Este miércoles, en la Casa de Justicia de Zacatlán, se llevó a cabo una audiencia de Reparación del Daño, que tuvo como protagonista a Olimpia Coral Melo Cruz, activista y promotora de la Ley Olimpia en México, Estados Unidos y América del Sur.
Olimpia pudo haber ido hasta el final en esta trama, pero fue generosa.
Es decir: Israel N, su agresor —originario de Huehuetla—, debió enfrentar hasta cinco años de prisión por los delitos de daño moral, acoso y daño en propiedad ajena, por los hechos ocurridos en ese municipio totonaco el 11 de abril de 2024.
Sin embargo, Olimpia se decantó por una figura que permite reducir la responsabilidad penal del acusado mediante el resarcimiento de los daños causados a la víctima.
En este caso: a Olimpia Coral Melo Cruz.
Esto significa que el agresor —que ha visto pasar las semanas y los meses en el Cereso de Huauchinango— quedará en libertad, una vez que haga una disculpa pública, cosa que sucederá de un momento a otro.
Además, se comprometerá a tomar cursos de nuevas masculinidades.
Ese 11 de abril de 2024, Olimpia se encontraba con Manuelita y Chábeli en una tienda de Huehuetla cuando un tipo se acercó a ella con intenciones lascivas y le susurró “hola, guapa”.
—¡Hola, panzón! —le respondió enojada.
El hombre reclamó.
Ella le dio una lección en dos segundos.
Instantes después, en abierto desafío, otro tipo —Israel N— se acercó a ellas, se abrió la bragueta, se sacó el pene y empezó a orinar en la calle.
—¿No sabes lo que es un baño? —recriminó Olimpia.
La respuesta fue furibunda.
Israel N empezó a insultarlas a gritos, fuera de sí.
Luego, una vez que las tres subieron a su vehículo, las persiguió y aventó una lata de cerveza sobre el mismo.
Ahí inició una pesadilla que duró cerca de una hora —en la que participaron entre ocho y diez hombres— y que la creadora de la Ley Olimpia enfrentó con valentía, un miedo natural y una alta dosis de indignación.
Los tipos —ebrios, machistas, misóginos— las persiguieron y trataron de abrir las puertas de la camioneta que conducía Olimpia.
Hubo uno que quiso meterse por el quemacocos.
Cuando ella inició una transmisión por Facebook para grabar los hechos, quisieron arrebatarle el celular.
Olimpia, Manuelita y Chábeli se refugiaron en una gasolinería, una vez que era la única zona iluminada.
En ese momento, los agresores se dispersaron sin dejar de observarlas desde algunos taxis.
(Cosa curiosa: forman parte de una agrupación de transporte público que carece de permisos para ofrecer el servicio, pero que es tolerada por la autoridad).
Olimpia empezó a narrar los hechos vía Facebook y dio cuenta de las agresiones sufridas.
Para entonces, pese a que había solicitado la presencia de la policía municipal, nadie había llegado a auxiliarlas.
Un hombre vestido de civil se acercó a su vehículo y les dio garantía de que todo estaría bajo control si se dirigían a la parte baja de la población.
(Literal: la parte baja).
—¿Y si queremos ir arriba? —preguntó Olimpia.
—Ahí no pueden ir. Sólo a la parte baja.
En pocas palabras, no garantizaba su seguridad en toda la cabecera municipal.
Sólo en una parte.
Una hora después, la policía por fin arribó al lugar.
Más tarde, por intermediación de Guillermo Garrido Cruz, rector de la Universidad Intercultural del Estado de Puebla (UIEP), Olimpia, Manuelita, Chábeli y tres perritos que las acompañaron a lo largo del viaje pernoctaron en un área de la institución.
Al día siguiente, Olimpia ofreció una charla en las instalaciones de la UIEP en la que narró su terrible experiencia.
Por ahí andaba Rafael Lara Martínez, el entonces alcalde priista de Huehuetla, quien se mantuvo en una cantina mientras Olimpia y sus compañeras fueron víctimas de esa trama de terror.
Su esposa, por cierto, fue la candidata del PRI en ese municipio en 2024, y, en consecuencia, es la actual presidenta municipal.
(En campaña, tuvo un lema brutal: “¡Vivan las mujeres!”).
Durante la charla, Olimpia dijo que gracias a que ella es conocida terminó siendo auxiliada por las autoridades.
“¿Se pueden imaginar la suerte que viven otras mujeres en similares circunstancias?”, le preguntó a un auditorio impactado por los hechos.
Reveló indignada que para interponer la denuncia en contra de sus agresores tenía que acudir a Zacatlán —municipio ubicado a cuatro horas de Huehuetla—, pues ahí se encuentra la oficina más cercana de la Fiscalía estatal.
Una mujer común no hubiese corrido con la suerte de Olimpia.
Una mujer común habría sido víctima de sus agresores y de la inoperancia —o abulia— de la autoridad municipal.
Todo estaba mal en esos días en Huehuetla: el exalcalde toleraba a los taxistas sin permisos, quienes, cada vez que podían —y podían mucho— se embriagaban en la calle y acosaban sexualmente a mujeres indefensas.
Y todavía nos asombramos por las matemáticas de los feminicidios.
Hoy, por fortuna, y luego de un largo proceso, Olimpia terminó derrotando a esa cultura patriarcal cuajada en un machismo medieval.
