Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios
Trama quinta: ¿No sientes que el corazón se te ensancha al ver esto?
Capítulo 22. La hija de su madre.
Lucero no pudo más y le dijo a su mamá lo que estaba sucediendo. Grave error. Juanita reaccionó furiosa y la acusó de puta. Estaban solas cuando ella se atrevió a decirle. La golpeó como una hembra celosa y la corrió de la casa. Lucero se fue a vivir con su abuelita. Al enterarse de los hechos, Mario obligó a Juanita a ir por ella. Su regreso no resolvió nada. Él siguió abusando cada vez que quería. Eso tampoco cambió las cosas entre ella y su madre. Frente a Mario, Juanita se portaba amable, pero cuando él no estaba no la bajaba de puta. “¡Quieres robarme a mi marido, pinche ramera!”. ‘La Chata’ lloraba con Lucero después de cada pleito.
Al enterarse de lo que ocurría, ‘La Chata’ le confió a Lucero que en dos o tres ocasiones su padre le había tocado los senos por la noche, y que una vez lo encontró masturbándose cerca de ella. Lucero volvió a enfrentar a su madre y le dijo lo que estaba pasando. “¡Par de putas! ¡Me quieren robar a mi hombre!”, les gritó.
La siguiente vez que Mario abusó de Lucero, ésta se portó como una cínica.
—¡Ya supe que te quieres coger a mi hermana! ¡Ni se te ocurra hacerlo! Conmigo puedes hacer lo que quieras, pero con ella no te metas.
Mario tomó la oferta y dejó de acosar a Rosalba, pero eso le dio las credenciales suficientes para abusar de Lucero con mayor confianza. Ella dejó de resistirse. Y al poco tiempo empezó a coquetear con él en la mesa familiar. Su madre se ponía furiosa, pero no se atrevía a reclamarle. Además de ser una celosa compulsiva, le tenía pánico a su esposo.
Lucero inició una relación con un plomero de la unidad habitacional y en una de esas veces no llegó a dormir a su casa. Su madre la corrió una vez que se presentó al día siguiente, pero tuvo que ir por ella a la casa de su abuelita Lucha porque Mario se lo ordenó.
Esa noche, Mario tuvo sexo con Lucero de una manera inusual: con una pasión desbordada plagada de amenazas. Era un perro herido y ella lo disfrutaba. Lucero se volvió una cínica. Delante de su madre le enseñaba los senos y le hacía señas de que fueran a la cama. La cosa se descompuso más cuando un día llevó a comer a su novio, el plomero, y lo besó delante de todos en la boca. Mario corrió al muchacho y se llevó a Lucero al cuarto. Le hizo el sexo hasta que se cansó. Ella jadeó, sobreactuando, y soltó unos gritos de placer para desquiciar a su madre.
(Continuará).