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viernes, julio 18, 2025

Los celulares voladores, las Suburban prietas y los pleitos en el cinematógrafo (historias de gobernadores)

No sé en qué periódico publiqué por primera vez que Rafael Moreno Valle le había lanzado un celular a un funcionario que trabaja para él en la Secretaría de Finanzas.

Lo que sí sé es que Melquiades Morales era el gobernador y que el teléfono era un Nokia 3310 de carcasas intercambiables.

El celular pasó a tres centímetros de la cabeza de la víctima a una velocidad superior a la de la luz.

Una vez que apareció esa columna, otro celular salió volando, rompió la ventana del privado del victimario y casi mata a un ciudadano (un pobrecito señor X) que iba caminando sobre la 20 sur 902.

(Colonia Azcarate).

Las reseñas de los celulares voladores siguieron llegando a mi teléfono con mayor regularidad.

“A fulanito le pasó rozando por la oreja derecha”, decían las crónicas.

Cada mes, el jefe del área de adquisiciones tenía que comprar docenas de celulares.

Mi columna se volvió el buzón de la Doctora Corazón.

Un inédito giro alimentó el morbo:

La novedad es que ahora el secretario no sólo lanzaba celulares, sino que obligaba a bajar a sus funcionarios de la Suburban prieta blindada en la que se movía.

Ante cualquier desacuerdo surgía el “¡bájate, pendejo!”, o “¡Medrano, baja a este imbécil!”.

A uno le tocó como destino inmediato la autopista México—Puebla, a la altura de Río Frío.

A eso de la una de la mañana.

Mis columnas siguieron narrando el día a día de esa situación irregular.

Las quejas en mi contra abundaron en ese periodo.

En otra época, en el sexenio de Manuel Bartlett, hice una crónica sobre un desaguisado que tuvo como protagonista al gobernador y a doña Gloria, su esposa.

Yo había ido con una amiga a la Sala Luis Buñuel —ubicada en la Casa de la Cultura— a ver “Jules et Jim”, de Truffaut.

De pronto, diez escoltas ingresaron a la pequeña sala para darle paso a la pareja más poderosa de Puebla.

El gobernador y su esposa ocuparon la primera fila.

Yo estaba a dos metros de ellos.

Doña Gloria le dijo algo al oído izquierdo de don Manuel.

Este respondió en voz baja.

Ella elevó el tono de voz.

Bartlett susurró entonces algo ininteligible, pero que ocasiónó el caos.

Y es que doña Gloria se levantó, y salió caminando ante el susto de las guaruras.

El gobernador aguantó como buen guerrero en su asiento respirando profundamente.

Dos minutos después se levantó y salió caminando, paso a pasito, de la sala.

Yo también me paré.

Y sigilosamente escuché cuando los escoltas le dijeron que la señora ya se había ido a la Ciudad de México.

Al día siguiente apareció mi crónica.

Hubo gritos del otro lado del teléfono del director del periódico, quien aguantó estoico y no me pidió la renuncia.

Hoy que veo las ‘denuncias’ sobre ciertos chasquidos de dedos en la prensa local, me quedo sin palabras.

La hipersensibilidad, me digo, está creciendo a la velocidad de la luz.

A la velocidad de un celular Nokia 3310 (de carcasas intercambiables) volando por la cabeza de un funcionario de gobierno.

 

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