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jueves, julio 10, 2025

Mis primeras incursiones con los libros

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“Un lector vive mil vidas antes de morir: la persona que nunca lee solamente una”

Mis primeras incursiones con los libros fueron en la casa de mi abuela —como que hay una constante en este parámetro respecto a la misma experiencia vivida en algunos escritores o compositores—.

Cuando era niño, todos los viernes después de clases en la primaria (Tirso de Molina) y, obviamente después de comer, mi hermano José Luis y yo nos íbamos a pasar todo el fin de semana a la casa de nuestra abuela, madre de mi papá, que vivía en los condominios de la unidad Kennedy de la colonia Jardín Balbuena.

Llegábamos los viernes por la tarde y nos regresábamos los domingos, también por la tarde-noche. A veces iba nuestra madre por nosotros, con ese pretexto, para enterarse de las últimas novedades (chismes) de la familia paterna.

La cuestión es que íbamos, sin faltar, porque formábamos parte del equipo de futbol infantil que dirigía mi tío Miguel, el más joven de nuestros tíos paternos.

Jugábamos los sábados por la mañana y la historia era frecuente, no entrenábamos, salvo en los partidos propiamente dichos.

Las canchas de futbol estaban frente al edificio donde vivían, mi abuela y mis tíos (Deportivo Venustiano Carranza) y nada más era cuestión de atravesar la calle.

José Luis era el portero estrella.

Para no hacer el cuento largo, después del partido ese mismo sábado regresábamos a bañarnos, a desayunar y a realizar las actividades propias de los niños de esa edad.

A lo que voy es que los domingos despertábamos para seguir disfrutando el fin de semana.

La cuestión es que yo me levantaba muy tarde como consecuencia de la energía vertida el día anterior en donde se acumulaban, aparte de los partidos de futbol, los juegos y actividades sabatinas que incluían algunas fiestas que organizaban nuestros tíos (Mario, Miguel u Hortensia),

Cuando despertaba, el domingo, todos ya habían volado, mi abuela en su papel de consentidora, respetaba mi sueño y procuraba que descansara lo suficiente para recuperarme.

Cuando el sol ya no me permitía tener los ojos cerrados, continuaba yo en la cama pensando y reflexionando sobre lo que haría después de desayunar.

Un día, observando el cuarto tapizado de libreros y libros, mi curiosidad no pudo más y empecé a revisar e indagar sobre los títulos y temas de los libros.

En la pared había un cuadro con la imagen de Confucio y en la parte baja del cuadro una frase que decía: “Estudiar sin pensar es tan inútil como pensar sin estudiar”.

Obviamente, la frase me llamó la atención, al grado de que, en la actualidad y desde esa época, todos los libros que leo tienen como fruto una frase extraída del libro en turno.

El tema es que el primer libro que se me antojó leer fue una biografía de Napoleón, el cual terminé después de varias semanas o más bien después de varios fines de semana, fue ahí donde se me formó el hábito de leer cada domingo.

La segunda frase que me marcó fue una de Napoleón Bonaparte que dice: “Más valdría no haber vivido, que no dejar huella de mi existencia”.

La razón por la que en la casa de mi abuela hubiera tantos libros es que mis dos tíos, Mario y Miguel, trabajan en sendas librerías y conocían muy bien, y también la valoraban, la importancia de la lectura, aunque nunca me adoctrinaron en ese sentido, yo lo descubrí por cuenta propia.

A lo más que llegó mi tío Mario fue a quitarme las revistas de cómics de aquella época, que yo leía con vehemencia: Supermán, Archi y sus amigos Tarzán, Tawa (El hombre gacela: primer personaje mexicano de la historia), Kalimán y otros más, para romperlos en mi cara, lo cual era para mí inverosímil, a lo que respondía yo con el llanto propio de un niño de mi edad.

Yo creo que en algún momento se conmovió de mi reacción y después de unos días me regaló, a cambio, una revista de los “Supermachos”, la cual no tuve más remedio que empezar a leer, aunque al principio no lo entendía del todo.

Estas experiencias en casa de mi abuela se complementan con el momento en que detonó mi gusto por la lectura.

Fue cuando, en cierta ocasión, porque no tenía nada qué hacer, tomé una revista de las que mi tía Hortensia le regalaba a mi hermana Irma, no recuerdo muy bien el nombre (Cosmopolitan, Vanidades, que sé yo) en donde en la portada se leían los temas a tratar en ese número o ejemplar. El que me llamó más la atención  fue uno que decía más o menos lo siguiente: “Los tres secretos para hablar en público”.

Fui al índice, encontré la página donde venía el artículo y me dirigí a él. Los tres secretos eran LEA, LEA, LEA.

No entendí a qué se referían esas tres palabras, por más que reflexioné al respecto, mi escasa comprensión no pudo dilucidar el mensaje que podían tener esas extrañas palabras y en el contexto de una revista femenina.

Fui a preguntarle a José Luis, mi hermano mayor, qué significaban esas palabras y me dijo, no sin antes burlarse de mí, que para poder hablar en público había que leer, leer y seguir leyendo.

Cuando me cayó el veinte del sentido del mensaje no tuve más remedio que seguir el consejo, hasta la fecha,

No cabe duda que la infancia marca: en esta etapa de nuestra vida ocurren procesos de aprendizaje elementales e inconscientes, así como la vinculación afectiva, la seguridad en sí mismo, y la adquisición de fundamentos del lenguaje, los cuales condicionan aspectos de nuestro devenir como adultos.

“El libro para leer no es el que piensa por ti, sino el que te hace pensar”.

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