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martes, mayo 13, 2025

Capítulo 2. ¡Ya me empedé!

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Nota del autor

Los personajes que cruzan esta novela, incluso aquéllos que parecen reales, son absolutamente imaginarios

Trama primera: Los consuegros

Capítulo 2. ¡Ya me empedé!

Cuando el alcalde y el arquitecto se iban a cenar, terminaban en un privado del 40 Grados. El dueño los consentía y les mandaba a sus mejores teiboleras. Al alcalde le gustaban las de Europa del Este: húngaras, búlgaras, rusas, ucranianas. Aunque no les entendiera ni el saludo. Pepe Iberdrola prefería a las venezolanas y a las colombianas. Las nalgas y las tetas, decía, eran su debilidad.

—Ando viendo que me aprueben el ramal a Chichiquila. Ahí sí nos vamos a hinchar, pinche ‘arquiteto’.

—Pero ya no seas tan atascado, cabrón Matías. Bájame el diezmo. En los buenos tiempos sólo nos cobraban el diez por ciento. ¡De ahí precisamente viene la palabra diezmo!

—Perdóname, Pepe, pero yo soy de otra generación: la de la milpa.

—Por cierto, presidente, mi ingeniero de obras ya fue a ver las minas de arena y grava. Se encontró a los de la Semarnat y se hizo el disimulado.

—Dile que ya le aceité la mano al delegado. Que no se agüite. ¡Todo está bajo control, papá!

El día de la boda, Matías y Pepe llegaron crudos. Manolito, en cambio, se metió un cigarro de marihuana con Jimena para no morirse de aburrimiento.

La presidenta de Chichistlán, con quien Iberdrola tenía contratos, les leyó la epístola de Melchor Ocampo y les recomendó a los novios tres cosas: ciencia, conciencia y paciencia.

—Paciencia es lo que yo he tenido para aguantar la paga, mija —le dijo el arquitecto a la alcaldesa.

—Ya me van a liberar los recursos, don Pepe. No se me desespere.

Manolito entró al baño para meterse una línea de coca y escuchó a su suegro hablando con su amante. De inmediato le fue a contar a su papá.

—De seguro le habló a Damiana. Lo trae enculado.

Damiana Echegaray era una contadora que trabajaba en el banco Santander. Llevaba las cuentas de los alcaldes más pudientes del estado. Tenía cuarenta años metidos en una cadera lúbrica. Matías Chandón no era el primero en su lista. Una decena de alcaldes había tenido que ver con ella en los últimos quince años.

—Una buena noticia, pinche ‘arquiteto’: ¡ya me empedé! —eructó Matías desde su frac azul rey.

 

(Continuará).

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