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viernes, julio 18, 2025

Trama Décima: Alguno de los dos no estará mañana en este mundo Capítulo 50. El diablo en Puebla

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Nota del autor

Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios

Trama Décima: Alguno de los dos no estará mañana en este mundo.

Capítulo 50. El diablo en Puebla

Damiana Echegaray llegó metida en una ajustadísima falda azul cielo a los laboratorios del doctor Ruiz. La recepcionista, llamada Margarita Nikolaevna, de origen ruso, le pidió que esperara un minuto a que el doctor Azazello la recibiera. Ella era una mujer hermosa, de unos 30 años, con cabello oscuro y ojos expresivos. Su belleza podría definirse como natural y magnética.

—No entiendo por qué el doctor me citó personalmente. Siempre me envía mis resultados por correo electrónico. ¿Pasa algo?

En su elemental español, Margarita le confió que al parecer su caso era muy especial.

—¿Especial?

—Delicado —puntualizó—. Qué bonitas ancas tienes usted. Muy mexicanos.

Damiana soltó una risita pese a que la noche anterior no pudo dormir por más Diazepam que se tomó. Le dolía la cabeza permanentemente y tenía úlceras en varias partes del cuerpo acompañadas de comezón. Unos pequeños bultos ásperos (conocidas como verrugas genitales) le habían aparecido en la vagina, en el ano y en la garganta. Y en ocasiones le sangraban. Además, tenía las glándulas severamente inflamadas. Era un cóctel de males.

En ese momento, el doctor Azazello abrió la puerta con un cubrebocas doble y le pidió a Damiana que entrara. Era un hombre bajo, pelirrojo, y tenía unos ojos negros y vacíos. Damiana notó que, del bolsillo de su bata blanca, al lado de un bolígrafo, asomaba un hueso de pollo roído.

En mal español (al parecer era ucraniano), el doctor sacó unas hojas tamaño oficio, se puso unos lentes pequeños y leyó un dictamen médico que puso a Damiana más nerviosa y angustiada. Tenía sífilis secundaria, papiloma humano, herpes y una fuerte hepatitis de transmisión sexual.

Mientras recitaba el coro griego de los males, miraba las piernas de su paciente y le daba mordidas al hueso de pollo.

Damiana no pudo más y empezó a llorar. El único hombre que pudo haberla contagiado era el mismo que no se salía de su cabeza: Mircea Voland. Matías Chandón, su amante, se cuidaba en exceso. Una vez al mes viajaba a Houston, Texas, para hacerse análisis de todo tipo. Él fue, precisamente, quien encendió los focos rojos por las severas molestias que empezó a tener. Ese mismo día estaría en Houston para detectar sus males recientes.

El doctor Azazello le dijo que nunca había visto un caso como el suyo y que, en consecuencia, requería hospitalización inmediata. Mientras estaba en los preparativos, Matías le envió un mensaje cargado de ofensas. La culpaba de los chancros, los ganglios inflamados, la comezón persistente… “¡Eres una puta, Damiana! ¿Con quién chingaos te metiste? ¡Ya me contagiaste!

Esa misma noche, Margarita Nikolaevna, el doctor Azazello, Mircea Voland y su gato Popota tuvieron una fiesta en una torre con vista a la Rueda, en la zona de Angelópolis. Estaban jubilosos y festivos. La toma de Puebla estaba siendo un éxito. Mircea estaba en la cabeza y en los cuajos de sus víctimas.

Mientras bebían Dom Perignon y consumían cocaína rosa, les confió que muchos políticos y empresarios lo buscaban persistentemente para entrar en negociaciones con él. “Quieren venderme sus almas”, escupió entre risas.

Margarita bailó el vals Mefisto con el rumano. Azazello y Popota se sumaron al baile. La fiesta culminó cuando Margarita Nikolaevna cambió de apariencia y se transformó mágicamente en una mujer sensual y diabólica. Luego, desnuda sobre una escoba, voló por encima de la zona de Angelópolis. Antes de la celebración se había untado una crema que la rejuveneció y la hizo aparecer como una adolescente.

El diablo ya estaba en Puebla con todos sus aliados. La verdadera fiesta estaba por iniciar.

(Cae el telón y aparece la palabra FIN).

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