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lunes, junio 23, 2025

Trama séptima: La nínfula extraviada Capítulo 31. Amor en Manhattan

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Nota del autor

Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios

Trama séptima: La nínfula extraviada

Capítulo 30. La impunidad tiene rostro de macho

Perla María llegó de Guanajuato a Puebla a los dieciséis años. Era huérfana de padre. Se fue a vivir con unos familiares a la zona de Amalucan. Era rubia química, muy blanca y unos ojos verdes que dejaban ver el cielo y el infierno. No era escultural, pero tenía una piel suave y unos labios muy deseables. Nadie sabe cómo tocó las puertas de un table-dance a los diecinueve años. Lo cierto es que, al llegar al Manhattan, en bulevar Forjadores, jaló algo más que las luces altas.

—¿Cómo te quieres llamar, reinita? —le preguntó Alejandro, el gerente del antro.

—Perla —respondió.

—Pero así te llamas, ¿no?

—Y así me quiero llamar aquí.

La noche de su debut, el gerente le dio un aventón a su departamento —en la 26 de septiembre, por Loma Linda—, y le arrancó varios besos. Le dijo que si quería crecer en el negocio tenía que ceder territorio.

—¿Qué es ceder territorio? —preguntó ella.

—Cederme tus nalgas, por ejemplo.

Esa noche no lo hizo, pero una semana después terminó cediendo a cambio de otro departamento —en Forjadores—, un Volkswagen de uso y algunas zapatillas de bisutería. Alejandro la tuvo de amante cerca de un año. Y no continuaron porque ella se cansó de compartirlo con Chantal, una chica morena originaria de Coatzacoalcos. Ambas disputaban las prebendas del gerente, y algo más: el favor de los clientes. Antes de que Chantal llegara al Manhattan, Perla era la reina de la noche. Al ingresar, las cosas se movieron de lugar. Perla siguió ganando dinero, pero no en las cantidades que lo hacía. Chantal era una hembra rotunda: alta, guapa y lo suficientemente lúbrica como para atraer clientela.

Chantal bautizó a Perla como “Perla Petra”, e hizo correr historias terribles sobre ella: es drogadicta, madre soltera de tres niños y tiene herpes y papiloma humano. Cuando Perla se enteró de las mentiras que circulaban sobre ella, era demasiado tarde. El daño estaba hecho. No muchos querían acostarse con ella por temor a contagiarse.

En esos días, una vez que Perla acababa de terminar su relación con el gerente, apareció Raúl Mendizábal, un contador público proveniente de Teziutlán que trabajaba con gente ligada al equipo de Enrique Agüera, quien con los años se convertiría en rector de la BUAP. Raúl pidió un privado con Perla un lunes —noche de escasos clientes—, y con eso bastó para que se enamorara de ella.

(Continuará).

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