Nuevamente Estados Unidos se tiñe de rojo. Un loco solitario se lanza a una masacre basado en la teoría conspiracional de que hay un reemplazo de los blancos por las otras razas y asesina a diez personas, hiere a otras tantas y se entrega en lugar de suicidarse, después de haber apuntado su arma a la barbilla. En las redes cuelga su manifiesto y toda su rabia expresada. Fox News y el Partido Republicano han hecho eco por años de estas teorías, Tucker Carson, quien tiene el programa m{as visto del país, es un promotor consuetudinario de ese amarillsmo que vende y genera odio y más división.
Hace tiempo reflexionaba sobre los peligros del Internet. Decía que había algo de infantil en las identidades de los cirbernautas, los odiadores profesionales, los trolls. Pellicer decía: Tengo veintitrés años y creo que el mundo empezó conmigo. Podríamos ampliarlo ahora: tengo entre catorce y treinta y cinco años y creo que el mundo sólo existe dentro de los límites de la red. Y, por supuesto, nació conmigo.
Un ser oculto tras el anonimato de la red puede insultar a alguien con nombre y apellidos que habita en el mundo real. Los insultos, las descalificaciones, el ataque son siempre de lo más viles. Descalifico para existir, al menos virtualmente. El otro, el vituperado, jamás puede devolver el insulto. Si acaso, poner la otra mejilla. El Internet y sus comisarios son la nueva Cosa Nostra. De su totalitarismo y su adhesión ciega al insulto y la diatriba depende que el “Anónimo de las 10:46”, por ejemplo, no sea insultado a su vez por discrepar mínimamente de la voz del consenso. Por eso es estúpido participar en un foro: nadie escucha allí los argumentos de los otros. Es una especie de uniforme coro griego en el que la voz colectiva silencia el pensamiento individual. En el Internet –y no en la prensa, como creían Nietzsche y Karl Kraus- es donde ha triunfado de una vez y para siempre el nihilismo rampante. Bienvenidos a su morada digital.
Todo esto viene a cuento por la aparición de Qanon y la viralidad de lo que ha provocado. Poco después de que Trump ganara las elecciones de 2016 apareció un supuesto anónimo, en la red 4chan que se llamó a sí mismo, Q, que sabía todo, que venía del Deep state y aseguró que Hilary Clinton había sido detenida. Esto, por supuesto no ocurrió y Q debió haber quedado descalificado. No fue así. Las teorías conspiracionistas que comenzó a enunciar en las redes fueron seguidas por cientos y pronto por miles de internautas estupidizados por las redes. Todos hemos caído en tentaciones similares, como la viralidad de Baby Yoda o la tontería de hacer “equipos” en favor de un escritor o de otro en luchas virtuales absurdas como Dante versus Vallejo. Aquí mismo en El Heraldo hemos discutido lo patético de las redes, el hecho de que dos situaciones incomparables se vuelven analógicas en el discurso público, con todos sus riesgos.
¿En qué creen los seguidores de Qanon? En que Donald Trump va a salvar el mundo, que fue reclutado hace tiempo por un Kennedy que no ha muerto, aunque lo creamos, para destruir el estado profundo y la corrupción. La élite de Hollywood y política de Washington, según estos conspiracionistas, es un grupo de pedófilos y caníbales. Hilary, Oprah y Tom Hanks, por ejemplo, consiguen niños para chuparles la sangre y conseguir vivir más años. Lo sé, es absurdo, y sin embargo en los mítines de Trump y en las calles la gente sale con camisetas o pancartas de Qanon. Lo creen de verdad. Son los mismos antivacunas y tierraplanistas. Son legión.
Peor aún, están dispuestos a actuar. Salen armados y son capaces de disparar para detener a esta secta. Son ellos mismos una secta peligrosa. Uno de ellos, por ejemplo, irrumpió en una pizzería de Washington DC, disparando para “liberar” a los niños atrapados allí para alimentar la sed de inmortalidad de Oprah y Hillary. Este hombre viajó en coche desde Texas. Es un evangélico y cree en lo que entonces se llamó pizzagate y ahora Qanon. No importa que ninguna de las predicciones del anónimo Q se hayan cumplido. No importa que uno de los amigos de Epstein, quien usaba según esta teoría su isla para actos caníbales, no solo pedófilos, sea Trump. Si le preguntas a un seguidor de Qanon te responderá que Trump fue infiltrado hace décadas para lograr su labor de salvar al mundo.
El mismo Trump retuiteó, cuando todavía podía usar la red, a seguidores de Qanon y al ser increpado por la prensa ha dicho que parece ser un grupo de patriotas que lo quiere mucho y que no sabe mucho del movimiento salvo eso. Sin embargo, la cuenta de tweet de Trump es una caja de resonancia de las más enloquecidas ideas conspiracionistas. Una diputada electa en las primarias para el Congreso de los Estados Unidos es una convencida de Qanon. No hemos visto aún lo peor.
Urge regular las redes, regular la posverdad y sus excesos. Pensemos en la conversación de sordos que muchas veces representan Como dice en twitter el critico de arte Daniel Molina: “Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quieres oír, lo que oyes, lo que crees entender, lo que quieres entender y lo que finalmente entiendes hay nueve posibilidades de no entendernos”. Pensemos, por ejemplo, con lo que la propia neurociencia ha comprobado de los llamados tierraplanistas. En Estados Unidos solo un 76 por ciento de la población cree que la tierra es redonda. Los mismos que dudan de ese hecho son, por cierto, los antivacunas. No creen en los hechos, no creen en la ciencia, en el calentamiento global. Son conspiracionistas. Son presas de cualquier hacker ruso, entonces, alimentando las redes con fake-news. En tiempos de incertidumbre. Youtube es central en este problema. Viendo videos conspiracionistas o tierraplanistas es que se convencen, estas personas escépticas de que lo que la ciencia dice es falso. Y neuronalmente eso les funciona porque sus mundos son terriblemente inciertos. De hecho, si la edad es menor a 24 años la estadística es más brutal. Solo 66 por ciento de los estadounidenses cree en que la tierra es una bola de 510 millones de kilómetros cuadrados.
Hechos alternativos. Esa frase quedó grabada después de la inauguración de Trump. La simple exposición ante falsos datos vuelve a la gente vulnerable y la hace desconfiar de las instituciones y de las evidencias. Entonces regresa a las redes y suelta todo su miedo en forma de rencor y de bilis. Las redes se han vuelto divisivas, no empáticas. A nadie parece importarle el otro. Nadie se preocupa por el otro. Lo insultan, lo denuestan, lo asesinan simbólicamente, despotrican contra él, lo neutralizan e ignoran cualquier argumento. ¿Cómo construir así una polis, un Ágora pública racional en la que las discusiones y los debates políticos se vuelvan a basar en evidencias? Creo que esa es la pregunta central de nuestros días. No alimentemos las redes con escepticismo, desconfianza en el futuro, baja autoestima personal y odio irredento por el otro. ¿Cómo volver a la empatía central cuando lo que prima es la antipatía?
Necesitamos, como siempre, volver a la literatura. John Steinbeck en su novela Este del Edén lo dijo claramente: “Los humanos están atrapados, en sus vidas, en sus pensamientos, en sus ansias y ambiciones, en su avaricia y crueldad, y también en su bondad y generosidad, en una red de bien”. y el mal Creo que esta es la única historia que tenemos y que ocurre en todos los niveles de sentimiento e inteligencia. La virtud y el vicio fueron deformación y trama de nuestra primera conciencia, y serán el tejido de nuestra última. … Un hombre, después de que haya quitado el polvo y las astillas de su vida, habrá dejado solo las preguntas difíciles: ¿fue bueno o fue malo? ¿Lo he hecho bien o mal?”
Ni somos tan inteligentes como nuestro twitter, ni tan hermosos como nuestro Instagram, ni tan felices como en nuestro Facebook. Un poco de realidad nos haría más empáticos.