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jueves, julio 3, 2025

Crónica de una derrota

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Un extraño francés recordó este 2 de julio una estampa brutal ocurrida hace 25 años.

Eran las 11 de la mañana en el edificio del PRI nacional, en la zona de Buenavista.

En la explanada empezaban a preparar todo para la celebración de la victoria de Francisco Labastida Ochoa como presidente de la república.

Ya se sabe: las carpas, la banda sinaloense, las sillas, las matracas, el confeti, las edecanes.

(En ese México, las edecanes eran parte del mobiliario).

En las oficinas, todo era un ir y venir constante.

De pronto, Luis Maldonado Venegas llegó a la oficina en la que se encontraban Labastida y Esteban Moctezuma, a la sazón coordinador general de campaña.

(Maldonado era su adjunto).

Pálido, quien con los años sería el secretario general de Gobierno en la administración Moreno Valle, les mostró unas encuestas muy confiables que le daban al panista Vicente Fox un triunfo contundente.

A esa hora ya aventajaba por once puntos al priísta.

Y lo peor: las filas de votantes abarrotaban las casillas.

Era el peor de los mundos.

Labastida negó enfáticamente el dicho de Maldonado.

—¡Ya perdimos, Pancho!

—¡No, no y no! ¡Voy a ganar, Luis! ¡Que no te quede la menor duda! —respondió

Y salió del privado.

Media hora después, el extraño francés se encontró en la escalera a Emilio Lozoya Thalmann, secretario de Energía en tiempos de Carlos Salinas.

—Vengo a felicitar de antemano a Pancho Labastida por su triunfo— le confió.

El extraño francés le narró la escena ocurrida en el privado.

Lozoya, entonces, sacó de la bolsa de su tweed unos dulces y se los dio a su interlocutor.

—Toma. Te van a hacer falta más tarde.

Y se fue sin saludar a Labastida.

Cada hora se convirtió en un martirio: en una muerte lenta.

Labastida esperaba a eso de las tres de la tarde que llegara el voto verde.

Se quedó esperándolo.

El país había votado por la opción contraria.

A eso de las siete de la noche, empezó a redactar su discurso de derrota.

Marcos Bucio, Guillermo Ruiz de Teresa, Moctezuma, Maldonado, Tere Uriarte, el extraño francés, Dulce María Sauri… todos, absolutamente todos, estaban consternados.

Hubo lágrimas.

El anunciado festejo terminó en velorio.

No vieron venir el tren.

O no lo quisieron ver.

Un tren, el de Fox, que parecía potente, y que terminó por decepcionar a todos.

Esa noche, ya en la madrugada, el extraño francés llegó a su casa.

Su esposa lo esperaba con la cena.

Fue una cena amarga: bisteces y puré de papa.

Los días pasaron.

Dos días antes de la toma de posesión de Fox, el extraño francés fue con un amigo a la cantina “El Mirador”, ubicada en la zona de Los Pinos.

En la entrada se encontró al todavía presidente Zedillo, a Liébano Sáenz y al jefe del Estado Mayor Presidencial.

—¡Usted nos vendió, presidente! —le reclamó.

Zedillo se quedó pálido y alcanzó a decir que Labastida había sido un mal candidato.

El caldo de jaiba que se comió en la cantina seguramente le cayó mal.

 

 

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