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viernes, junio 6, 2025

Trama cuarta: La Casa de los Enanos Capítulo 20. Margaritas a los cerdos

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Nota del autor

Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios.

Trama cuarta: La Casa de los Enanos

Capítulo 20. Margaritas a los cerdos

No fue una separación. Ni siquiera un desgarramiento. Simplemente le dijo que se fuera mucho, pero muchísimo, hacia los confines de ninguna parte. Edy pidió clemencia. Fue inútil. Patricia Rodoreda hizo maletas y se fue a la casa de sus padres. Estaba deshecha, tanto que las lágrimas le impedían hablar. Así estuvo diez o quince días. Metida en la humillación, la vergüenza y el abandono. Se dio pena, y por su cabeza seguían pasando las imágenes grotescas protagonizadas por Edy Bueno, el alumno modelo de François Perret, el chef de la pastelería Le Comptoir, del Ritz de París.

Sus padres, mientras tanto, no sabían qué hacer frente a las llamadas de Edy. “¿Qué le hiciste a nuestra hija que no para de llorar?”, le reprochaban. Pero no pasaba por su mente el tamaño del agravio que éste le había proferido. Los días transcurrieron, y mientras Patricia Rodoreda se recuperaba en la residencia familiar de Valle de Bravo, Edy tenía la casa hecha un desastre. La servidumbre había sido despedida al igual que el jardinero y el chofer. Sólo él habitaba la Casa de los Enanos, aunque eventualmente llegaban a verlo y a drogarse, y a sodomizarlo, los miembros de la comparsa que había venido armando a lo largo de su vida.

Cuando por fin tuvo fuerzas, Patricia les contó a sus padres el horror sufrido. Furioso, ofendido, Pepe Rodoreda quiso cobrarse los agravios por él mismo, pero Matilde lo metió en razón. Había tres cosas en la escrupulosa agenda: deshacer el ridículo matrimonio, echar a Edy Bueno de la casa y cobrarle con sangre tanto la deuda millonaria que tenía con ellos, como la ofensa vertida sobre el honor de su hija.

Patricia quiso ver sola el lastimoso campo de batalla en el que se convirtió su hogar. Lo que halló ya no le rompió el corazón, de por sí roto. Al contrario: inflamó su deseo de venganza. Halló pipas de crack, jeringas con restos de heroína, condones usados, y un olor a mierda en el ambiente. Cobarde como era, Edy Bueno había dejado una carta, muy escueta, en la que anunciaba su partida de Puebla. La postrería, le informó, había cerrado tras el brutal robo que sufrió.

Ya metida en la casa de sus padres, Patricia recibió un mensaje de Edy: estaba dispuesto a firmar el divorcio, pero a cambio exigía algunas prebendas. ¿Y qué decir del millonario adeudo? Estaba saldado, según él, en paga por los meses que pasaron juntos. El final de esta historia es predecible y, por lo mismo, no vale abundar en él. Me quedo con la infinita tristeza de Patricia Rodoreda, quien creyó encontrar lo bueno, el amor de su vida, en una pocilga inflamada de vómito, sangre coagulada y heces fecales. Oh, señor, sí, señor.

(Continuará).

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