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lunes, mayo 19, 2025

El guardián de los muertos: Benoît Gallot y la vida secreta del Père-Lachaise

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En el corazón de París, donde la historia y la muerte comparten senderos arbolados y mausoleos centenarios, Benoît Gallot ha encontrado su vocación y su hogar. Desde 2018 es el curador del cementerio más visitado del mundo: el Père-Lachaise. Pero su trabajo va mucho más allá del cliché romántico que rodea a este mítico camposanto. Gallot no es un simple administrador de tumbas famosas; es un abogado de formación, autor debutante, estrella en Instagram y padre de familia que ha elegido criar a sus hijos entre las lápidas y los cipreses. Vive en el cementerio. Y no, insiste, no hay fantasmas, lo que quizá no le gustaría saber a Mariana Enríquez.

En su libro La vida secreta de un cementerio: la naturaleza salvaje y el encantador folclore del Père-Lachaise (publicado originalmente en francés y recientemente traducido al inglés por Arielle Aaronson), Gallot revela con precisión y poesía lo que implica dirigir un lugar donde reposan desde Abelardo y Eloísa hasta Jim Morrison. Según contó al New York Times, sus cuatro hijos han crecido considerando “normal” vivir entre los muertos. Y él, heredero de una familia de marmolistas funerarios (aunque formado como abogado), nunca lo ha considerado morboso.

Père-Lachaise es una rareza dentro del urbanismo parisino: un bosque fúnebre de 44 hectáreas que reúne arte, historia, espiritualidad y naturaleza salvaje. Gallot no romantiza su lugar de trabajo, pero su devoción es palpable. Supervisa unas mil inhumaciones al año, maneja reuniones administrativas, planifica ceremonias, negocia parcelas y hasta atiende a directores de cine que buscan locaciones góticas. Pero también recorre a diario sus senderos, en particular las divisiones 28 y 29, donde descansan soldados olvidados de la era napoleónica. Allí encuentra una serenidad profunda que, como él mismo dice, no ha cambiado su relación con la muerte, sino con la vida.

El cementerio, inaugurado en 1804 como el primer camposanto municipal de París, fue en sus inicios un fracaso. El decreto napoleónico que permitía a cualquier ciudadano ser enterrado sin importar su religión no sedujo al público católico, que recelaba del terreno “no consagrado”. Recién cuando se trasladaron allí los restos de Molière y La Fontaine en 1817, su popularidad despegó gracias a una efectiva campaña publicitaria. Desde entonces, la lista de inquilinos ilustres no ha dejado de crecer.

Gallot no dirige un museo estático. Bajo su gestión, el cementerio ha abandonado el uso de pesticidas desde 2015 y se ha convertido en un verdadero santuario ecológico. Más de 60 especies de aves conviven con los visitantes, desde búhos y carpinteros hasta tórtolas y cornejas. Los zorros merodean entre las tumbas, y las orquídeas silvestres florecen entre esculturas cubiertas de musgo. Gracias a un programa de esterilización de gatos callejeros, incluso los felinos se han integrado al ecosistema en equilibrio. Como señala Greg Melville, autor y experto en cementerios, “Père-Lachaise es una obra de arte en constante evolución. La naturaleza ha tomado el control entre sus monumentos de forma salvaje y maravillosamente desordenada.”

Esa belleza desordenada convive con los dilemas de espacio y tradición. Muchos de los mausoleos siguen siendo propiedad privada, y cuando los contratos de arrendamiento no se renuevan, los restos son trasladados discretamente al osario. A veces hay que apilar generaciones en estanterías internas o deslizar nuevos ataúdes en huecos donde solo quedan polvos de antiguos ocupantes. Incluso la selección de árboles está sujeta a restricciones: las raíces no deben dañar las estructuras. “La escasez debe manejarse con cuidado”, escribe Gallot, como si hablara no solo del espacio, sino también del tiempo.

El libro de Gallot se aleja del tono morboso o turístico que a menudo acompaña a los relatos sobre cementerios. No es un catálogo de tumbas célebres ni un compendio de anécdotas paranormales, aunque confiesa haber encontrado una vez “cientos de pollos sacrificados” en una cripta, una escena que incluso él —nacido un 31 de octubre— halló inquietante. En cambio, La vida secreta de un cementerio es un homenaje al trabajo silencioso, a la empatía que se necesita para acompañar a las familias en sus duelos, y al valor de habitar un lugar que es, a la vez, archivo de la memoria colectiva y pulmón verde de la ciudad.

Como señala Sadie Stein en su artículo para el New York Times, “no hay dos días iguales para Benoît Gallot”. Pero quizás sí hay un hilo común: su amor por un lugar que otros visitan con nostalgia, curiosidad o dolor, y que él ha convertido en su hogar. Al final, lo que su libro revela no es tanto la vida secreta de un cementerio, sino la vida plena que puede encontrarse en los márgenes de la muerte.

Vive en un cementerio, con su familia, pero Gallot ha dicho que no cree en fantasmas, lo que no impide que se convierta en uno de los grandes médiums contemporáneos entre el pasado y el presente. Su legado, como el de muchos de sus “vecinos eternos”, parece destinado a perdurar. Porque hay custodios del arte, de la historia y de la biodiversidad. Gallot es todo eso, y más: un cuidador de lo invisible.

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