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miércoles, agosto 13, 2025

Un corazón joven

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¿Qué hay para hoy? -me detengo a pensar en la caminata matutina a la que me empujo a salir para envejecer lo más activa posible- ¡Ah sí! surtir el refri para la semana: no hay queso o sí pero llega más tarde, hay espárragos, portobello y coles de Bruselas, doñita. Odio que me digan doñita y que me den recetas que jamás haré con tal de comprar los productos más costosos de las vitrinas.

Comida para cuatro personas: pechugas asadas, arroz o spaguetti, ¿ensalada?. Pagar las clases de los hijos, transferencia aquí, allá, ¿debo ya dos meses de colegiatura?.

El pasto ya creció. A los perros les urge un baño. La terapeuta quiere “platicar” sobre “asuntos” con mi hijo ¿me va a decir lo mala madre que soy porque olvidé jugar con él esta semana?

Intento pagar mi cuota de lectura diaria pero me gana Tik Tok y el video de un hombre pequeño con flotadores rojos que está aprendiendo a nadar.

Debo escribir, continuar con el cuento pendiente. Miro la pantalla, agrego tres líneas, las borro y sucede lo mismo cuatro o cinco veces más. Me concentro entonces en la música que me acompaña. Las cuerdas de la guitarra y el violín de Jolene de Dolly Parton me llevan a una cantina de mala muerte en Nashville. Sobre la barra de madera apolillada hay un tazón verde de vidrio con cacahuates rancios y un tarro de cerveza a la mitad. Sentado en uno de los bancos redondos e incómodos que tiene toda cantina de la vieja guardia hay un vaquero, el único en el lugar que mira atento el show de media noche mientras el resto se divide entre las dos mesas de billar y las conversaciones de un viernes después de terminar la jornada.

La cantante de casi setenta años, está sentada al centro del precario escenario con la guitarra al pecho y la piel roja de tanto sol. Debajo de las sombras azules con dorado, las pestañas apelmazadas por las varias capas de rímel y el magenta de su lápiz labial que le corre hasta los dientes, se esconde el corazón joven de una mujer que en sus mejores épocas tuvo que haber sido el centro de atención del lugar y que, ahora, se limita a la mirada atenta de su marido que además es dueño del bar.

En medio de esa escena cliché de película gringa de sábado por la tarde en Canal 5 me descubro sin ganas de escribir, agotada por el deber ser y agobiada por las exigencias sociales.

¿Qué se hace en estos casos? Regresar al calor del origen. Colmarse del bullicio, del cielo brumoso. Caminar contrarreloj y respirar aceite y polvo.

Me voy unos días a la CDMX, deséenme suerte.

 

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