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lunes, junio 16, 2025

Sargent, pintor de época

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La exposición de la temporada en el Museo Metropolitano de Nueva York está dedicada al pintor John Singer Sargent (1856–1925), famoso por sus retratos de gente de la alta sociedad. A cien años de su fallecimiento, la muestra es, sobre todo, la epopeya de alguien que descubrió a temprana edad sus cualidades geniales, pero que no sabía qué hacer con ellas, empeñado en una tarea imposible: plasmar lo que no ha sido visto por los ojos humanos. Eso lo condujo de las apacibles colinas de su natal Florencia, Italia, a la tierra de sus padres, la indómita Norteamérica, pasando por los violentos, subyugantes paisajes de España, Normandía y el norte de África.

¿Qué podía hacer un joven talentoso en medio de dos corrientes pictóricas, el impresionismo y el naturalismo? Aferrarse a su imaginación peregrina. El impresionismo había hecho de las suyas, agotando los caminos a explorar. Sargent comulgó con sus ideas estéticas, y si bien nunca estuvo muy cerca de ellos, esta exhibición del Met incluye un cuadro intitulado Claude Monet pintando (1885), prueba de la amistad que hubo entre ambos pintores y de la admiración de Sargent por el método de trabajo del impresionista, alejado del taller cerrado. Lo representa durante un verano en Giverny, región de Normandía, junto con la mujer que años más tarde se convertiría en su esposa, Alice Hoschedé.

En los jardines de Luxemburgo (1879) es quizás el cuadro más cercano al espíritu impresionista. La gran plaza está pintada en un color neutro, cercano al pastel, sobre el que sobresale una pareja paseando. Sargent hace hincapié en el varón, vestido con un elegante traje negro. Las figuras que rodean la gran fuente han sido esbozadas con algunos toques de color, cosa que genera una atmósfera tranquila, cotidiana.

¿Qué alternativas tenía el joven genio? ¿El naturalismo pálido, inmovilista? Imposible. ¿La fotografía incipiente? Nada qué hacer frente a su poderoso trazo. El cubismo no había sido siquiera concebido. Sargent sabía todo esto, así que, en lugar de deprimirse y dejarse arrastrar la vida bohemia, lidió con la fama, la vanidad y lo superfluo. Luego tuvo un desliz y siguió su camino.

Como dije, nació en Florencia, de padres norteamericanos. Le gustaba presentarse como un americano nacido en Italia, educado en Francia, que observa como alemán, habla como inglés y pinta como español. Fue amigo de Henry James, quien pensaba que era el representante del “norteamericano ideal”. La exposición del Met sigue el itinerario de una estrella, cuya meteórica carrera causó sensación en los círculos sociales donde se desenvolvió con asombrosa naturalidad. Su madre lo había preparado para ello.

Nos enteramos de que, además de enseñarle las convenciones sociales de ese entonces, ella lo ponía a terminar un dibujo todos los días, desde que cumplió cuatro años de edad. Su talento se extendió a la música. Las acuarelas del legendario Cirque d´Hiver en París (que aún sigue abriendo sus puertas) son de una belleza incomensurable. Sencillas, dinámicas, llevan a una escala mayor los propósitos estéticos de los impresionistas. Ejemplo es Rehearsal of the Pasdeloup Orchestra at the Cirque d’Hiver (ca. 1879–1880). De hecho, su abundante obra es un magnífico panorama de la sociedad parisina, en particular el mundo del arte a fines del siglo XIX.

Antes de convertirse en retratista estrella de aristócratas y opulentos a finales de los años victorianos, Sargent viajó por España, la costa normanda, el norte de África, cruzó el Atlántico a fin de conocer sus raíces norteamericanas, ofreciéndonos un panorama lleno de colorido, significado sobre la cultura popular de cada sitio. Un cuadro especialmente bello es El jaleo (1882), lienzo en el que vemos a tres bailarinas españolas de flamenco ejecutando su acto acompañadas por un quinteto de músicos en una taberna pobremente iluminada. Algunos de ellos, así como dos de las muchachas, siguen con las palmas de sus manos el ritmo del taconeo de la tercera bailarina que Sargent ha colocado en primer plano. El juego de sombras y luz es sublime.

Otro ejemplo sobresaliente es el retrato de grupo Las hijas de Edward Darley Boit (1882). No es propiamente una escena estática, de corte realista, sino un espacio lleno de motivos subliminales, donde las personas y objetos retratados son parte de eso que Sargent anhelaba: descubrir el dinamismo que nunca ha sido visto en las figuras que pueblan el mundo, incluidos los humanos.

Cuando estuvo en Madrid pasó días enteros estudiando el manejo de la perspectiva y la luz en Velázquez; no extraña, pues, que haya simpatizado con los pintores de la escuela de Barbizon, propensos al realismo, incluso al naturalismo. Pero tampoco fue entusiasta de este grupo. Se zambulló en el claroscuro del pintor flamenco del siglo XVII, Frans Hals. Así se convirtió en un maestro del movimiento.

Su mesurado, sorprendente talento para pintar modelos de una elegancia que cortaba la respiración, inmersos en escenarios espectaculares, no obstante cerebrales, lo catapultaron a la cima de la popularidad entre los mecenas europeos y norteamericanos. Nadie que se respetara en Nueva York, Boston, Londres, París, Madrid podía cometer el pecado de no hacerse pintar por Sargent.

Agudo observador, Sargent fue aceptado a exponer varias veces en el prestigiado, codiciado y controvertido Salón de París. Sin embargo, su excesivo celo profesional lo metió en un lío con la sociedad parisina. Quiso retratar a Virginie Gautreau, compatriota estadounidense que estaba casada con un adinerado banquero francés. Ella no lo dudó un instante. Entonces comenzaron los problemas, pues resultó ser una modelo impaciente, un tronco imposible de pintar. Además, con este cuadro Sargent deseaba consagrarse en dicho salón, así que decidió terminarlo por su cuenta, idealizando la belleza de Virginie, imprimiendo el movimiento necesario.

Si bien no se decía quién era la modelo, muchas personas de entre el público la reconocieron de inmediato. Quedaron estupefactos por el escote del vestido, no entendieron el porqué del fúnebre maquillaje blanco, ni la posición bizarra del brazo derecho. Para colmo, la composición exigía que uno de los tirantes del vestido colgara del hombro, imperdonable falta de pudor en el estertor de la época victoriana. La familia de Gautreau, horrorizada, solicitó que la pintura se retirara. Sargent pidió pintar de nuevo el tirante, pero se le negó hacerlo hasta terminada la exposición. El escándalo precipitó su salida de París rumbo a Londres, donde siguió cosechando fama y fortuna. Siempre sostuvo que este retrato fue su mejor trabajo. Las vidas de algunas mujeres de este mundo glamoroso, retratadas por Sargent, fueron descritas a través del vidrio del romanticismo en la última novela, inconclusa, de Edith Wharton, Las bucaneras (1938).

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