23.4 C
Puebla
viernes, julio 18, 2025

22 años sin Bolaño

Más leídas

El 15 de julio de 2003, murió Roberto Bolaño.

Yo era el director editorial de Intolerancia diario y le propuse a Moisés Ramos, coordinador del suplemento Río, que le hiciéramos un homenaje.

Y así fue. Entonces escribí una presentación sencilla, pero llena de emoción. Y en ese espacio recapitulé algunos pasajes en los que conviví con él y con Mario Santiago.

Recuerdo lo que ocurrió el día que lo escuché hablar por primera vez. Yo tenía 17 años. Soñaba con ser poeta. En la Casa del Lago de Chapultepec, en una Ciudad de México que ya desapareció, Alejandro Aura daba un taller de poesía todos los miércoles. De pronto llegaron ellos: Arturo Belano y Ulises Lima. (Roberto Bolaño y Mario Santiago).

Técnicamente fue un asalto al cielo lo que hicieron. Aura los vio llegar, y abrió los ojos desmesuradamente. Largas las cabelleras, sonrisas lacias y burlonas: un aire brutal a la Jack Kerouac y a la Allen Ginsberg.

Una vez que habló Belano/Bolaño, la cosa se detuvo. (En la palabra cosa cabe todo: el mundo, la respiración y los silencios). El impacto fue brutal. Yo que convivía con poetas todo el tiempo, sentí que por primera vez escuchaba hablar a uno absolutamente honesto. Un poeta que sólo quería perseverar en la poesía. (Así fue la vida entera de Bolaño).

Llegué al departamento de mis padres y le conté a mi mamá esa experiencia. Durante horas enteras le relaté palabra por palabra lo que dijo Bolaño/Belano ante un grupito enajenado.

Han pasado 52 años de aquel primer encuentro. Y la emoción de entonces sigue viva. Ahora mismo, mientras escribo estas palabras, ratifico que mi pasión por la poesía indudablemente se la debo a él.

Bolaño/Belano no murió hace 22 años. Los poetas como él están en todas partes todo el tiempo.

Dejo al hipocrita lector con su prosa, con sus versos.

****

LOS PERROS ROMÁNTICOS

En aquel tiempo yo tenía veinte años y estaba loco. Había perdido un país pero había ganado un sueño.Y si tenía ese sueño lo demás no importaba.Ni trabajar ni rezar ni estudiar en la madrugada junto a los perros románticos.Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.Una habitación de madera, en penumbras, en uno de los pulmones del trópico.Y a veces me volvía dentro de mí y visitaba el sueño: estatua eternizada en pensamientos líquidos, un gusano blanco retorciéndose en el amor.Un amor desbocado.Un sueño dentro de otro sueño.Y la pesadilla me decía: crecerás.Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto y olvidarás.Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen. Estoy aquí, dije, con los perros románticos y aquí me voy a quedar.

***

Para Efraín Huerta

 

Quisiera escribir cosas divertidas para ti.

De catástrofes y pequeñas tristezas

estamos hasta el cuello. Nada de imágenes,

tal vez labios, pelos, y una niña que juega

con el maletín de un médico. […]

Qué paisajes decir ahora que estoy pensando

en ti. No sólo tu bondad me ayudó; también

esa suerte de honradez hierática, tu sencillez

al apoyarte en la ventana de tu departamento

para contemplar, en camiseta, el crepúsculo,

mientras a tus espaldas los poetas

bebían tequila y hablaban en voz baja.

 

 

****

Enséñame a bailar

a mover mis manos entre el algodón de las nubes
a estirar mis piernas atrapadas por tus piernas
a conducir una moto por la arena
a pedalear en una bicicleta bajo alamedas de imaginación
a quedarme quieta como estatua de bronce
a quedarme inmóvil fumando Delicados en ntra. esquina
los reflectores azules del salón van a mostrar mi rostro
goteado de rimmel y arañazos, ustedes van a ver una constelación
de lágrimas en mis mejillas, voy a salir corriendo
enséñame a pegar mi cuerpo a tus heridas
enséñame a sostener tu corazón un ratito en mi mano
a abrir mis piernas como se abren las flores para el viento
para sí mismas, para el rocío de la tarde.
enséñame a bailar, esta noche quiero seguirte el compás
abrirte las puertas de la azotea
llorar en tu soledad mientras desde tan arriba miramos
automóviles, camiones, autopistas llenas de policías y
máquinas ardiendo
enséñame a abrir las piernas y métemelo
contén mi histeria dentro de tus ojos
acaricia mis cabellos y mi miedo con tus labios
que tanta maldición han pronunciado, tanta sombra sostenido
enséñame a dormir, esto es el fin.

****

LA VISITA AL CONVALECIENTE

Es 1976 y la Revolución ha sido derrotada pero aún no lo sabemos. Tenemos 22, 23 años. Mario Santiago y yo caminamos por una calle en blanco y negro. Al final de la calle, en una vecindad escapada de una película de los años cincuenta está la casa de los padres de Darío Galicia. Es el año 1976 y a Darío Galicia le han trepanado el cerebro. Está vivo, la Revolución ha sido derrotada, el día es bonito pese a los nubarrones que avanzan lentamente desde el norte cruzando el valle. Darío nos recibe recostado en un diván. Pero antes hablamos con sus padres, dos personas ya mayores, el señor y la señora Ardilla que contemplan cómo el bosque se quema desde una rama verde suspendida en el sueño. Y la madre nos mira y no nos ve o ve cosas de nosotros que nosotros no sabemos. Es 1976 y aunque todas las puertas parecen abiertas, de hecho, si prestáramos atención, podríamos oír cómo una a una las puertas se cierran. Las puertas: secciones de metal, planchas de acero reforzado, una a una se van cerrando en la película del infinito. Pero nosotros tenemos 22 o 23 años y el infinito no nos asusta. A Darío Galicia le han trepanado el cerebro, ¡dos veces!,y uno de los aneurismas se le reventó en medio del Sueño. Los amigos dicen que ha perdido la memoria. Así, pues, Mario y yo nos abrimos paso entre películas mexicanas de los cuarenta y llegamos hasta sus manos flacas que reposan sobre las rodillas en un gesto de plácida espera .Es 1976 Y es México y los amigos dicen que Darío lo ha olvidado todo, incluso su propia homosexualidad. Y el padre de Darío dice que no hay mal que por bien no venga. Y afuera llueve a cántaros: en el patio de la vecindad la lluvia barre las escaleras, otros rostros que Mario y yo no conocemos y que ahora él tampoco reconoce. El pire en blanco y negro de las películas de los cuarenta-cincuenta. Pedro Infante y Tony Aguilar vestidos de policías recorriendo en sus motos el atardecer infinito de México. Y alguien llora pero no somos nosotros. Si escucháramos con atención podríamos oír los portazos de la historia o del destino. Pero nosotros sólo escuchamos los hipos de alguien que llora en alguna parte. Y Mario se pone a leer poemas. Le lee poemas a Darío, la voz de Mario tan hermosa mientras afuera cae la lluvia, y Darío susurra que le gustan los poetas franceses. Poetas que sólo él y Mario y yo conocemos. Muchachos de la entonces inimaginable ciudad de París con los ojos enrojecidos por el suicidio. ¡Cuánto le gustan!
Como a mí me gustaban las calles de México en 1968. Tenía entonces quince años y acababa de llegar. Era un emigrante de quince años pero las calles de México lo primero que me dicen es que allí todos somos emigrantes, emigrantes del Espíritu. Ah, las hermosas, las nunca demasiado ponderadas, las terribles calles de México colgando del abismo mientras las demás ciudades del mundo se hunden en lo uniforme y silencioso. Y los muchachos, los valientes muchachos homosexuales estampados como santos fosforescentes en todos estos años, desde 1968 hasta 1976. Como en un túnel del tiempo, el hoyo que aparece donde menos te lo esperas, el hoyo metafísico de los adolescentes maricas que se enfrentan −¡más valientes que nadie!− a la poesía y a la adversidad.Pero es el año 1976 y la cabeza de Darío Galicia tiene las marcas indelebles de una trepanación.Es el año previo de los adios es que avanza como un enorme pájaro drogado por los callejones sin salida de una vecindad detenida en el tiempo.Como un río de negra orina que circunvala la arteria principal de México, río hablado y navegado por las ratas negras de Chapultepec, río–palabra, el anillo líquido de las vecindades perdidas en el tiempo.Y aunque la voz de Mario y la actual voz de Darío aguda como la de un dibujo animado llenen de calidez nuestro aire adverso, yo sé que en las imágenes que nos contemplan con anticipada piedad, en los iconos transparentes de la pasión mexicana, se agazapan la gran advertencia y el gran perdón, aquello innombrable, parte del sueño, que muchos años después llamaremos con nombres varios que significan derrota.La derrota de la poesía verdadera, la que nosotros escribimos con sangre. Y semen y sudor, dice Darío.Y lágrimas, dice Mario. Aunque ninguno de los tres está llorando.

*****

Bujarrones, maricas, ninfos y filenos

Dentro del inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho, la reina y el paradigma de las locas.

****

Matemática del sexo

Hice el amor llevando la cuenta. Rosario estuvo fantástica, pero por mor al éxito del experimento preferí no advertírselo. Se vino quince veces. Las primeras le tenía que tapar la boca para que no despertara a los vecinos. Las últimas temí que le fuera a dar un ataque al corazón. A veces parecía desmayarse entre mis brazos y otras veces se arqueaba como si un fantasma estuviera jugando con su columna vertebral. Yo me vine tres veces. Luego salimos los dos al pasillo y nos bañamos con la lluvia que caía del pasillo de arriba. Es extraño: mi sudor es caliente y el sudor de Rosario es frío, reptiliano, y tiene un sabor agridulce (el mío es claramente salado). En total estuvimos cuatro horas cogiendo. Después Rosario me secó, se secó, arregló el cuarto en un santiamén (es increíble lo hacendosa y práctica que es esta mujer) y se puso a dormir pues al día siguiente tenía que trabajar. Yo me acomodé en la mesa y escribí un poema que titulé «15/3». Después me puse a leer a William Burroughs hasta que amaneció.

Hoy he cogido con Rosario de doce de la noche a cuatro y media de la mañana y he vuelto a cronometrarla. Se vino diez veces, yo dos. Sin embargo, el tiempo empleado en hacer el amor fue mayor que el de ayer. Entre poema y poema (mientras Rosario dormía) hice algunos cálculos matemáticos. Si en cuatro horas te corres quince veces, en cuatro horas y media te deberías correr dieciocho veces, y en modo alguno diez. Lo mismo vale para mí. ¿Es posible que la rutina ya comience a afectarnos?

 

****

Bolaño va a la FIL, pero…

Mario Alberto Mejía

La verdadera razón por la que Roberto Bolaño nunca fue a la FIL de Guadalajara es porque no quería encontrarse con los infrarrealistas. Varias veces lo invitaron Raúl Padilla y su klōn, pero Bolaño decía no, gracias. No quería que los infrarrealistas lo abrumaran con reproches o gritos de admiración. No quería que a la mitad de una conferencia sobre la literatura nazi en América aparecieran esos vagos olorosos a tequila levantando el puño y reivindicando el infrarrealismo catalán, por ejemplo. O el infrarrealismo de la colonia Guerrero. O el infrarrealismo del Café La Habana. O el infrarrealismo tardío de Diego Osorno.

Una vez estuvo a punto de llegar a Guadalajara, pero se arrepintió y se quedó en el aeropuerto de la Ciudad de México. Se hospedó en el Camino Real, entró a comer a La Mansión y pidió unos tacos de tuétano. Tuvo agruras toda la noche.

El klōn de Raúl Padilla le habló por teléfono al klōn de Jorge Herralde para preguntarle si sabía algo de Bolaño, pero no, hostia, nada sabía de él.

Los klōnes de ambos se pusieron a platicar entonces sobre las dificultades que tienen que enfrentar los klōnes de intelectuales en las sociedades de hoy en día.

 

****

Diálogo en el que aparece Mario Santiago Papasquiaro

Roberto Bolaño: Ulises Lima era mi amigo. Murió, era magnífico.

CW: Háblame un poco de él

RB: Ulises Lima era mi amigo Mario Santiago. Fue mi mejor amigo, mi mejor amigo, de lejos. Poeta mexicano, un ser extrañísimo. En realidad, Mario Santiago parecía haber bajado de un ovni hace un par de días. Era un lector empedernido que tenía cosas tan extrañas como meterse en la ducha y seguir leyendo. Se metía en la ducha, y con la mano mantenía el libro, así, con la mano tendida. Lo peor es que eran mis libros. Yo siempre veía mis libros mojados y no sabía qué había ocurrido. Yo me decía “es que ha llovido en México”. México es muy grande y puede llover en una zona de la ciudad y en otra no, es raro, pero se puede dar ese caso, realmente un fenómeno curioso de la naturaleza. Hasta que una vez lo sorprendí leyendo en la ducha y yo lo que tenía que haber hecho era ponerme de rodillas a rezar por el milagro que había presenciado… pero no lo hice, mas bien lo reté. Mario era un personaje fantástico. No tenía ninguna disciplina. Recuerdo que para ganar dinero trabajamos en diversas revistas mexicanas, y era yo el que escribía sus crónicas. Él hacía el borrador, yo lo reescribía, y luego tenía que escribir la mía.

CW: —O sea era poeta, poeta.
RB: Él era un poeta, poeta, un personaje fantástico, muy valiente.

CW: – ¿Recuerdas algún verso suyo?
RB: “Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio”, que es una apuesta total.

 

****

Un paseo por la Literatura

Roberto Bolaño

para Rodrigo Pinto y Andrés Neuman

1. Soñé que Georges Perec tenía tres años y visitaba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso.

2. A medio hacer quedamos, padre, ni cocidos ni crudos, perdidos en la grandeza de este basural interminable, errando y equivocándonos, matando y pidiendo perdón, maniacos depresivos en tu sueño, padre, tu sueño que no tenía límites y que hemos desentrañado mil veces y luego mil veces más, como detectives latinoamericanos perdidos en un laberinto de cristal y barro, viajando bajo la lluvia, viendo películas donde aparecían viejos que gritaban ¡tornado! ¡tornado!, mirando las cosas por última vez, pero sin verlas, como espectros, como ranas en el fondo de un pozo, padre, perdidos en la miseria de tu sueño utópico, perdidos en la variedad de tus voces y de tus abismos, maniacos depresivos en la inabarcable sala del Infierno donde se cocina tu Humor.

3. A medio hacer, ni crudos ni cocidos, bipolares capaces de cabalgar el huracán.

4. En estas desolaciones, padre, donde de tu risa sólo quedaban restos arqueológicos.

5. Nosotros, los nec spes nec metus.

6. Y alguien dijo:

Hermana de nuestra memoria feroz,
sobre el valor es mejor no hablar.
Quien pudo vencer el miedo
se hizo valiente para siempre.
Bailemos, pues, mientras pasa la noche
como una gigantesca caja de zapatos
por encima del acantilado y la terraza,
en un pliegue de la realidad, de lo posible,
en donde la amabilidad no es una excepción.
Bailemos en el reflejo incierto
de los detectives latinoamericanos,
un charco de lluvia donde se reflejan nuestros rostros
cada diez años.

Después llegó el sueño.

7. Soñé entonces que visitaba la mansión de Alonso de Ercilla. Yo tenía sesenta años y estaba despedazado por la enfermedad (literalmente me caía a pedazos). Ercilla tenía unos noventa y agonizaba en una enorme cama con dosel. El viejo me miraba desdeñoso y después me pedía un vaso de aguardiente. Yo buscaba y rebuscaba el aguardiente pero sólo encontraba aperos de montar.

8. Soñé que iba caminando por el Paseo Marítimo de Nueva York y veía a lo lejos la figura de Manuel Puig. Llevaba una camisa celeste y unos pantalones de lona ligera azul claro o azul oscuro, depende.

9. Soñé que Macedonio Fernández aparecía en el cielo de Nueva York en forma de nube: una nube sin nariz ni orejas, pero con ojos y boca.

10. Soñé que estaba en un camino de África que de pronto se transformaba en un camino de México. Sentado en un farellón, Efraín Huerta jugaba a los dados con los poetas mendicantes del DF.

11. Soñé que en un cementerio olvidado de África encontraba la tumba de un amigo cuyo rostro ya no podía recordar.

12. Soñé que una tarde golpeaban la puerta de mi casa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero. Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién estaba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un paquete de comida y un cheque de la Universidad Desconocida.

13. Soñé que leía a Stendhal en la Estación Nuclear de Civitavecchia: una sombra se deslizaba por la cerámica de los reactores. Es el fantasma de Stendhal decía un joven con botas y desnudo de cintura para arriba. ¿Y tú quién eres?, le pregunté. Soy el yonqui de la cerámica, el húsar de la cerámica y de la mierda, dijo.

14. Soñé que estaba soñando, habíamos perdido la revolución antes de hacerla y decidía volver a casa. Al intentar meterme en la cama encontraba a De Quincey durmiendo. Despierte, don Tomás, le decía, ya va a amanecer, tiene que irse. (Como si De Quincey fuera un vampiro.) Pero nadie me escuchaba y volvía a salir a las calles oscuras de México DF.

15. Soñé que veía nacer y morir a Aloysius Bertrand el mismo día, casi sin intervalo de tiempo, como si los dos viviéramos dentro de un calendario de piedra perdido en el espacio.

16. Soñé que era un detective viejo y enfermo. Tan enfermo que literalmente me caía a pedazos. Iba tras las huellas de Gui Rosey. Caminaba por los barrios de un puerto que podía ser Marsella o no. Un viejo chino afable me conducía finalmente a un sótano. Esto es lo que queda de Rosey, decía. Un pequeño montón de cenizas. Tal como está, podría ser Li Po, le contestaba.

17. Soñé que era un detective viejo y enfermo y que buscaba gente perdida hace tiempo. A veces me miraba casualmente en un espejo y reconocía a Roberto Bolaño.

18. Soñé que Archibald McLeish lloraba -apenas tres lágrimas- en la terraza de un restaurante de Cape Code. Era más de medianoche y pese a que yo no sabía cómo volver terminábamos bebiendo y brindando por el Indómito Nuevo Mundo.

19. Soñé con los Fiambres y las Playas Olvidadas.

20. Soñé que el cadáver volvía a la Tierra Prometida montado en una Legión de Toros Mecánicos.

21. Soñé que tenía catorce años y que era el último ser humano del Hemisferio Sur que leía a los hermanos Goncourt.

22. Soñé que encontraba a Gabriela Mistral en una aldea africana. Había adelgazado un poco y adquirido la costumbre de dormir sentada en el suelo con la cabeza sobre las rodillas. Hasta los mosquitos parecían conocerla.

23. Soñé que volvía de África en un autobús lleno de animales muertos. En una frontera cualquiera aparecía un veterinario sin rostro. Su cara era como un gas, pero yo sabía quién era.

24. Soñé que Philip K. Dick paseaba por la Estación Nuclear de Civitavecchia.

25. Soñé que Arquíloco atravesaba un desierto de huesos humanos. Se daba ánimos a sí mismo: “Vamos, Arquíloco, no desfallezcas, adelante, adelante.”

26. Soñé que tenía quince años y que iba a la casa de Nicanor Parra a despedirme. Lo encontraba de pie, apoyado en una pared negra. ¿Adónde vas, Bolaño?, decía. Lejos del Hemisferio Sur, le contestaba.

27. Soñé que tenía quince años y que, en efecto, me marchaba del Hemisferio Sur. Al meter en mi mochila el único libro que tenía (Trilce, de Vallejo), éste se quemaba. Eran las siete de la tarde y yo arrojaba mi mochila chamuscada por la ventana.

28. Soñé que tenía dieciseís y que Martín Adán me daba clases de piano. Los dedos del viejo, largos como los del Fantástico Hombre de Goma, se hundían en el suelo y tecleaban sobre una cadena de volcanes subterráneos.

29. Soñé que traducía a Virgilio con una piedra. Yo estaba desnudo sobre una gran losa de basalto y el sol, como decían los pilotos de caza, flotaba peligrosamente a las 5.

30. Soñé que estaba muriéndome en un patio africano y que un poeta llamado Paulin Joachim me hablaba en francés (sólo entendía fragmentos como “el consuelo”, “el tiempo”, “los años que vendrán”) mientras un mono ahorcado se balanceaba de la rama de un árbol.

31. Soñé que la tierra se acababa. Y que el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka. En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro forjado del parque de Nueva York veía arder el mundo.

32. Soñé que estaba soñando y que volvía a mi casa demasiado tarde. En mi cama encontraba a Mario de Sá-Carneiro durmiendo con mi primer amor. Al destaparlos descubría que estaban muertos y mordiéndome los labios hasta hacerme sangre volvía a los caminos vecinales.

33. Soñé que Anacreonte construía su castillo en la cima de una colina pelada y luego lo destruía.

34. Soñé que era un detective latinoamericano muy viejo. Vivía en NuevaYork y Mark Twain me contrataba para salvarle la vida a alguien que no tenía rostro. Va a ser un caso condenadamente difícil, señor Twain, le decía.

35. Soñé que me enamoraba de Alice Sheldon. Ella no me quería. Así que intentaba hacerme matar en tres continentes. Pasaban los años. Por fin, cuando ya era muy viejo, ella aparecía por el otro extremo del Paseo Marítimo de Nueva York y mediante señas (como las que hacían en los portaaviones para que los pilotos aterrizaran) me decía que siempre me había querido.

36. Soñé que hacía un 69 con Anaïs Nin sobre una enorme losa de basalto.

37. Soñé que follaba con Carson McCullers en una habitación en penumbras en la primavera de 1981. Y los dos nos sentíamos irracionalmente felices.

38. Soñé que volvía a mi viejo Liceo y que Alphonse Daudet era mi profesor de francés. Algo imperceptible nos indicaba que estábamos soñando. Daudet miraba a cada rato por la ventana y fumaba la pipa de Tartarín.

39. Soñé que me quedaba dormido mientras mis compañeros de Liceo intentaban liberar a Robert Desnos del campo de concentración de Terezin. Cuando despertaba una voz me ordenaba que me pusiera en movimiento. Rápido, Bolaño, rápido, no hay tiempo que perder. Al llegar sólo encontraba a un viejo detective escarbando en las ruinas humeantes del asalto.

40. Soñé que una tormenta de números fantasmales era lo único que quedaba de los seres humanos tres mil millones de años después de que la Tierra hubiera dejado de existir.

41. Soñé que estaba soñando y que en los túneles de los sueños encontraba el sueño de Roque Dalton: el sueño de los valientes que murieron por una quimera de mierda.

42. Soñé que tenía dieciocho años y que veía a mi mejor amigo de entonces, que también tenía dieciocho, haciendo el amor con Walt Whitman. Lo hacían en un sillón, contemplando el atardecer borrascoso de Civitavecchia.

43. Soñé que estaba preso y que Boecio era mi compañero de celda. Mira, Bolaño, decía extendiendo la mano y la pluma en la semioscuridad: ¡no tiemblan!, ¡no tiemblan! (Después de un rato, añadía con voz tranquila: pero temblarán cuando reconozcan al cabrón de Teodorico.)

44. Soñé que traducía al Marqués de Sade a golpes de hacha. Me había vuelto loco y vivía en un bosque.

45. Soñé que Pascal hablaba del miedo con palabras cristalinas en una taberna de Civitavecchia: “Los milagros no sirven para convertir, sino para condenar”, decía.

46. Soñé que era un viejo detective latinoamericano y que una Fundación misteriosa me encargaba encontrar las actas de defunción de los Sudacas Voladores. Viajaba por todo el mundo: hospitales, campos de batalla, pulquerías, escuelas abandonadas.

47. Soñé que Baudelaire hacía el amor con una sombra en una habitación donde se había cometido un crimen. Pero a Baudelaire no le importaba. Siempre es lo mismo, decía.

48. Soñé que una adolescente de dieciséis años entraba en el túnel de los sueños y nos despertaba con dos tipos de vara. La niña vivía en un manicomio y poco a poco se iba volviendo más loca.

49. Soñé que en las diligencias que entraban y salían de Civitavecchia veía el rostro de Marcel Schwob. La visión era fugaz. Un rostro casi translúcido, con los ojos cansados, apretado de felicidad y de dolor.

50. Soñé que después de la tormenta un escritor ruso y también sus amigos franceses optaban por la felicidad. Sin preguntar ni pedir nada. Como quien se derrumba sin sentido sobre su alfombra favorita.

51. Soñé que los soñadores habían ido a la guerra florida. Nadie había regresado. En los tablones de cuarteles olvidados en las montañas alcancé a leer algunos nombres. Desde un lugar remoto una voz transmitía una y otra vez las consignas por las que ellos se habían condenado.

52. Soñé que el viento movía el letrero gastado de una taberna. En el interior James Mathew Barrie jugaba a los dados con cinco caballeros amenazantes.

53. Soñé que volvía a los caminos, pero esta vez ya no tenía quince años sino más de cuarenta. Sólo poseía un libro, que llevaba en mi pequeña mochila. De pronto, mientras iba caminando, el libro comenzaba a arder. Amanecía y casi no pasaban coches. Mientras arrojaba la mochila chamuscada en una acequia sentí que la espalda me escocía como si tuviera alas.

54. Soñé que los caminos de África estaban llenos de gambusinos, bandeirantes, sumulistas.

55. Soñé que nadie muere la víspera.

56. Soñé que un hombre volvía la vista atrás, sobre el paisaje anamórfico de los sueños y que su mirada era dura como el acero pero igual se fragmentaba en múltiples miradas cada vez más inocentes, cada vez más desvalidas.

57. Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros para pintar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras él jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte. Después se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?

Blanes, 1994.

****

La lista de espera del infierno

Mario Alberto Mejía

 

La muerte es un automóvil

con dos o tres amigos lejanos,

escribió Bolaño en un libro póstumo,

Antes de morir en la lista de espera

de un hígado.

¿Quién muere en la antesala de un

hígado?

Sólo los poetas.

Bolaño era más poeta que novelista

y así se asumía ante los demás,

pero los poetas se mueren de hambre

y no tuvo más remedio que escribir

algunas novelas y relatos que le dieron

fama y nombre, y esas pedanterías que

sirven para vivir y comer como Dios manda.

Pero Bolaño no supo negociar con su

editor un pequeño y sencillo y justo

trasplante de hígado.

Si lo hubiese hecho, la poesía latinoamericana

y la de toda Hispanoamérica

tendría a Bolaño gozando de cabal salud.

Y escribiendo versos y novelas seguramente

notables.

Y él, faltaba más, disfrutando los

beneficios que Fortuna les da a los escritores

que generan ventas, traducciones y publicidad.

Pero el destino se interpuso entre Bolaño

y la buena vida, y terminó por matarlo

—con dolores horribles— en la lista de espera

del infierno que es la antesala

de un hígado.

Y como el poeta no supo negociar

un buen lugar en la lista de hígados,

corazones, córneas y dedos índices,

nunca pasó de un muy sospechoso

e irritante segundo lugar.

De hecho, Bolaño entró a la lista

en el lugar número 8, nada desdeñable,

pero nada serio para un poeta que

empezaba a generar decenas de miles de euros

a sus editores.

Por eso es que no entiendo cómo,

en la antesala del infierno, que es

la antesala de los hígados, no haya

habido alguien capaz de gestionar

un hígado decente para el autor

de tantos buenos poemas y novelas.

Un hígado, si se quiere, de un carnicero

o pescador: un hombre sano —sin vicios

como la Manzanilla diaria o el brandy con

Coca Cola.

Un hombre sano en toda la extensión de la

palabra que fuera capaz de entregarle un

hígado a quien tanto le debemos.

Hoy que ya está muerto, y que seguramente

ignora lo que su nombre significa en el

Mercado de Valores de los escritores,

muchos de nosotros estaríamos más que

dispuestos a donar nuestro hígado

al poeta que durante años estuvo

en la lista de espera del infierno.

Pero ésta, qué le vamos a hacer,

es la cosa más imposible a estas alturas.

 

Notas relacionadas

Últimas noticias

spot_img