Durante años, Canek Vázquez fue el operador de Manlio Fabio Beltrones.
Y a ese cargo se sumó también el de reclutador de jóvenes promesas.
Pero Beltrones tenía un doble juego.
Además de ser uno de los priistas más connotados —llegó a ser dirigente nacional del PRI y coordinador de las bancadas en San Lázaro y el Senado—, movía también el abanico en el Partido Verde.
El hoy senador independiente —que no ve, no oye, no habla en la Cámara Alta—, reclutó a través de Canek a decenas de jóvenes para el Verde.
Él era el filtro.
Y por él pasaron —por su escrutinio, por su ojo de buen cubero— muchos de los que hoy militan en el verde.
Canek hacía el casting.
(Era una especie de “conseguidor”, en el lenguaje de la trata de personas).
Y Beltrones, tras un encuentro personal con los abducidos —muy íntimo—, era el que daba el visto bueno.
La triangulación funcionó durante una buena temporada.
Los reclutados —en el mejor estilo de Las Poquianchis— pronto empezaron a ser regidores, diputados locales y hasta diputados federales del Partido Verde.
En tanto, el tío Manlio se solazaba en encuentros privados con ellos.
Era el padrino, sí.
(Lo más parecido a una madrota).
De pronto, un día, y con el aval de Beltrones, Canek Vázquez dejó el PRI y se echó a los brazos de Morena.
(Lo mismo hicieron con el tiempo los demás acólitos).
Beltrones se salvó de la cárcel en el caso Chihuahua gracias a los buenos oficios que había hecho en el pasado reciente.
Y se metió al refrigerador del exilio interior.
En México, pero en su casa.
Lejos de los restaurantes donde presidió largas jornadas de juergas y negociaciones.
Lejos del poder que tanto amó.
Y un día regresó al Senado, pero ya lejos del PRI y de los reflectores.
Es un fantasma que va a las sesiones, pasa lista y vota en la penumbra.
No existe.
Nadie lo ve.
Nadie lo oye.
Sus muchachos, en cambio, tomaron camino en el legislativo y en el ejecutivo.
Son como una canción de Luis Miguel:
Los mismos de ayer / los que no piden nada.
Pálidos reflejos en la noche mexicana.