I
En la relación entre hombres de poder hay tiempos para todo.
Tiempos de encuentro y desencuentro.
Tiempos de cercanía y del frío invierno del desdén.
Tiempos para sellar pactos y dejar atrás algunos más que han caducado.
Pero lo que ayer se vio con motivo del 160 aniversario de la Batalla del 5 de Mayo de 1862 fueron tiempos para dejar en claro que la relación política, institucional y personal entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el gobernador Miguel Barbosa Huerta está forjada en el fuego purificador que solo entienden dos animales políticos.
Esos animales de poder que, como decía Julio Scherer García en su libro Los Presidentes, pertenecen “a una categoría privilegiada. Late la política en la yema de sus dedos, allí siente y la entiende… Hay especies animales que conocen como nadie la dirección del viento, porque el viento lo llevan en el lomo como segunda piel”.
El primer guiño de que la relación entre ambos goza de cabal salud llegó al arranque de la jornada, en la máxima tribuna del país: La Mañanera.
“Estamos muy contentos, muy satisfechos con el trabajo que está haciendo el gobernador Miguel Barbosa en Puebla”, fueron las palabras del presidente, quien decidió cerrar su agenda toda la mañana -hasta las 14 horas- para disfrutar de su presencia en Puebla y de la parada cívica-militar.
El acuse de recibido no tardó en llegar. El escenario ideal fue la ceremonia oficial de la gesta heroica, en la zona de los fuertes de Loreto y Guadalupe, justo en el Mausoleo de Ignacio Zaragoza.
“Es un hecho importantísimo para los poblanos que esté usted presente acá, nos enaltece, nos sentimos animados. Estamos convencidos de su lucha. Es usted uno de los mejores hijos de México”, reviró Miguel Barbosa tras un erudito y magistral discurso realizado sin apuntes ni borradores.
Luego vinieron las sonrisas, las palmadas, el reconocimiento una y otra vez.
En la principal tribunal del desfile, López Obrador y Miguel Barbosa le dijeron a todo mundo que su alianza no solo sigue vigente, sino que va más allá de lo que cualquiera pueda imaginar.
II
Todo ha cambiado en Puebla Levítica que se aferraba a un espejismo llamado Rafael Moreno Valle y José Antonio Gali Fayad.
Las tribunas destinadas para los invitados especiales al desfile por el 160 aniversario del triunfo de los mexicanos sobre el ejército más poderoso del mundo estaban ocupadas por la nueva clase política.
Un amasijo de políticos que ya no necesitan uniformarse de trajes Brioni, hebillas Dolce Gabana, zapatos Ferragamo o camisas italianas.
Ayer, se demostró que Puebla -al menos su clase política- se ha sacudido de la imagen de los Chicago Boys, los Yuppies y brokers de Wall Street.
Hoy son tiempos de la justa medianía juarista.
El mensaje de poder ya no está en la vestimenta o el glamour que rayaba en el exceso y el despilfarro.
En el mood poblano de que para ser hay que aparentar serlo.
Hoy, el mensaje está en la capacidad de los políticos y el círculo rojo de entender los mensajes de quienes llevan en las yemas de los dedos el oficio político de quien se forja en la panza de la ballena de la élite de poder nacional.
Ya no caben las apariencias. El discurso es el que define al hombre y su esencia.
Es ahí donde queda claro si es progresista o vende gato por liebre.
III
Qué difícil ha de ser para un político sentir el invierno de la exclusión.
Pero todavía más cuando ese frío lo tienes que compartir con tu enemigo.
Eduardo Rivera Pérez quiso sentarse en otro lugar que no tenía asignado en la zona principal de la tribuna.
Respetuosamente -penosamente- fue conminado a ocupar su lugar: la antepenúltima silla de la mesa principal.
Dos lugares más y el abismo se ceñía a su izquierda.
Ahí esperó a que la ceremonia por el 160 aniversario concluyera.
Hasta ese momento no había sido requerido para ningún acto oficial.
Su exclusión se trasladó a la Mesa de Seguridad que encabezó el presidente de la República.
El tiempo pasó y, lo mismo que los invitados especiales, tuvo que esperar más de una hora a que comenzara la ceremonia y el desfile.
Sillas vacías a su derecha. Dos sillas antes del abismo a la izquierda.
De pie, a dos sillas del abismo, observó al presidente de la República tomar su lugar en la mesa principal.
Lo que en ese momento no esperaba es que su compañero a la izquierda fuera Ignacio Mier Velazco, cuyo medio de comunicación ha sido patrocinador de una campaña de desprestigio contra el alcalde debido a que cree -equivocadamente- que es el rival a vencer de camino a la sucesión en 2024.
¿Qué se dijeron? Solo ellos saben, pero por sus rostros transmitían a todos la incomodidad de tener que soportarse por dos horas.
IV
Ignacio Mier Velazco fue ubicado a una silla de caer en el abismo de la mesa principal.
10 sillas lo separaban de Andrés Manuel López Obrador.
El frío de la lejanía fue más crudo con el ultraderechista Eduardo Rivera a su lado.
A pesar de la evidente desgracia, los seguidores del coordinador del Grupo Parlamentario de San Lázaro asumir su lado más conservador, propio de la poblanidad que tanto se criticó la jornada cívica de ayer.
En una tribuna aparte, la hija del diputado federal, Daniela Mier Bañuelos, se levantaba de su silla, se tomaba selfies, grillaba con sus compañeros y hacía todo lo posible para hacerse notar.
Cuando su papá se trasladó a su lugar en la mesa principal, a una silla del abismo, Daniela y sus empleados, también legisladores locales de Morena, no repararon en aplaudir y echarle porras.
Fue evidente que el corazón de Nacho Mier se inflamó ante el apapacho público del orgullo de su nepotismo.
No convencida con la acción, Daniela planeó que todos los legisladores aliados se tomaran una fotografía conjunta con su papá el diputado.
Pese a las buenas intenciones, no hubo tiempo para foto ni para cortejos.
A kilómetros de distancia, el “socio” del dogerista Mier Velazco pretendía engañar a los bobos.
No se sabe si las fotografías que subió de su jefe eran tomadas directamente de la pantalla de la televisión en la que vía la transmisión del acto oficial o se las pasaban sus fotógrafos que -ellos sí- estaba acreditados.
Salivazo tras salivazo -disfrazados de tuits- juró que su socio, su patrón formaba parte del Olimpo de la 4T.
Quien estuvo presente en el acto oficial sabe que no es así.
V
Decía el expresidente Adolfo Ruiz Cortines: “Los políticos comemos sapos. Plato grande para los políticos grandes, plato chico para los pollos”.
Julio Scherer abre su intimidad para darle forma al relato: “En su casa sin lujos del puerto de Veracruz, sigilosa la muerte en su recámara, varias veces lo visité… vivía semiabandonado.
“Le pregunté por su salud. ‘De mal en peor, como los años, cada vez más pesados’.
“Tuve la intención de bromear y le dije que al menos ya no tenía que tragar sapos. ‘Se equivoca porque no sabe de esto. Ni la vejez puede con la política”.
Ayer fue evidente que algunos políticos creen que entre más sapos coman, mejores políticos son.
O entre más años y más sapos, tendrán más posibilidades.
¡Qué lástima! Se están perdiendo la mejor parte de la historia.