Nota del autor
Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios
Trama primera: Los consuegros
Capítulo 4. ¿Chi-chi-qué?
El día que todo se descompuso hubo fiesta en el rancho del presidente en Chichiquila. Celebraban a San Mateo Apóstol, patrono del pueblo. Mataron tres borregos y dos marranos.
Ante la insistencia de Jimena, Manolito la llevó a la fiesta. Cada quien se fue por su lado, pero en un momento se cruzaron en la carretera a la altura de Chilchotla. Jimena viajaba con chofer en una Suburban prieta, propiedad del arquitecto Iberdrola, en tanto que Manolito y Guadalupe iban a bordo de un Tesla blanco. Jimena, muerta de la risa, se asomó desde el asiento trasero y mandó besos con la mano.
—¿Esa camioneta no es la de tu papá, amor?
—Sí. ¿Por?
—¿Quién es la muchacha ésa que te mandó besos?
—Ya te dije.
—¿No te entendí, amor?
—Es una sobrina lejana de mi mamá.
—¿Y se va a quedar a dormir en el rancho?
—No sé.
Durante la comida, Manolo sólo tenía ojos para Jimena, quien estaba muy divertida con unos primos de Guadalupe. Ésta no paraba de atender a su novio.
—Te traje unos taquitos de cabeza y unas tripitas, amor.
—No quiero esas nacadas. Tráeme arroz. Puro arroz.
Ya con unos tragos encima, Jimena se acercó a la pareja.
—¿Cómo se llama tu pueblo, Lupita? — dijo burlona.
—Chichiquila.
—¿Chi-chi-qué?
Y soltó la risa. Y al soltarla, la cerveza que bebía cayó sobre la blusa blanca de Lupita.
Todos corrieron a limpiarla, menos Manolo. Éste volteó a ver a Jimena y entre risas le soltó un “no mames, uey”. Lupita advirtió algo extraño entre ellos. Una complicidad a flor de piel: una química cerebral. Matías Chandón, a la distancia, también observó lo mismo.
Para evitar problemas, el arquitecto se llevó a Jimena a Puebla pese a que ésta insistía en quedarse a dormir. Manolito también le dijo a Lupita que se iría con su papá porque los “pinches moscos” no paraban de picarlo. Matías interrumpió sus planes al jalarlo a donde otros presidentes hablaban de la obra pública de sus municipios. Lo presentó como su yerno, el ingeniero.
“Cualquier obrita que les sobre, ya saben quién se las puede hacer”.
Luego de obligarlo a hacer tres cruzados con mezcal, le puso la mano en el cuello y le susurró al oído: “Ni se te ocurra pasarte de verga con mi hija, pinche Manolito… Nomás pa’ que sepas que tengo ojos hasta en la espalda”.