Leí por primera vez a Dante en una versión barata de “La divina comedia”. Una versión en prosa castellana. Es decir: la prosa española del ‘dijisteis’, ‘gilipollas’ y ‘coño’. Luego, tras múltiples esfuerzos, adquirí —en la librería “El Sótano”, de la avenida Juárez, en la Ciudad de México— la carísima versión en endecasílabos editada por Seix Barral, y traducida por el poeta Ángel Crespo. Debo decirlo: fue una revelación.
El canto V del Infierno —la parte de Paolo y Francesca— me ha acompañado en mis horas más aciagas y lujuriosas. Y uno de sus versos lo he soñado varias veces: “La bocca mi bacciò tutto tremante” (La boca me besó todo anhelante)”.
Cuando viajé a Florencia busqué la tumba de Dante en la iglesia de Santa Croce. Fue inútil. Hallé las de Migel Ángel, Maquiavelo, Guido Cavalcanti y Galileo. No la de Dante. El poeta fue enterrado en Rávena, debido a que fue enviado al exilio por un orangután llamado Bonifacio VIII (su santidad, el Papa) y por los Güelfos Negros, enemigos a muerte de los Güelfos Blancos, corriente a la que pertenecía nuestro héroe.
Sobra decir que la traducción de Crespo también me ha acompañado en todos mis exilios.
Al primer Neruda lo conocí en mi adolescencia con esos versos que siguen tan vigentes: “Nosotros los de entonces / ya no somos los mismos”. Luego me metí de cabeza en la “Residencia en la Tierra”, que sigue siendo un libro poderoso y revelador. Pero pronto surgió otro Neruda: el activista que se fue en contra del imperio con un libro panfletario, aunque urgente: “Incitación al nixoncidio y alabanza de la revolución chilena”. Este Neruda estaba muy lejos del orfebre de “Residencia en la Tierra” y de “Primera residencia”.
El Neruda que aparece en “Confieso que he vivido” —sus memorias delirantes— es uno que combina la soberbia y la pedantería del macho chileno con la sinceridad y la crítica. No obstante, estas memorias dibujan brutalmente al verdadero Neruda. Y eso hay que agradecérselo. En un mundo de canallas, nada como la sinceridad.
Una nota mala de este libro: el poeta pone al gran Federico García Lorca como un alcahuete que está al servicio del macho calado.