-caminar juntos….
En tiempos de liderazgos rígidos y respuestas ancladas al pasado, el papa Francisco irrumpió con una fuerza que desacomodó a muchos y renovó las esperanzas de otros. Desafió estructuras de poder, cuestionó los roles tradicionales del liderazgo eclesiástico y provocó una reflexión profunda sobre el lugar de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Es, sin duda, un símbolo de esa tensión entre lo antiguo y lo nuevo, entre una tradición sólida y las urgencias de un mundo más plural, más desigual y más incierto.
Con humildad, pero también con inteligencia política y sensibilidad pastoral, asumió desafíos que otros prefirieron evitar. Su apertura ha sido celebrada por muchos, pero también criticada por quienes consideran que ha desestabilizado demasiado rápido estructuras centenarias. Lo cierto es que ha instalado un nuevo debate: ¿hasta qué punto deben caminar juntos los jefes y los fieles? La sinodalidad que ha impulsado no es solo un método de gobierno eclesial, sino una revolución silenciosa que reconfigura el modo en que se vive la fe.
Francisco eligió los gestos como lenguaje, y con ellos incomodó a muchos, inspiró a millones y abrió una puerta que ya no puede cerrarse. Cambió el centro de gravedad del catolicismo: de Roma a las periferias, de los palacios a las calles. “Prefiero una Iglesia accidentada por salir a la calle que una enferma por encerrarse”, dijo. Esa frase sintetiza una nueva mirada sobre el poder eclesiástico, la misión evangelizadora y la relación con el mundo moderno.
Su legado puede resumirse en un verbo incómodo: desinstalar. Francisco desmontó la imagen de una Iglesia monolítica, europea y jerárquica, y propuso, en cambio, una Iglesia en salida, sinodal y planetaria. Su obra está abierta, inconclusa, y precisamente en esa apertura radica el gran dilema del próximo cónclave. ¿Quién será capaz de continuar un proceso que aún no termina de cuajar?
Francisco no ha ofrecido respuestas viejas a preguntas nuevas. Frente al colapso ambiental, nos recuerda que “todo está conectado”; ante la polarización global, responde con un manifiesto de fraternidad; y frente al descrédito institucional, apuesta por la transparencia, la descentralización y el reconocimiento de la mujer en la vida eclesial.
Claro que no todo ha sido avance. Las resistencias internas han sido intensas, y muchas de sus reformas se han quedado en el plano simbólico más que estructural.
Pero Francisco ha cambiado el alma de la Iglesia. El próximo Papa no podrá ignorar ese legado, porque retroceder disminuiría la vitalidad de la fe y la capacidad de escuchar lo que el Espíritu Santo tiene que decir hoy:
¿Una Iglesia que dialoga con el mundo para incluirlo y servirlo?, ¿o una que se encierra en su soberbia? El próximo Papa debería estar más cerca de mayor inclusión, la paz y los temas sociales.
Caminar juntos, dijo… Todos.