismo año decidí que Joel debía morir; la orden fue cumplida en México y la eliminación de mi hermano me dio el control absoluto sobre mis seguidores. El liderazgo de Baja California pasó a Verlan, nuestro hermano más joven, a quien intenté asesinar años después.
Mis órdenes no se limitaron a la familia.

En 1975 ordené el asesinato de Bob Simons, un líder polígamo rival, y en 1977 la de Rulon C. Allred, dirigente de otra secta fundamentalista mormona. Mi decimotercera esposa, Rena Chynoweth, ejecutó el asesinato junto con otra mujer. Todo estaba planeado, sin que yo tocara siquiera un arma para cometer los asesinatos.

Los asesinatos no se limitaron a los rivales externos. Mi propia familia y seguidores que cuestionaban mis órdenes eran eliminados. Vonda White, mi décima esposa, mató a Dean Grover Vest, que intentaba abandonar la iglesia, y a Noemí Zárate Chynoweth, que se había opuesto a mis prácticas. Incluso mi hija Rebecca, embarazada de su segundo hijo y con diecisiete años, fue estrangulada por mis órdenes.

En 1979 la justicia finalmente me alcanzó. Fui arrestado en México y extraditado a Estados Unidos por el asesinato de Allred. En 1980 me sentenciaron a cadena perpetua en la prisión estatal de Draper, en Utah. Allí, encerrado, escribí mi propia Biblia de 400 páginas, The Book of the New Covenants, donde consigné una lista de quienes debían morir por desobedecer o desafiar la fe que yo dirigía. Fui un hombre tan importante que los asesinatos continuaron incluso después de mi muerte.

El 16 de agosto de 1981 decidí acabar con todo aquello. Me suicidé en mi celda; dos días después, Verlan —a quien intenté matar años atrás— falleció en un accidente automovilístico en Ciudad de México. Algunos dicen que no fue coincidencia; a mí, sinceramente, nunca me importó.

El mundo podría llamarme asesino. Yo sé que era un profeta.

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