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sábado, noviembre 23, 2024

Las Ilusiones Perdidas

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Lo peor que se puede perder en la vida es la ilusión. Por ejemplo: la ilusión de levantarse, la ilusión de bañarse, la ilusión de quedarse en casa o salir a una comida. Una de mis mayores ilusiones es leer, y escribir, y estar con la gente que amo. Es difícil concretar tantas ilusiones. Se pueden lograr algunas. No todas. Por eso Balzac llamó a una de sus mejores novelas Ilusiones perdidas. 

He conocido gente que de un día a otro pierde sus ilusiones. En mi mesa de hoy alguien habló del hijo de un amigo que un día se bebió un litro de Drano —excelente producto para destapar cañerías— sólo porque entró en una depresión galopante. Una de esas depresiones que quitan la respiración. Se pudo haber lanzado del cuarto piso del hotel de su padre y hacerse Pomada de La Campana. Pero no: quiso limpiar su cañería interna. 

No lo logró. El Drano quemó sus vías respiratorias (o el tracto gastrointestinal) y mató los tejidos. Hizo algo más: le provocó al hijo de mi amigo la peor de las muertes. Una muerte con dolores y angustia. Y todo por perder las ilusiones. 

De un tiempo para acá hablo mucho de las ilusiones. La gente sin ilusiones me conmueve tanto como la gente que se queda dormida en alguna mesa de amigos. El gran Elías Canetti escribió un aforismo que me ha acompañado muchos años: “Uno no puede odiar a quien ha visto dormir”. Es cierto: la gente que se queda dormida en una mesa —lo he hecho algunas veces— queda absolutamente desvalida y entregada a merced de quienes lo ven dormir. Si éstos son bien nacidos, lo guardarán en su corazón. Si no lo son, se burlarán de él. 

Somos los amigos que tenemos. Somos la gente que amamos. Si el otro —la otra— es mierda, seremos eso inevitablemente. 

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