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lunes, agosto 25, 2025

Adultos miserables hostigando al hijo menor de AMLO (grabado en madera)

Jesús Ernesto, hijo menor del expresidente López Obrador fue al Hunan de Lomas de Virreyes a comer, seguramente, un delicioso pato laqueado (también llamado pato pequinés).

Por ser hijo de quien es, algún comensal le tomó una foto y se la envió a Lourdes Mendoza, la periodista que en su momento hizo público el video que grabó en el mismo lugar exhibiendo a Emilio Lozoya Austin, quien, en ese momento, cumplía una medida cautelar y cenaba con unos amigos.

Ese video provocó que tuviese que regresar a prisión.

El tema de Lozoya se entiende.

Pero, por más que busco una razón, no la hallo en el caso de Jesús Ernesto, quien, a sus dieciocho años de edad, ha enfrentado, como ningún otro adolescente de su edad, el odio concentrado de los borrachos más estúpidos de esa cantina llamada Twitter.

Dese niño ha sido hostigado.

¿Su delito?

Ser hijo de López Obrador.

Personas que se preciaban de sensatas, se le han ido encima con un rencor que los define como infames y enfermos.

Año con año, mes con mes, buscaron ridiculizarlo de todas las maneras posibles.

¿Qué provocaron?

Que su infancia terminara siendo el territorio de las hienas.

No podía moverse por un centro comercial, o en el Estadio Azteca, sin ser víctima de los depredadores.

Esos depredadores que se sienten superiores porque tienen un celular en las manos.

(Qué valientes son los que mancillan desde el anonimato).

Qué paradoja:

Como no pudieron con el padre (en el terreno electoral), se metieron con el hijo (en el terreno personal).

He visto los escasos videos familiares que el expresidente ha subido a las redes —en los que aparece Jesús Ernesto—, y he descubierto en él a un niño sensible e inteligente y a un adolescente sorprendido por los reflectores que genera.

Todos tenemos derecho a nuestra intimidad mientras ésta no toque el dinero público, cierto.

Pero Jesús Ernesto no entra en ese esquema.

Es un adolescente que viene de ser niño.

La infancia tendría que ser un territorio intocado.

Pero el que adultos frustrados y amargados ingresen a ese territorio —con toda su saña a cuestas—, es algo que tendría que ser penado.

Yo, por lo pronto, me sumo a la protesta en contra de esos adultos miserables que hostigan, permanentemente, a quien todavía no se puede defender.

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