Mi esposo, al igual que mi papá, tiene una fijación peculiar por los zapatos. La diferencia es que, mientras el primero se deshizo de ellos para encontrar su propósito de vida, al segundo le tocó crecer a temprana edad y transformó su carencia en vicio.
Existe una foto de papá a los cuatro años en la que trae puestos los zapatos prestados del hijo de una vecina. Dos décadas más tarde llegaría a tener cincuenta pares: de cuero, ante, charol; mocasín, bota, botín; verdes, morados, azules; de venado, víbora y avestruz.
Mi marido también fue el segundo dueño de uno que otro cacle. Cuando el tío de México cambiaba tenis, el sobrino de Zacatlán les daba segunda vida. Cuando los hermanos “mojados” del otro tío —también de México— mandaban ropa, la tía L. rescataba algún par de zapatos para los sobrinos del pueblo.
México (como se le conoce en provincia a la CDMX) era, pues, la cuna de la abundancia y mi esposo dirigió hacia allá el sueño de convertirse en ingeniero.
El mundo entero se abrió a sus pies cuando entró a la UNAM, y él decidió que hasta ellos merecían la libertad. Atrás quedaron el casquete corto y el zapato escuelero. Huelga decir que ese desparpajo en su manera de vestir atrajo a más chicas que usando zapatito blanco, zapatito azul o embadurnándose el pelo con gel.
Que mi papá lo conociera en chanclas fue por moda y la mala suerte (o lo que es lo mismo, por los resquicios de un viejo amor).
Con su trabajo de fines de semana, mi marido se compró los primeros tenis “de marca” y después otro par, y luego otro.
En un viaje a Puerto Escondido, Oaxaca, se enamoró de la cultura del surf y de una chiapaneca con espíritu hippie. Mi marido, que creció escuchando The Creedence, The Doors o El Tri, cayó en blandito.
Los viajes a San Cristóbal de las Casas, además de darle a su primer amor, le dejaron el gusto por el buen café, Ibargüengoitia y las benditas chanclas.
¿Por qué papá nos dio su bendición años después?
Mi esposo bromea diciendo que porque todo ingeniero, sobre todo de la UNAM (escúchese un GOYA, UNIVERSIDAD a todo pulmón), es augurio de una vida feliz y próspera. También asegura que fue mamá quien lo conoció en chanclas y camiseta sin mangas, mientras que con papá usó camisa, gel y zapatos.
Le daré el beneficio de la duda de esta historia que ocurrió hace veinticinco años porque, diría García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”.
Y mi versión es más divertida, ¿o no?